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los nidos de las alondras y los geranios salvajes, y atrapó un ratón de campo para
Oncat, que parecía demasiado malcriada como para cazar nada por su cuenta.
—Para ser un hombre condenado —dijo Zoya—, pareces sorprendentemente
animado.
—No está condenado —solté.
Mal puso una flecha en el arco, tensó la cuerda y la soltó. La flecha voló vibrando
hasta lo que parecía un cielo vacío y sin nubes, pero un segundo después oímos un
graznido distante y una forma cayó en picado a tierra un kilómetro y medio por
delante de nosotros. Mal se puso el arco al hombro.
—Todos morimos —señaló mientras salía corriendo para recobrar su presa—. No
todo el mundo lo hace por una razón.
—¿Estamos filosofando? —preguntó Harshaw—. ¿O era la letra de una canción?
Mientras él comenzaba a tararear, yo salí corriendo para alcanzar a Mal.
—No digas eso —le pedí cuando llegué junto a él—. No hables así.
—Vale.
—Y tampoco pienses así. —Sonrió—. Mal, por favor —dije con desesperación,
sin saber muy bien lo que le estaba pidiendo. Le cogí la mano y, cuando se giró hacia
mí, no me detuve a pensar. Me puse de puntillas y lo besé. Tardó un brevísimo
segundo en reaccionar, pero entonces soltó el arco y me devolvió el beso,
abrazándome con fuerza, apretando los duros contornos de su cuerpo contra el mío.
—Alina… —comenzó.
Agarré las solapas de su abrigo, con los ojos llenos de lágrimas.
—No me digas que todo esto está pasando por una razón —dije intensamente—.
O que va a salir bien. No me digas que estás listo para morir.
Permanecimos de pie sobre la hierba alta, con el viento colándose entre los tallos.
Me devolvió la mirada, y sus ojos azules eran firmes.
—No va a salir bien. —Me apartó el pelo de las mejillas y me puso las toscas
manos en la cara—. Nada de esto está pasando por una razón. —Rozó mis labios con
los suyos—. Y que los Santos me amparen, Alina, quiero vivir para siempre.
Volvió a besarme, y esta vez no se detuvo; no hasta que mis mejillas estuvieron
sonrojadas y el corazón me latió a toda velocidad; no hasta que apenas pude recordar
mi propio nombre, y mucho menos cualquier otro, no hasta que oímos a Harshaw
cantando, y a Tolya refunfuñando, y a Zoya prometiendo alegremente que nos
mataría a todos.
Aquella noche dormí entre los brazos de Mal, envueltos en pieles bajo las estrellas.
Susurramos en la oscuridad y nos robamos besos, conscientes de que los demás tan
solo estaban a unos metros de distancia. Una parte de mí deseaba que un grupo de
asalto shu acudiera y nos metiera una bala en el corazón a cada uno, dejándonos allí
para siempre, dos cuerpos que se convertirían en polvo y quedarían olvidados. Pensé
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