Ruina y ascenso - Leigh Bardugo
Ravka. Era correcto que nos arrodilláramos.Soltó otro chillido penetrante, y después giró y batió las alas elevándose hacia lacreciente oscuridad.Nos hundimos en el suelo, respirando con fuerza.—¿Por qué se ha detenido? —jadeé.Transcurrió un largo momento. A continuación, Mal dijo:—Ya no lo estamos cazando. —Lo sabía. Al igual que yo. Lo sabía—. Tenemosque irnos de aquí. Podría volver.Fui vagamente consciente de que los demás corrían hacia nosotros sobre la rocaresbaladiza mientras nos levantábamos. Debían de haber oído mis chillidos.—¡Ahí está! —gritó Zoya, señalando la forma que desaparecía del pájaro defuego. Levantó las manos para tratar de atraerlo con una corriente descendente.—Zoya, para —dijo Mal—. Déjalo marchar.—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no lo habéis matado?—No es el amplificador.—¿Cómo lo sabéis? —Ninguno de los dos respondió—. ¿Qué está pasando? —gritó.—Es Mal —respondí al fin.—¿Qué es Mal? —preguntó Harshaw.—Mal es el tercer amplificador.Las palabras me salieron ásperas, pero sólidas, mucho más firmes y fuertes de loque podría haber imaginado.—¿De qué estás hablando? —Zoya tenía los puños cerrados, y había unasmanchas febriles de color en sus mejillas.—Deberíamos buscar refugio —señaló Tolya.Avanzamos cojeando por el altiplano y seguimos a los demás a poca distanciamientras subían la siguiente colina hasta el campamento que habían hecho junto a unálamo alto.Mal soltó el rifle y sacó el arco.—Voy a buscar la cena —dijo, y se fundió en el bosque antes de que pudierapensar en protestar.Me desplomé en el suelo. Harshaw encendió el fuego y yo me senté ante él,mirando las llamas, apenas sintiendo su calidez. Tolya me entregó una botella ydespués se agachó y, tras esperar a que le hiciera un asentimiento, me volvió acolocar el hombro en su sitio. El dolor no fue suficiente como para detener lasimágenes que se derramaban en mi cabeza, las conexiones que mi mente no dejaba dehacer.Una chica en un campo, de pie sobre su hermana asesinada, el humo negro delCorte alzándose de su cuerpo, su padre arrodillándose a su lado.Era un gran Sanador. Baghra se equivocaba. Morozova había necesitado más quela Pequeña Ciencia para salvar a su hija. Había utilizado el merzost, la resurrección.www.lectulandia.com - Página 188
Yo también me había equivocado. La hermana de Baghra no había sido Grisha. Habíasido otkazat’sya después de todo.—Debías de haberlo sabido —dijo Zoya, sentándose al otro lado del fuego. Sumirada era acusatoria.¿Lo sabía? Cuando noté la sacudida aquella noche en la banya, había supuestoque era algo dentro de mí.Y a pesar de ello, cuando miraba hacia atrás el patrón parecía claro. La primeravez que había utilizado mi poder fue con Mal muriendo en mis brazos. Habíamospasado semanas buscando al ciervo, pero lo encontramos después de nuestro primerbeso. Cuando el azote marino se mostró ante nosotros yo estaba rodeada por susbrazos, cerca de él por primera vez desde que nos habían obligado a montar en elbarco del Oscuro. Los amplificadores querían estar unidos.¿Y acaso no habían estado unidas nuestras vidas desde el principio? Por la guerra.Por el abandono. A lo mejor era algo más. No podía ser casualidad que hubiéramosnacido en aldeas vecinas, que hubiéramos sobrevivido a la guerra que había acabadocon nuestras familias, que los dos acabáramos en Keramzin.¿Era aquella la verdad tras el don de Mal para rastrear, que de algún modo estabaatado a todo, a la creación en el corazón del mundo? ¿Que no fuera un Grisha, nitampoco un amplificador corriente, sino algo completamente distinto?Me he convertido en espada. Un arma que utilizar. Cuánta razón tenía.Me cubrí la cara con las manos. Quería extraer ese conocimiento de mi interior,sacarlo de mi cráneo. Ansiaba el poder que había más allá de la puerta dorada, lodeseaba con un frenesí puro y doloroso que me daba ganas de arrancarme la piel. Elprecio de aquel poder sería la vida de Mal.¿Qué era lo que había dicho Baghra? Puede que no seas capaz de sobrevivir alsacrificio que requiere el merzost.Mal regresó poco después con dos conejos gordos. Oí los sonidos de él y Tolyatrabajando mientras limpiaban y asaban los animales, y pronto olí la carnecocinándose, pero no tenía apetito.Nos quedamos ahí sentados, escuchando las ramas restallando y siseando en elcalor de las llamas, hasta que Harshaw habló por fin.—Si alguien no habla pronto, voy a prenderle fuego al bosque.Así que di un sorbo de la botella de Zoya y hablé. Las palabras salieron conmayor facilidad de lo que esperaba. Les conté la historia de Baghra, el horrible relatode un hombre obsesionado, de la hija a la que había descuidado, de la otra hija quecasi había muerto por ello.—No —me corregí—. Sí que murió ese día. Baghra la mató, y Morozova laresucitó.—Nadie puede…—Él podía. No era curación. Era resurrección, el mismo proceso que utilizó paracrear los otros amplificadores. Está todo en sus cuadernos.www.lectulandia.com - Página 189
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Ravka. Era correcto que nos arrodilláramos.
Soltó otro chillido penetrante, y después giró y batió las alas elevándose hacia la
creciente oscuridad.
Nos hundimos en el suelo, respirando con fuerza.
—¿Por qué se ha detenido? —jadeé.
Transcurrió un largo momento. A continuación, Mal dijo:
—Ya no lo estamos cazando. —Lo sabía. Al igual que yo. Lo sabía—. Tenemos
que irnos de aquí. Podría volver.
Fui vagamente consciente de que los demás corrían hacia nosotros sobre la roca
resbaladiza mientras nos levantábamos. Debían de haber oído mis chillidos.
—¡Ahí está! —gritó Zoya, señalando la forma que desaparecía del pájaro de
fuego. Levantó las manos para tratar de atraerlo con una corriente descendente.
—Zoya, para —dijo Mal—. Déjalo marchar.
—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no lo habéis matado?
—No es el amplificador.
—¿Cómo lo sabéis? —Ninguno de los dos respondió—. ¿Qué está pasando? —
gritó.
—Es Mal —respondí al fin.
—¿Qué es Mal? —preguntó Harshaw.
—Mal es el tercer amplificador.
Las palabras me salieron ásperas, pero sólidas, mucho más firmes y fuertes de lo
que podría haber imaginado.
—¿De qué estás hablando? —Zoya tenía los puños cerrados, y había unas
manchas febriles de color en sus mejillas.
—Deberíamos buscar refugio —señaló Tolya.
Avanzamos cojeando por el altiplano y seguimos a los demás a poca distancia
mientras subían la siguiente colina hasta el campamento que habían hecho junto a un
álamo alto.
Mal soltó el rifle y sacó el arco.
—Voy a buscar la cena —dijo, y se fundió en el bosque antes de que pudiera
pensar en protestar.
Me desplomé en el suelo. Harshaw encendió el fuego y yo me senté ante él,
mirando las llamas, apenas sintiendo su calidez. Tolya me entregó una botella y
después se agachó y, tras esperar a que le hiciera un asentimiento, me volvió a
colocar el hombro en su sitio. El dolor no fue suficiente como para detener las
imágenes que se derramaban en mi cabeza, las conexiones que mi mente no dejaba de
hacer.
Una chica en un campo, de pie sobre su hermana asesinada, el humo negro del
Corte alzándose de su cuerpo, su padre arrodillándose a su lado.
Era un gran Sanador. Baghra se equivocaba. Morozova había necesitado más que
la Pequeña Ciencia para salvar a su hija. Había utilizado el merzost, la resurrección.
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