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único que tenía eran los mismos recuerdos desgastados: un plato de remolachas, una
espalda ancha, el balanceo de las colas de buey delante de mí.
Distinguimos a unos cuantos refugiados: una mujer con un bebé al pecho
montada en un carro tirado por un poni mientras su marido caminaba junto a ella; un
grupo de gente de nuestra edad que supuse que serían desertores del Primer Ejército.
Pero no había mucha gente en el camino bajo las ruinas. Los lugares más populares
para tratar de entrar en Shu Han estaban más hacia el oeste, donde las montañas eran
menos escarpadas y el viaje hacia la costa era más sencillo.
La belleza de las Sikurzoi me impactó de repente. Las únicas montañas que había
conocido eran las cimas heladas muy al norte y las Petrazoi: escarpadas, grises y
amenazadoras. Pero esas montañas eran suaves y onduladas, sus laderas se
encontraban cubiertas de hierba alta, y los valles entre ellas estaban atravesados por
ríos de corriente lenta que emitían destellos azules y dorados al sol. Incluso el cielo
parecía darnos la bienvenida, una llanura de un azul infinito, con gruesas nubes
blancas que se acumulaban en el horizonte, y las cimas nevadas de la cordillera del
sur visibles en la distancia.
Sabía que aquella era tierra de nadie, la peligrosa frontera que marcaba el fin de
Ravka y el comienzo del territorio enemigo, pero no tenía esa sensación. Había
mucha agua y espacio para pastar. De no haber sido por la guerra, si las líneas se
hubieran dibujado de una forma distinta, aquel habría sido un lugar pacífico.
No encendimos ningún fuego y acampamos al aire libre aquella noche, con las
esterillas extendidas bajo las estrellas. Escuché el susurro del viento en la hierba y
pensé en Nikolai. ¿Estaría ahí fuera, rastreándonos mientras nosotros rastreábamos al
pájaro de fuego? ¿Nos reconocería, o se habría perdido a sí mismo por completo?
¿Llegaría el día en que simplemente fuéramos presas para él? Examiné el cielo,
esperando ver una forma alada que tapara las estrellas. Me costó conciliar el sueño.
Al día siguiente, abandonamos el camino principal y comenzamos a subir con
empeño. Mal nos llevó al este, hacia la Cera Huo, siguiendo una senda que parecía
aparecer y desaparecer mientras recorría las montañas. Aparecieron tormentas sin
previo aviso, unas densas trombas de agua que convertían el suelo bajo nosotros en
un barro que nos absorbía, y después se desvanecían tan rápidamente como habían
llegado.
Tolya estaba preocupado por las inundaciones, así que abandonamos el sendero
por completo y nos dirigimos a terrenos más altos, por lo que pasamos el resto de la
tarde en la estrecha parte trasera de una cresta rocosa, desde donde podíamos ver las
nubes de tormenta persiguiéndose las unas a las otras sobre las colinas bajas y los
valles, gruesas y oscuras pero resplandeciendo con los breves destellos de los rayos.
Los días se alargaban, y era plenamente consciente de que cada paso que nos
adentrábamos en Shu Han era un paso que tendríamos que retroceder para volver a
Ravka. ¿Qué encontraríamos cuando regresáramos? ¿El Oscuro habría dominado ya
Ravka Occidental? Y, si encontrábamos al pájaro de fuego, si los tres amplificadores
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