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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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suerte eso es lo único que necesitaremos. Muchos de ellos lucharon en el Primer

Ejército, así que al menos tenemos la posibilidad de que no pierdan la cabeza.

Nos llegó una risa desde el recibidor. Alguien, sospechaba que Harshaw, había

comenzado a cantar. Pero en el salón había silencio, y oí que había comenzado a

llover.

—Mal —dije—. ¿Crees…? ¿Crees que es por los amplificadores?

Frunció el ceño, comprobando la mirilla de un rifle.

—¿Qué quieres decir?

—¿Es eso lo que hay entre nosotros? ¿Mi poder y el tuyo? ¿Es por eso por lo que

nos hicimos amigos, por lo que…?

Dejé la frase inconclusa. Él cogió otra arma y abrió la recámara.

—A lo mejor eso fue lo que nos juntó, pero no lo que nos ha convertido en

quienes somos. No te convirtió en la chica que podía hacerme reír cuando yo no tenía

nada. Y ni de broma me convirtió a mí en el idiota que lo daba por hecho. Sea lo que

sea lo que hay entre nosotros, lo hemos forjado nosotros. Nos pertenece. —Bajó el

rifle y se limpió las manos con un trapo—. Ven conmigo —añadió, y me tomó la

mano para conducirme tras él.

Avanzamos por la casa a oscuras. Oí unas voces que cantaban algo obsceno al

otro lado del pasillo, unos pasos sobre nosotros mientras alguien corría de una

habitación a la siguiente. Pensé que Mal me llevaría por las escaleras hasta los

dormitorios; supongo que esperaba que lo hiciera, pero en lugar de eso me condujo

por el ala este de la casa, más allá de un cuarto de costura en silencio y una

biblioteca, hasta llegar a un vestíbulo sin ventanas lleno de palas y plantas secas.

—Eh… ¿qué bonito?

—Espera aquí.

Abrió una puerta que no había visto, oculta en la pared. En la penumbra vi que

conducía a una especie de invernadero estrecho. La lluvia caía con un ritmo constante

sobre el techo abovedado y las paredes de cristal. Mal entró y encendió los farolillos

que descansaban al borde de un estanque reflectante poco profundo. Había manzanos

en hilera junto a las paredes, y sus ramas estaban llenas de flores blancas. Sus pétalos

yacían como nieve en el suelo de baldosas rojas y flotaban en la superficie del agua.

Seguí a Mal mientras recorría el estanque. El aire en el interior resultaba

balsámico y dulce a causa de las flores de manzano, intenso por el rico aroma de la

tierra. Fuera, el viento aumentó y aulló con la tormenta, pero ahí dentro parecía como

si las estaciones se hubieran suspendido. Tuve la extraña sensación de que podríamos

estar en cualquier parte, de que el resto de la casa simplemente se había desvanecido,

y estábamos completamente solos.

Al fondo de la sala había un escritorio en una esquina, con un chal en el respaldo

de una silla de dibujo. Había una cesta de instrumentos de costura sobre una alfombra

con dibujos de flores de manzana. La mujer de la casa debía de haber ido allí para

coser y tomarse el té de la mañana. Durante el día tendría una visión perfecta de los

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