Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

lisseth021116
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—¿Tenemos permitido caminar, o nos arrastramos sobre nuestros estómagoscomo los gusanos que somos?—Camináis, pero con mucha deferencia. Yo estaría sentada en una tarimaelevada, y llevaría joyas en el pelo y una kefta dorada.—¿Negra no?Hice una pausa.—Tal vez sea negra.—Daría igual —dijo Mal—. Sería incapaz de dejar de mirarte de todos modos.Me reí.—No, le estarías poniendo ojitos a Zoya.—¿Zoya estaría ahí?—¿No está siempre?Sonrió.—Me habría fijado en ti.—Pues claro que sí. Después de todo, soy la Invocadora del Sol.—Ya sabes lo que quiero decir.Bajé la mirada y quité unos pétalos del escritorio.—¿Alguna vez te fijaste en mí en Keramzin? —Permaneció en silencio duranteun largo momento, y cuando le eché un vistazo estaba mirando el techo de cristal. Sehabía puesto rojo como una remolacha—. ¿Mal?Se aclaró la garganta y cruzó los brazos.—La verdad es que sí. Tenía pensamientos muy… distrayentes sobre ti.—¿Ah, sí? —balbuceé.—Y me sentía culpable por cada uno de ellos. Se suponía que eras mi mejoramiga, no…Se encogió de hombros y se volvió aún más rojo.—Idiota.—Eso ya lo sabemos de sobra, y no añade nada a la trama.—Bueno —dije, apartando más pétalos—, no hubiera importado si tú te fijabas enmí, porque yo me habría fijado en ti.—¿Un humilde otkazat’sya?—Así es —dije en voz baja. Ya no tenía ganas de seguir metiéndome con él.—¿Y qué hubieras visto?—A un soldado… Engreído, con cicatrices, extraordinario. Y ese habría sidonuestro comienzo.Se puso en pie y cruzó la distancia que nos separaba.—Y este sería nuestro final de todos modos.Tenía razón. Incluso en sueños, no teníamos futuro. Si de algún modo los dossobrevivíamos al día siguiente, yo tendría que buscar una alianza y una corona. Maltendría que encontrar la forma de mantener su ascendencia en secreto.Tomó mi rostro entre sus manos con suavidad.www.lectulandia.com - Página 218

—Yo también hubiera sido diferente sin ti. Más débil, más imprudente. —Sonrióligeramente—. Tendría miedo a la oscuridad. —Secó las lágrimas de mis mejillas, yno sabía muy bien cuándo habían comenzado a caer—. Pero sin importar quién o quéfuera, habría sido tuyo.Entonces lo besé; con dolor, y necesidad, y años de anhelo, con la esperanzadesesperada de que pudiera mantenerlo ahí, entre mis brazos, con el malditoconocimiento de que no podía hacerlo. Me recliné contra él y noté la presión de supecho, la anchura de sus hombros.—Voy a echar esto de menos —dijo mientras me besaba las mejillas, lamandíbula, los párpados—. Tu sabor. —Me besó el hueco bajo la oreja—. Tu olor. —Sus manos subieron deslizándose por mi espalda—. Tu tacto. —Se me cortó elaliento cuando sus caderas se pegaron a las mías. Entonces se apartó y examinó misojos—. Quería algo más para ti. Un velo blanco sobre tu pelo. Unos votos quepudiéramos mantener.—¿Una verdadera noche de bodas? Tan solo dime que esto no es un adiós. Ese esel único voto que necesito.—Te quiero, Alina.Volvió a besarme. No había respondido, pero me daba igual, porque su bocaestaba sobre la mía, y en ese momento podía fingir que no era una salvadora ni unaSanta, que simplemente podía elegirlo a él, tener una vida, estar enamorada. Que notendríamos solo una noche, sino miles. Lo hice bajar conmigo y puse su cuerpo sobreel mío, sintiendo el suelo frío en la espalda. Tenía las manos de un soldado, ásperas ycallosas, calentándome la piel, recorriendo mi cuerpo con unas chispas voraces queme hicieron levantar las caderas para tratar de acercarlo más a mí.Le pasé la camisa por encima de la cabeza, dejé que mis dedos recorrieran losbordes suaves de su espalda musculosa, y sentí las líneas en relieve de las palabrasque lo marcaban. Pero cuando deslizó la tela de mi blusa por encima de mis brazos,me puse rígida, y de pronto me sentí dolorosamente consciente de todos mis defectos.Huesos que sobresalían demasiado, pechos demasiado pequeños, piel pálida y secacomo la de una cebolla. Entonces me puso la mano en la mejilla, y su pulgar merecorrió el labio.—Eres todo lo que siempre he querido —dijo—. Eres todo mi corazón.Entonces me vi en sus ojos: ácida, tonta, difícil, adorable. Lo atraje a mí y lo sentíestremecerse mientras nuestros cuerpos se unían, piel contra piel. Sentí el calor de suslabios y su lengua, las manos que se movían hasta que la necesidad que había entrenosotros se volvió tirante y ansiosa, como la cuerda de un arco listo para disparar.Me sujetó la muñeca con la mano y mi mente se llenó de luz. Todo lo que veía erael rostro de Mal, todo lo que sentía era su cuerpo, encima de mí, a mi alrededor, conun ritmo extraño al principio, y después lento y constante, como el sonido de lalluvia. Era todo lo que necesitábamos. Era todo lo que jamás tendríamos.www.lectulandia.com - Página 219

—Yo también hubiera sido diferente sin ti. Más débil, más imprudente. —Sonrió

ligeramente—. Tendría miedo a la oscuridad. —Secó las lágrimas de mis mejillas, y

no sabía muy bien cuándo habían comenzado a caer—. Pero sin importar quién o qué

fuera, habría sido tuyo.

Entonces lo besé; con dolor, y necesidad, y años de anhelo, con la esperanza

desesperada de que pudiera mantenerlo ahí, entre mis brazos, con el maldito

conocimiento de que no podía hacerlo. Me recliné contra él y noté la presión de su

pecho, la anchura de sus hombros.

—Voy a echar esto de menos —dijo mientras me besaba las mejillas, la

mandíbula, los párpados—. Tu sabor. —Me besó el hueco bajo la oreja—. Tu olor. —

Sus manos subieron deslizándose por mi espalda—. Tu tacto. —Se me cortó el

aliento cuando sus caderas se pegaron a las mías. Entonces se apartó y examinó mis

ojos—. Quería algo más para ti. Un velo blanco sobre tu pelo. Unos votos que

pudiéramos mantener.

—¿Una verdadera noche de bodas? Tan solo dime que esto no es un adiós. Ese es

el único voto que necesito.

—Te quiero, Alina.

Volvió a besarme. No había respondido, pero me daba igual, porque su boca

estaba sobre la mía, y en ese momento podía fingir que no era una salvadora ni una

Santa, que simplemente podía elegirlo a él, tener una vida, estar enamorada. Que no

tendríamos solo una noche, sino miles. Lo hice bajar conmigo y puse su cuerpo sobre

el mío, sintiendo el suelo frío en la espalda. Tenía las manos de un soldado, ásperas y

callosas, calentándome la piel, recorriendo mi cuerpo con unas chispas voraces que

me hicieron levantar las caderas para tratar de acercarlo más a mí.

Le pasé la camisa por encima de la cabeza, dejé que mis dedos recorrieran los

bordes suaves de su espalda musculosa, y sentí las líneas en relieve de las palabras

que lo marcaban. Pero cuando deslizó la tela de mi blusa por encima de mis brazos,

me puse rígida, y de pronto me sentí dolorosamente consciente de todos mis defectos.

Huesos que sobresalían demasiado, pechos demasiado pequeños, piel pálida y seca

como la de una cebolla. Entonces me puso la mano en la mejilla, y su pulgar me

recorrió el labio.

—Eres todo lo que siempre he querido —dijo—. Eres todo mi corazón.

Entonces me vi en sus ojos: ácida, tonta, difícil, adorable. Lo atraje a mí y lo sentí

estremecerse mientras nuestros cuerpos se unían, piel contra piel. Sentí el calor de sus

labios y su lengua, las manos que se movían hasta que la necesidad que había entre

nosotros se volvió tirante y ansiosa, como la cuerda de un arco listo para disparar.

Me sujetó la muñeca con la mano y mi mente se llenó de luz. Todo lo que veía era

el rostro de Mal, todo lo que sentía era su cuerpo, encima de mí, a mi alrededor, con

un ritmo extraño al principio, y después lento y constante, como el sonido de la

lluvia. Era todo lo que necesitábamos. Era todo lo que jamás tendríamos.

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