Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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entrada a la Cera Huo.Mal sacó el mapa.—No lo veo.—Es una historia. Hubo una masacre aquí.—¿Una batalla? —pregunté.—No. Un batallón shu vino aquí conducido por sus enemigos. Eran prisionerosde guerra.—¿Qué enemigos? —quiso saber Harshaw.Tolya se encogió de hombros.—Ravkanos, fjerdanos, quizás otros shu. Fue hace mucho tiempo.—¿Qué les sucedió?—Se estaban muriendo de hambre, y cuando el hambre fue demasiada, sevolvieron los unos contra los otros. Se dice que el último hombre que quedó en pieplantó un árbol por cada uno de sus hermanos caídos, y ahora esperan a que losviajeros pasen demasiado cerca de sus ramas, para poder reclamar una última comida.—Qué bonito —refunfuñó Zoya—. Recuérdame que nunca te pida que mecuentes un cuento antes de dormir.—Tan solo es una leyenda —dijo Mal—. He visto esos árboles cerca deBalakirev.—¿Creciendo de ese modo? —preguntó Harshaw.—No… No exactamente.Observé las sombras del bosquecillo. Lo cierto era que los árboles parecían unregimiento marchando hacia nosotros. Había oído historias similares sobre el bosquecerca de Duva, de que en los largos inviernos los árboles atrapaban niñas paracomérselas. Supersticiones, me dije, pero no quería dar otro paso en dirección aaquella colina.—¡Mirad! —dijo Harshaw.Seguí su mirada. Allí, entre las sombras profundas de los árboles, algo blanco seestaba moviendo, una sombra que ondeaba, se alzaba y caía, deslizándose entre lasramas.—Hay otro —jadeé, señalando el lugar donde una espiral blanca resplandecía ydespués desaparecía en la nada.—No puede ser —dijo Mak.Otra sombra apareció entre los árboles, y después otra.—No me gusta esto —comentó Harshaw—. No me gusta ni un pelo.—Por todos los Santos —se burló Zoya—. De verdad que sois unos paletos.Alzó las manos, y una enorme ráfaga de viento atravesó la montaña. Las formasblancas parecieron retroceder. A continuación la chica formó un gancho con losbrazos, y las formas se acercaron a nosotros en una nube blanca.—Zoya…—Relájate.www.lectulandia.com - Página 180

Levanté los brazos para defendernos de aquella cosa horrible que Zoya habíaatraído hacia nosotros. La nube explotó, y se deshizo en copos inofensivos quecayeron hasta el suelo a nuestro alrededor.—¿Ceniza?Estiré el brazo para coger un poco entre los dedos. Era fina y blanca, del color dela tiza.—Será alguna clase de fenómeno meteorológico —supuso Zoya, e hizo que laceniza se alzara otra vez en espirales perezosas. Volvimos a mirar hacia la colina. Lasnubes blancas seguían moviéndose por ahí, pero ahora que sabíamos lo que eranparecían algo menos siniestras—. No pensabais de verdad que eran fantasmas,¿verdad? —Me ruboricé, y Tolya se aclaró la garganta. Zoya puso los ojos en blancoy caminó a zancadas hacia la colina—. Estoy rodeada de estúpidos.—Daban miedo —me dijo Mal, encogiéndose de hombros.—Siguen dándolo —murmuré.Mientras ascendíamos, unas extrañas ráfagas de viento nos golpeaban, cálidas ydespués frías. No importaba lo que dijera Zoya; el bosquecillo era un lugarespeluznante. Me mantuve alejada de las ramas extendidas de los árboles y traté deignorar la piel de gallina de mis brazos. Cada vez que una nubecilla blanca se alzabacerca de nosotros, yo pegaba un salto y Oncat siseaba desde el hombro de Harshaw.Cuando finalmente llegamos a la cima de la colina, vimos que los árbolescontinuaban hasta el valle, aunque allí sus ramas estaban repletas de hojas púrpuras, ysus filas se extendían por el paisaje que teníamos debajo como los pliegues de latúnica de un Hacedor. Pero eso no fue lo que nos hizo detenernos en seco.Delante de nosotros se alzaba un enorme peñasco. No parecía tanto una parte delas montañas como la pared del fuerte de un gigante. Era oscuro y enorme, casi planoen la cima, y la roca era del gris oscuro del hierro. A sus pies el viento habíaarrastrado una maraña de árboles muertos. El peñasco estaba partido por la mitad poruna cascada que rugía y alimentaba un lago de agua tan clara que podíamos ver laspiedras del fondo. El lago se extendía durante casi todo el valle, rodeado de losárboles soldados en flor, y después parecía desaparecer bajo tierra.Bajamos hasta el valle, rodeando y saltando pequeñas charcas y riachuelos,mientras el estruendo de la cascada llenaba nuestros oídos. Cuando llegamos hasta ellago, nos detuvimos para llenar las cantimploras y lavarnos la cara.—¿Es esto? —preguntó Zoya—. ¿La Cera Huo?Harshaw apartó a Oncat a un lado y hundió la cabeza en el agua.—Debe de serlo —dijo—. ¿Qué hacemos ahora?—Subir, creo —respondió Mal.Tolya examinó la extensión resbaladiza de la pared del peñasco. La roca estabamojada por el agua de la cascada.—Tendremos que rodearlo. No hay forma de escalar por aquí.—Por la mañana —replicó Mal—. Es demasiado peligroso escalar este terrenowww.lectulandia.com - Página 181

entrada a la Cera Huo.

Mal sacó el mapa.

—No lo veo.

—Es una historia. Hubo una masacre aquí.

—¿Una batalla? —pregunté.

—No. Un batallón shu vino aquí conducido por sus enemigos. Eran prisioneros

de guerra.

—¿Qué enemigos? —quiso saber Harshaw.

Tolya se encogió de hombros.

—Ravkanos, fjerdanos, quizás otros shu. Fue hace mucho tiempo.

—¿Qué les sucedió?

—Se estaban muriendo de hambre, y cuando el hambre fue demasiada, se

volvieron los unos contra los otros. Se dice que el último hombre que quedó en pie

plantó un árbol por cada uno de sus hermanos caídos, y ahora esperan a que los

viajeros pasen demasiado cerca de sus ramas, para poder reclamar una última comida.

—Qué bonito —refunfuñó Zoya—. Recuérdame que nunca te pida que me

cuentes un cuento antes de dormir.

—Tan solo es una leyenda —dijo Mal—. He visto esos árboles cerca de

Balakirev.

—¿Creciendo de ese modo? —preguntó Harshaw.

—No… No exactamente.

Observé las sombras del bosquecillo. Lo cierto era que los árboles parecían un

regimiento marchando hacia nosotros. Había oído historias similares sobre el bosque

cerca de Duva, de que en los largos inviernos los árboles atrapaban niñas para

comérselas. Supersticiones, me dije, pero no quería dar otro paso en dirección a

aquella colina.

—¡Mirad! —dijo Harshaw.

Seguí su mirada. Allí, entre las sombras profundas de los árboles, algo blanco se

estaba moviendo, una sombra que ondeaba, se alzaba y caía, deslizándose entre las

ramas.

—Hay otro —jadeé, señalando el lugar donde una espiral blanca resplandecía y

después desaparecía en la nada.

—No puede ser —dijo Mak.

Otra sombra apareció entre los árboles, y después otra.

—No me gusta esto —comentó Harshaw—. No me gusta ni un pelo.

—Por todos los Santos —se burló Zoya—. De verdad que sois unos paletos.

Alzó las manos, y una enorme ráfaga de viento atravesó la montaña. Las formas

blancas parecieron retroceder. A continuación la chica formó un gancho con los

brazos, y las formas se acercaron a nosotros en una nube blanca.

—Zoya…

—Relájate.

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