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La forma de mantener el oxígeno en la sangre, el método para frenar la
descomposición. El poder del Sanador y el Hacedor llevados hasta el límite y más
allá, llevados hasta un lugar donde nunca deberían haber ido.
—Merzost —susurró Tolya—. Poder sobre la vida y la muerte.
Asentí con la cabeza. Magia. Abominación. El poder de la creación. Por eso era
por lo que los cuadernos estaban incompletos. Al final, Morozova no había tenido
ninguna razón para cazar una criatura que convertir en el tercer amplificador. El ciclo
ya estaba completo. Había otorgado a su hija el poder que tenía intención de dar al
pájaro de fuego. El círculo se había cerrado.
Morozova había logrado cumplir su gran objetivo, pero no como esperaba. Al
aventurarse en el merzost, bueno… Los resultados nunca son lo que uno cabría
esperar. Cuando el Oscuro jugó con la creación en el corazón del mundo, el castigo
por su arrogancia fue la Sombra, un lugar donde su poder era insignificante.
Morozova había creado tres amplificadores que no podrían unirse sin que su hija
perdiera la vida, sin que sus descendientes pagaran con carne y sangre.
—Pero el ciervo y el azote marino… eran ancestrales —dijo Zoya.
—Morozova los escogió deliberadamente. Eran criaturas sagradas; raras y fieras.
Su hija era tan solo una chica otkazat’sya corriente.
¿Era por eso por lo que el Oscuro y Baghra habían estado tan dispuestos a
subestimarla? Suponían que había muerto aquel día, pero la resurrección debía de
haberla hecho más fuerte. Su vida frágil y mortal, una vida atada por las reglas de
este mundo, había quedado reemplazada por otra cosa. Pero en el momento en que
Morozova le dio a su hija una segunda vida, una vida que no le pertenecía por
derecho, ¿le habría importado si era la abominación lo que lo hacía posible?
—Sobrevivió a la caída al río —dije—. Y Morozova la llevó al sur, a los
asentamientos. —Para vivir y morir a la sombra del arco que algún día daría nombre
a Dva Stolba. Miré a Mal—. Debió de haber transmitido su poder a sus
descendientes, unido a sus huesos. —Se me escapó una risa amarga—. Pensaba que
era yo. Estaba tan desesperada por creer que había un gran propósito para todo esto,
que no sucedía por… casualidad. Pensaba que yo era la otra rama de la línea de
Morozova. Pero eras tú, Mal. Siempre fuiste tú.
Él me observó a través de las llamas. No había dicho ni una palabra durante toda
la conversación, durante toda la cena que solo Tolya y Oncat se habían podido comer.
Tampoco dijo nada entonces. En lugar de eso, se levantó y caminó hacia mí. Me
tendió la mano y dudé durante un breve instante, casi temerosa de tocarlo, pero
entonces puse la palma en la suya y le dejé tirar de mí para ponerme en pie. Me
condujo silenciosamente hasta una de las tiendas.
—Por todos los Santos, ¿ahora voy a tener que escuchar los ronquidos de Tolya
toda la noche? —oí que refunfuñaba Zoya detrás de mí.
—Tú también roncas —señaló Harshaw—. Y no es muy agradable.
—Yo no…
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