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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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Él gruñó.

—¿Por qué las batallas siempre tienen que ser tan temprano?

Refunfuñando, le pasó la jarra a uno de los Soldat Sol.

Habíamos repasado el plan hasta que todos estuvimos seguros de saber

exactamente dónde estar y cuándo. Entraríamos en la Sombra al amanecer. Los

Vendavales irían primero, para extender la capa acústica y ocultar nuestros

movimientos de los volcra. Había oído a Nadia susurrando con Tamar porque no

quería que Adrik fuera con ellos, pero esta había estado a favor de incluirlo.

—Es un guerrero —había dicho—. Si haces que crea ahora que es menos, jamás

sabrá que puede ser más.

Yo estaría con los Vendavales, por si acaso algo salía mal. Los tiradores y los

demás Grisha nos seguirían.

Habíamos planeado la emboscada en el centro de la Sombra, casi justo entre

Kribirsk y Novokribirsk. En cuanto viéramos el esquife del Oscuro, yo iluminaría el

Nocéano, doblando la luz para mantenernos invisibles. Si eso no lo hacía detenerse,

nuestros tiradores lo harían. Menguarían sus filas, y después era misión de Harshaw y

los Vendavales crear el caos suficiente como para que los mellizos y yo pudiéramos

subir al esquife, encontrar a los estudiantes y rescatarlos. En cuanto estuvieran a

salvo, yo me ocuparía del Oscuro. Esperaba que no me viera llegar.

Genya y David se quedarían en Tomikyana, con Misha. Sabía que el chico

insistiría en ir con nosotros, así que Genya le había echado un somnífero en la cena.

Ya estaba bostezando, aovillado junto a la chimenea, y esperaba que siguiera

durmiendo mientras salíamos por la mañana.

La noche avanzó. Sabía que necesitábamos dormir, pero a nadie le apetecía

demasiado. Algunos decidieron acostarse cerca del fuego en el recibidor, mientras

que otros fueron entrando en la casa en parejas. Nadie quería estar solo aquella

noche. Genya y David tenían trabajo que hacer en la cocina. Tamar y Nadia habían

desaparecido temprano. Pensaba que Zoya escogería a algún Soldat Sol, pero

mientras yo salía por la puerta ella seguía observando el fuego, con Oncat

ronroneando en su regazo. Me abrí camino por el oscuro pasillo hasta el salón, donde

Mal estaba comprobando por última vez las armas y la equitación. Era extraño ver las

montañas de pistolas y munición en la mesa de mármol, junto a las miniaturas

enmarcadas de la señora de la casa y una bonita colección de tabaqueras.

—Ya hemos estado aquí antes —dijo.

—Ah, ¿sí?

—Cuando salimos de la Sombra por primera vez. Nos detuvimos en el huerto, no

muy lejos de esta casa. La reconocí antes, cuando estábamos disparando.

Lo recordaba, aunque parecía otra vida. La fruta de los árboles había estado

demasiado pequeña y amarga como para comerla.

—¿Cómo les ha ido hoy a los Soldat Sol?

—No han estado mal. Solo unos pocos tienen mucha puntería, pero si tenemos

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