Ruina y ascenso - Leigh Bardugo
manos suaves que me sujetaban. Zoya me sentó en el borde de la cama, y Tamar sesituó junto a mí. Nadia me pasó un cepillo por el pelo, deshaciendo los enredoscuidadosamente. Genya me lavó primero la cara y después las manos con un pañoque había mojado en la tinaja. Tenía un débil olor a menta.Nos quedamos ahí sentadas sin decir nada, todas apiñadas a mi alrededor.—Tiene a los estudiantes —expliqué con voz plana—. Veintitrés niños. Hamatado a los profesores, y a Botkin. —Y a Ana Kuya, una mujer que no habíanconocido. La mujer que me había criado—. Mal…—Nos lo ha contado —dijo Nadia con suavidad.Creo que una parte de mí esperaba culpa o recriminación. En lugar de eso, Genyaapoyó la cabeza sobre mi hombro, y Tamar me apretó la mano.Me di cuenta de que aquello no era solo consuelo. Se estaban apoyando en mí, aligual que yo me apoyaba en ellas, en busca de fuerza.He vivido una larga vida, llena de dolor.¿Habría tenido amigos así el Oscuro? ¿Gente a la que quisiera, que luchara por él,que se preocupara por él, que lo hiciera reír? ¿Gente que se había convertido en pocomás que sacrificios para un sueño que los había sobrevivido?—¿Cuánto tiempo tenemos? —quiso saber Tamar.—Cinco días.Alguien llamó a la puerta. Era Mal, y Tamar le hizo sitio junto a mí.—¿Muy mal? —preguntó.Asentí con la cabeza. Todavía no era capaz de decirle lo que había visto.—Tengo cinco días para entregarme, o volverá a utilizar la Sombra.—Lo hará de todos modos —dijo Mal—. Tú misma lo has dicho. Encontrará unmotivo.—Tal vez logre comprarnos un poco de tiempo.—¿A qué precio? Estabas dispuesta a entregar tu vida —añadió en voz baja—.¿Por qué no me dejas hacer lo mismo?—Porque no podría soportarlo.Su expresión se endureció. Volvió a agarrarme la muñeca, y volví a sentir aquellasacudida. La luz cayó en cascada tras mis ojos, como si todo mi cuerpo estuviera listopara abrirse con ella. Había un poder ignoto tras aquella puerta, y la muerte de Malsería lo que la abriera.—Podrás soportarlo —dijo—. Si no, todas estas muertes, todo lo que hemossacrificado, habrán sido en vano.Genya se aclaró la garganta.—Eh… La cosa es que a lo mejor no tienes que hacerlo. David ha tenido unaidea.—En realidad, ha sido idea de Genya —señaló David.www.lectulandia.com - Página 198
Estábamos apiñados alrededor de una mesa bajo un toldo, bajando un poco lacalle desde la casa de huéspedes. No había restaurantes de verdad en aquella parte delasentamiento, pero habían montado una taberna improvisada en un solar quemado.Había lámparas sobre las mesas desvencijadas, un barril de madera de leche dulcefermentada, y carne asándose en dos barriles de metal como los que habíamos vistoaquel primer día en el mercado. En el aire flotaba un denso aroma a humo de enebro.Dos hombres estaban lanzando dados en una mesa cerca del barril mientras queotro trataba de tocar una canción sin forma con una guitarra maltrecha. No habíaninguna melodía discernible, pero Misha parecía satisfecho. Había comenzado ahacer un elaborado baile que al parecer requería aplausos y una gran dosis deconcentración.—Nos aseguraremos de poner el nombre de Genya en la placa —dijo Zoya—.Pero sigue.—¿Recuerdas cómo ocultaste la Garcilla? —preguntó David—. ¿Cómo doblastela luz alrededor del barco en lugar de dejar que rebotara?—Estaba pensando… —intervino Genya—. ¿Y si hicieras lo mismo connosotros?Fruncí el ceño.—¿Te refieres a…?—Es exactamente el mismo principio —señaló David—. Es un desafío mayorporque hay más variables que solo el cielo azul, pero curvar la luz alrededor de unsoldado no es distinto a curvarla alrededor de un objeto.—Espera un momento —dijo Harshaw—. ¿Quieres decir que seríamosinvisibles?—Exacto —afirmó Genya.Adrik se inclinó hacia delante.—El Oscuro partirá desde el puerto seco de Kribirsk. Podríamos colarnos en sucampamento, y sacar así a los estudiantes.Tenía el puño cerrado y los ojos luminosos. Conocía a aquellos chicos más queninguno de nosotros; probablemente algunos de ellos fueran sus amigos.Tolya frunció el ceño.—No hay forma de que entremos en su campamento y los liberemos sin que seden cuenta. Algunos de esos niños son más jóvenes que Misha.—Kribirsk será demasiado complicado —explicó David—. Demasiada gente, uncampo visual interrumpido. Si Alina tiene más tiempo para practicar…—Tenemos cinco días —repetí.—Pues atacamos la Sombra —dijo Genya—. La luz de Alina mantendrá a raya alos volcra…Negué con la cabeza.—Todavía tendríamos que enfrentarnos a los nichevo’ya del Oscuro.—No si no pueden vernos —señaló Genya.www.lectulandia.com - Página 199
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manos suaves que me sujetaban. Zoya me sentó en el borde de la cama, y Tamar se
situó junto a mí. Nadia me pasó un cepillo por el pelo, deshaciendo los enredos
cuidadosamente. Genya me lavó primero la cara y después las manos con un paño
que había mojado en la tinaja. Tenía un débil olor a menta.
Nos quedamos ahí sentadas sin decir nada, todas apiñadas a mi alrededor.
—Tiene a los estudiantes —expliqué con voz plana—. Veintitrés niños. Ha
matado a los profesores, y a Botkin. —Y a Ana Kuya, una mujer que no habían
conocido. La mujer que me había criado—. Mal…
—Nos lo ha contado —dijo Nadia con suavidad.
Creo que una parte de mí esperaba culpa o recriminación. En lugar de eso, Genya
apoyó la cabeza sobre mi hombro, y Tamar me apretó la mano.
Me di cuenta de que aquello no era solo consuelo. Se estaban apoyando en mí, al
igual que yo me apoyaba en ellas, en busca de fuerza.
He vivido una larga vida, llena de dolor.
¿Habría tenido amigos así el Oscuro? ¿Gente a la que quisiera, que luchara por él,
que se preocupara por él, que lo hiciera reír? ¿Gente que se había convertido en poco
más que sacrificios para un sueño que los había sobrevivido?
—¿Cuánto tiempo tenemos? —quiso saber Tamar.
—Cinco días.
Alguien llamó a la puerta. Era Mal, y Tamar le hizo sitio junto a mí.
—¿Muy mal? —preguntó.
Asentí con la cabeza. Todavía no era capaz de decirle lo que había visto.
—Tengo cinco días para entregarme, o volverá a utilizar la Sombra.
—Lo hará de todos modos —dijo Mal—. Tú misma lo has dicho. Encontrará un
motivo.
—Tal vez logre comprarnos un poco de tiempo.
—¿A qué precio? Estabas dispuesta a entregar tu vida —añadió en voz baja—.
¿Por qué no me dejas hacer lo mismo?
—Porque no podría soportarlo.
Su expresión se endureció. Volvió a agarrarme la muñeca, y volví a sentir aquella
sacudida. La luz cayó en cascada tras mis ojos, como si todo mi cuerpo estuviera listo
para abrirse con ella. Había un poder ignoto tras aquella puerta, y la muerte de Mal
sería lo que la abriera.
—Podrás soportarlo —dijo—. Si no, todas estas muertes, todo lo que hemos
sacrificado, habrán sido en vano.
Genya se aclaró la garganta.
—Eh… La cosa es que a lo mejor no tienes que hacerlo. David ha tenido una
idea.
—En realidad, ha sido idea de Genya —señaló David.
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