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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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—Los doctores shu tal vez no sean tan malos —dijo Harshaw. Seguía

jugueteando con las llamas, enviándolas hacia arriba en lazos y bucles que

serpenteaban—. Al menos limpian sus instrumentos. En la Isla Errante piensan que la

sangre de Grisha lo cura todo: la impotencia, las enfermedades, todo. Cuando mi

hermano manifestó su poder, le cortaron la garganta y lo colgaron boca abajo para

drenarlo como a un cerdo en un matadero.

—Por todos los Santos, Harshaw —jadeó Zoya.

—Quemé la aldea y a todos sus habitantes hasta reducirlos a cenizas. Después me

monté en un barco y no volví a mirar atrás.

Recordé el sueño que había tenido una vez el Oscuro, de que fuéramos ravkanos y

no solo Grisha. Había tratado de buscar un lugar seguro para los de nuestra clase, tal

vez el único en el mundo. Comprendo el deseo de permanecer en libertad.

¿Era por eso por lo que Harshaw seguía luchando? ¿Por lo que había decidido

quedarse? Debía de haber compartido alguna vez el sueño del Oscuro. ¿Me había

cedido a mí el testigo?

—Haremos guardia esta noche —dijo Mal—, e iremos más hacia el este mañana.

Hacia el este, a la Cera Huo, donde los espíritus hacían guardia. Pero nosotros ya

viajábamos con nuestros propios fantasmas.

No quedaba ninguna evidencia de los ladrones a la mañana siguiente, tan solo el

campo quemado con patrones extraños. Mal nos adentró más en las montañas. Al

principio del viaje habíamos visto el humo del fuego de alguien, o la forma de alguna

choza en una ladera. Ahora estábamos solos, y nuestra única compañía eran los

lagartos que veíamos tomando el sol en las rocas y, una vez, una manada de alces

pastando en una pradera distante.

Si había señales del pájaro de fuego eran invisibles para mí, pero reconocí el

silencio en Mal, su profunda resolución. Lo había visto en Tsibeya cuando cazábamos

al ciervo, y después otra vez en las aguas del Paso de los Huesos.

Según Tolya, la Cera Huo estaba señalada de una forma distinta en cada mapa, y

desde luego no teníamos forma de saber si sería allí donde encontraríamos al pájaro

de fuego. Pero le había dado una dirección a Mal, y ahora se movía de esa forma

firme y confiada suya, como si todo en el mundo salvaje ya le resultara familiar,

como si conociera todos sus secretos. Para los demás se convirtió en una especie de

juego, y trataban de predecir por qué camino nos llevaría.

—¿Qué es lo que ves? —preguntó Harshaw, frustrado, cuando Mal nos alejó de

un sendero fácil. Él se encogió de hombros.

—Es más lo que no veo. —Señaló el lugar donde una bandada de gansos viraba

hacia el sur en una plataforma escarpada—. Es la forma de moverse de los pájaros, la

forma de esconderse entre los arbustos de los animales.

Harshaw rascó a Oncat detrás de la oreja y susurró en voz alta:

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