Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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se unían al fin, ¿sería lo bastante fuerte como para enfrentarme a él? Sobre todopensaba en Morozova, y me preguntaba si alguna vez habría caminado por esosmismos caminos, mirado esas mismas montañas. ¿Su necesidad de terminar la tareaque había empezado lo habría impulsado tal como me impulsaba a mí ladesesperación, obligándome a poner un pie delante del otro, a dar otro paso, a vadearotro río, a subir otra colina?Aquella noche la temperatura bajó lo suficiente como para que tuviéramos quemontar las tiendas. Al parecer, Zoya pensaba que era yo quien tenía que montar lanuestra, a pesar de que las dos fuéramos a dormir en ella. Estaba maldiciendo sobre elmontón de lona cuando Mal me hizo callarme.—Hay alguien ahí fuera —dijo.Nos encontrábamos en un campo amplio de hierba que se extendía entre doscolinas bajas. Escudriñé en la tenue luz del crepúsculo, incapaz de distinguir nada, ylevanté las manos con actitud interrogativa.Mal negó con la cabeza.—Como último recurso —susurró.Asentí con la cabeza. No quería meternos en otra situación como la que habíamostenido con la milicia.Mal recogió su rifle e hizo una señal. Tolya sacó la espada y nos pusimos todos enformación, espalda con espalda, esperando.—Harshaw —susurré.Oí el sonido del pedernal de Harshaw. Dio un paso hacia delante, extendió losbrazos y una ardiente llamarada cobró vida con un rugido. Nos rodeó en un anilloresplandeciente, iluminando los rostros de los hombres que estaban agachados en elcampo, más allá de nosotros. Eran cinco o seis, con ojos dorados y ropa de zalea. Vique sacaban arcos y que la luz se reflejaba en al menos una pistola.—Ahora —dije.Zoya y Harshaw se movieron como uno; estiraron los brazos en anchos arcos, ylas llamas resplandecieron sobre la hierba como algo viviente, impulsadas por elpoder combinado.Mal gritó, y el fuego se extendió en lenguas hambrientas. Oí un único disparo, ylos ladrones dieron media vuelta y corrieron. Harshaw y Zoya enviaron el fuego trasellos, persiguiéndolos por el campo.—Tal vez vuelvan —dijo Tolya—. Y traerán más hombres. Se gana mucho dineropor un Grisha en Koba.Era una ciudad justo al sur de la frontera.Pensé por primera vez en cómo habrían sido las cosas para Tolya y Tamar,incapaces de regresar jamás al país de su padre, extranjeros en Ravka y también ahí.Zoya se estremeció.—En Fjerda no son mejores. Hay cazadores de brujas que no comen animales, nollevan zapatos de cuero ni matan arañas en sus casas, pero queman vivos a los Grisha.www.lectulandia.com - Página 174

—Los doctores shu tal vez no sean tan malos —dijo Harshaw. Seguíajugueteando con las llamas, enviándolas hacia arriba en lazos y bucles queserpenteaban—. Al menos limpian sus instrumentos. En la Isla Errante piensan que lasangre de Grisha lo cura todo: la impotencia, las enfermedades, todo. Cuando mihermano manifestó su poder, le cortaron la garganta y lo colgaron boca abajo paradrenarlo como a un cerdo en un matadero.—Por todos los Santos, Harshaw —jadeó Zoya.—Quemé la aldea y a todos sus habitantes hasta reducirlos a cenizas. Después memonté en un barco y no volví a mirar atrás.Recordé el sueño que había tenido una vez el Oscuro, de que fuéramos ravkanos yno solo Grisha. Había tratado de buscar un lugar seguro para los de nuestra clase, talvez el único en el mundo. Comprendo el deseo de permanecer en libertad.¿Era por eso por lo que Harshaw seguía luchando? ¿Por lo que había decididoquedarse? Debía de haber compartido alguna vez el sueño del Oscuro. ¿Me habíacedido a mí el testigo?—Haremos guardia esta noche —dijo Mal—, e iremos más hacia el este mañana.Hacia el este, a la Cera Huo, donde los espíritus hacían guardia. Pero nosotros yaviajábamos con nuestros propios fantasmas.No quedaba ninguna evidencia de los ladrones a la mañana siguiente, tan solo elcampo quemado con patrones extraños. Mal nos adentró más en las montañas. Alprincipio del viaje habíamos visto el humo del fuego de alguien, o la forma de algunachoza en una ladera. Ahora estábamos solos, y nuestra única compañía eran loslagartos que veíamos tomando el sol en las rocas y, una vez, una manada de alcespastando en una pradera distante.Si había señales del pájaro de fuego eran invisibles para mí, pero reconocí elsilencio en Mal, su profunda resolución. Lo había visto en Tsibeya cuando cazábamosal ciervo, y después otra vez en las aguas del Paso de los Huesos.Según Tolya, la Cera Huo estaba señalada de una forma distinta en cada mapa, ydesde luego no teníamos forma de saber si sería allí donde encontraríamos al pájarode fuego. Pero le había dado una dirección a Mal, y ahora se movía de esa formafirme y confiada suya, como si todo en el mundo salvaje ya le resultara familiar,como si conociera todos sus secretos. Para los demás se convirtió en una especie dejuego, y trataban de predecir por qué camino nos llevaría.—¿Qué es lo que ves? —preguntó Harshaw, frustrado, cuando Mal nos alejó deun sendero fácil. Él se encogió de hombros.—Es más lo que no veo. —Señaló el lugar donde una bandada de gansos virabahacia el sur en una plataforma escarpada—. Es la forma de moverse de los pájaros, laforma de esconderse entre los arbustos de los animales.Harshaw rascó a Oncat detrás de la oreja y susurró en voz alta:www.lectulandia.com - Página 175

se unían al fin, ¿sería lo bastante fuerte como para enfrentarme a él? Sobre todo

pensaba en Morozova, y me preguntaba si alguna vez habría caminado por esos

mismos caminos, mirado esas mismas montañas. ¿Su necesidad de terminar la tarea

que había empezado lo habría impulsado tal como me impulsaba a mí la

desesperación, obligándome a poner un pie delante del otro, a dar otro paso, a vadear

otro río, a subir otra colina?

Aquella noche la temperatura bajó lo suficiente como para que tuviéramos que

montar las tiendas. Al parecer, Zoya pensaba que era yo quien tenía que montar la

nuestra, a pesar de que las dos fuéramos a dormir en ella. Estaba maldiciendo sobre el

montón de lona cuando Mal me hizo callarme.

—Hay alguien ahí fuera —dijo.

Nos encontrábamos en un campo amplio de hierba que se extendía entre dos

colinas bajas. Escudriñé en la tenue luz del crepúsculo, incapaz de distinguir nada, y

levanté las manos con actitud interrogativa.

Mal negó con la cabeza.

—Como último recurso —susurró.

Asentí con la cabeza. No quería meternos en otra situación como la que habíamos

tenido con la milicia.

Mal recogió su rifle e hizo una señal. Tolya sacó la espada y nos pusimos todos en

formación, espalda con espalda, esperando.

—Harshaw —susurré.

Oí el sonido del pedernal de Harshaw. Dio un paso hacia delante, extendió los

brazos y una ardiente llamarada cobró vida con un rugido. Nos rodeó en un anillo

resplandeciente, iluminando los rostros de los hombres que estaban agachados en el

campo, más allá de nosotros. Eran cinco o seis, con ojos dorados y ropa de zalea. Vi

que sacaban arcos y que la luz se reflejaba en al menos una pistola.

—Ahora —dije.

Zoya y Harshaw se movieron como uno; estiraron los brazos en anchos arcos, y

las llamas resplandecieron sobre la hierba como algo viviente, impulsadas por el

poder combinado.

Mal gritó, y el fuego se extendió en lenguas hambrientas. Oí un único disparo, y

los ladrones dieron media vuelta y corrieron. Harshaw y Zoya enviaron el fuego tras

ellos, persiguiéndolos por el campo.

—Tal vez vuelvan —dijo Tolya—. Y traerán más hombres. Se gana mucho dinero

por un Grisha en Koba.

Era una ciudad justo al sur de la frontera.

Pensé por primera vez en cómo habrían sido las cosas para Tolya y Tamar,

incapaces de regresar jamás al país de su padre, extranjeros en Ravka y también ahí.

Zoya se estremeció.

—En Fjerda no son mejores. Hay cazadores de brujas que no comen animales, no

llevan zapatos de cuero ni matan arañas en sus casas, pero queman vivos a los Grisha.

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