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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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Las grietas negras de su torso comenzaron a desvanecerse. No podía creer lo que

veía: ¿de verdad iba a ser tan sencillo?

—Está funcionando —dije con un jadeo. Nikolai hizo una mueca, pero movió la

mano, pidiendo más. Invoqué la luz hacia su interior, observando cómo las venas

negras se desvanecían y retrocedían. Estaba resollando, con los ojos cerrados. De su

garganta se alzaba un gemido bajo y dolorido. Su agarre alrededor de mi muñeca era

de hierro—. Nikolai…

Entonces noté algo que me hacía retroceder, como si la oscuridad de su interior

estuviera luchando. Empujó a la luz, y de golpe las grietas se extendieron hacia fuera,

tan oscuras como antes, como las raíces de un árbol que bebiera de un agua

envenenada.

Nikolai se encogió de dolor y se apartó de mí con un gruñido de frustración. Bajó

la mirada a su pecho, con la tristeza grabada en sus facciones. No había servido de

nada. Tan solo el Corte funcionaba con los nichevo’ya. Destruiría la cosa que había

en el interior de Nikolai, pero también lo mataría.

Sus hombros se desplomaron, y sus alas se agitaron con los mismos movimientos

que la Sombra.

—Pensaremos algo. A David se le ocurrirá alguna solución, o encontraremos a un

Sanador…

Se echó sobre los cuartos traseros, con los codos descansando en las rodillas y la

cara hundida en las manos. Nikolai había parecido infinitamente capaz, confiado en

su creencia de que todo problema tenía una solución y él sería quien la encontraría.

No soportaba verlo de ese modo, roto y derrotado por primera vez.

Me acerqué a él con cuidado y me agaché, pero no me devolvía la mirada.

Indecisa, estiré el brazo y le toqué el suyo, preparada para apartarme si se

sobresaltaba o me atacaba. Su piel era cálida, y la sensación al tocarla no había

cambiado a pesar de las sombras que acechaban bajo ella.

Lo rodeé con los brazos, teniendo cuidado con las alas que crujían en su espalda.

—Lo siento —susurré. Él me puso la frente sobre el hombro—. Lo siento mucho,

Nikolai.

Él soltó un suspiro breve y tembloroso. A continuación tomó aire y se puso tenso.

Giró la cabeza, y noté su aliento sobre mi cuello, el roce de uno de sus dientes bajo

mi mandíbula.

—¿Nikolai? —Sus brazos me sujetaron con fuerza, y me clavó las garras en la

espalda. No había confusión en el gruñido que salía de su pecho. Me aparté de él y

me puse en pie—. ¡Para! —dije bruscamente. Él flexionó las manos. Había retraído

los labios para mostrar sus colmillos de ónice, y sabía lo que veía en él: hambre—.

No lo hagas —supliqué—. Este no eres tú. Puedes controlarlo.

Dio un paso hacia mí. Otro gruñido retumbante y animal recorrió su cuerpo.

Alcé las manos.

—Nikolai —advertí—. Voy a derribarte.

www.lectulandia.com - Página 210

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