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Seguimos avanzando. Dos chasquidos después, nos detuvimos y ocupamos
nuestra posición para esperar. En cuanto viéramos el esquife del Oscuro, tendríamos
que movernos con rapidez.
Mis pensamientos se dirigieron hacia él. Comprobé cuidadosamente el vínculo
que nos unía, y su sed me hizo estremecer con una fuerza palpable. Estaba
impaciente, preparado para liberar el poder de la Sombra, preparado para la lucha. Yo
también lo sentía. Dejé que ese ramalazo de expectación, esa necesidad, reverberara
hacia él: Voy a por ti.
Mal y Tolya, y tal vez todos los demás, creían que había que unir los
amplificadores, pero ellos nunca habían sentido la emoción de utilizar el merzost. Era
algo que ningún otro Grisha comprendía, y después de todo era lo que más nos ataba
al Oscuro y a mí: ni nuestros poderes, ni su extrañeza, ni el hecho de que los dos eran
aberraciones, si no abominaciones. Era nuestro conocimiento de lo prohibido, nuestra
ansia de más.
Los minutos pasaron, y comencé a ponerme nerviosa. Los Vendavales no podrían
mantener la capa acústica eternamente. ¿Y si el Oscuro esperaba hasta la noche para
atacar? ¿Dónde estás?
La respuesta llegó con un pálido resplandor violeta que avanzaba hacia nosotros
desde el este.
Dos chasquidos. Nos colocamos en la formación que habíamos practicado.
Tres chasquidos. Esa era mi señal. Alcé las manos y volví la Sombra
incandescente. Al mismo tiempo doblé la luz, dejando que fluyera alrededor de cada
uno de nuestros soldados como una corriente.
¿Qué veía el Oscuro? Arena muerta, un cielo gris, los cascos en ruinas de los
esquifes haciéndose polvo. Y eso era todo. Éramos invisibles. Éramos aire.
El esquife redujo la velocidad. Mientras se acercaba, vi sus velas negras marcadas
con el sol eclipsado, el extraño aspecto de cristal ahumado de su casco. La llama
violeta de la lumiya relucía en sus laterales, tenue y parpadeante bajo el intenso
resplandor de mi poder.
Había Vendavales junto a los mástiles, con sus keftas azules. Había unos cuantos
Inferni junto a las barandillas, flanqueados por Mortificadores de rojo y oprichniki de
gris muy armados. Eran el ejército de repuesto. Los estudiantes debían de hallarse
bajo cubierta. El Oscuro permanecía de pie en la proa, rodeado por su horda de
sombras. Como siempre, la primera impresión al verlo fue un golpe casi físico. Era
como acudir a él en una visión: parecía más real, más vivo que todo lo que lo
rodeaba.
Sucedió tan rápido que apenas tuve tiempo de procesarlo. El primer disparo
golpeó a uno de los oprichniki del Oscuro, que cayó por encima de la barandilla.
Después los disparos se sucedieron con un tamborileo rápido, como gotas de lluvia
sobre un tejado al inicio de una tormenta. Los Grisha y los oprichniki se desplomaban
y caían los unos sobre los otros, mientras explotaba la confusión en el esquife de
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