Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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—¿Qué vas a darle de comer a este en las colinas? Será mejor que te asegures deque no te ase en el fuego.Tolya frunció el ceño, pero la mujer se rio tanto que estuvo a punto de caerse deltaburete.Mal añadió unos cuantos anillos de oración a los mapas y le entregó las monedasa la mujer.—Tenía un hermano que fue a Novyi Zem —dijo, todavía riendo entre dientesmientras le daba el cambio a Mal—. Probablemente sea rico ahora. Es un buen lugarpara comenzar una nueva vida.Zoya resopló.—¿Comparado con qué?—En realidad no está tan mal —aseguró Tolya.—Tierra y más tierra.—Hay ciudades —refunfuñó Tolya mientras nos alejábamos.—¿Qué te dijo la mujer sobre las montañas orientales? —pregunté.—Son sagradas —explicó él—, y al parecer están embrujadas. Me aseguró que laCera Huo está custodiada por fantasmas.Un escalofrío me recorrió la columna.—¿Qué es la Cera Huo?Los ojos dorados de Tolya centellearon.—La Cascada de Fuego.Ni siquiera me fijé en las ruinas hasta que estuvimos casi justo debajo de ellas. Erantotalmente anodinas: dos columnas de roca desgastadas y maltratadas por lasinclemencias del tiempo que flanqueaban el camino que llevaba al sureste desde elvalle. Puede que alguna vez fueran un arco. O un acueducto. O dos molinos, comoindicaba el nombre. O tan solo dos rocas puntiagudas. ¿Qué era lo que esperaba? ¿AIlya Morozova a un lado del camino rodeado por un halo dorado, con un cartel quedijera «Tenías razón, Alina. El pájaro de fuego está por aquí»?Pero el punto de vista parecía el correcto. Había examinado la ilustración deSankt Ilya en cadenas tantas veces que tenía la imagen grabada en mi memoria. Lavista de las Sikurzoi más allá de las columnas encajaba con mi recuerdo de la página.¿Lo habría dibujado el propio Morozova? ¿Sería él el responsable del mapa que habíaen la ilustración, o alguien más habría encajado las piezas de su historia? Tal vez nolo descubriera nunca.Este es el lugar, me dije. Tiene que serlo.—¿Ves algo familiar? —le pregunté a Mal, que negó con la cabeza.—Supongo que esperaba… —Se encogió de hombros; no tenía que decir nadamás. Yo había tenido esa misma esperanza en mi corazón, de que cuando estuviera enese camino, en ese valle, de pronto algo más de mi pasado me quedaría claro. Pero lowww.lectulandia.com - Página 172

único que tenía eran los mismos recuerdos desgastados: un plato de remolachas, unaespalda ancha, el balanceo de las colas de buey delante de mí.Distinguimos a unos cuantos refugiados: una mujer con un bebé al pechomontada en un carro tirado por un poni mientras su marido caminaba junto a ella; ungrupo de gente de nuestra edad que supuse que serían desertores del Primer Ejército.Pero no había mucha gente en el camino bajo las ruinas. Los lugares más popularespara tratar de entrar en Shu Han estaban más hacia el oeste, donde las montañas eranmenos escarpadas y el viaje hacia la costa era más sencillo.La belleza de las Sikurzoi me impactó de repente. Las únicas montañas que habíaconocido eran las cimas heladas muy al norte y las Petrazoi: escarpadas, grises yamenazadoras. Pero esas montañas eran suaves y onduladas, sus laderas seencontraban cubiertas de hierba alta, y los valles entre ellas estaban atravesados porríos de corriente lenta que emitían destellos azules y dorados al sol. Incluso el cieloparecía darnos la bienvenida, una llanura de un azul infinito, con gruesas nubesblancas que se acumulaban en el horizonte, y las cimas nevadas de la cordillera delsur visibles en la distancia.Sabía que aquella era tierra de nadie, la peligrosa frontera que marcaba el fin deRavka y el comienzo del territorio enemigo, pero no tenía esa sensación. Habíamucha agua y espacio para pastar. De no haber sido por la guerra, si las líneas sehubieran dibujado de una forma distinta, aquel habría sido un lugar pacífico.No encendimos ningún fuego y acampamos al aire libre aquella noche, con lasesterillas extendidas bajo las estrellas. Escuché el susurro del viento en la hierba ypensé en Nikolai. ¿Estaría ahí fuera, rastreándonos mientras nosotros rastreábamos alpájaro de fuego? ¿Nos reconocería, o se habría perdido a sí mismo por completo?¿Llegaría el día en que simplemente fuéramos presas para él? Examiné el cielo,esperando ver una forma alada que tapara las estrellas. Me costó conciliar el sueño.Al día siguiente, abandonamos el camino principal y comenzamos a subir conempeño. Mal nos llevó al este, hacia la Cera Huo, siguiendo una senda que parecíaaparecer y desaparecer mientras recorría las montañas. Aparecieron tormentas sinprevio aviso, unas densas trombas de agua que convertían el suelo bajo nosotros enun barro que nos absorbía, y después se desvanecían tan rápidamente como habíanllegado.Tolya estaba preocupado por las inundaciones, así que abandonamos el senderopor completo y nos dirigimos a terrenos más altos, por lo que pasamos el resto de latarde en la estrecha parte trasera de una cresta rocosa, desde donde podíamos ver lasnubes de tormenta persiguiéndose las unas a las otras sobre las colinas bajas y losvalles, gruesas y oscuras pero resplandeciendo con los breves destellos de los rayos.Los días se alargaban, y era plenamente consciente de que cada paso que nosadentrábamos en Shu Han era un paso que tendríamos que retroceder para volver aRavka. ¿Qué encontraríamos cuando regresáramos? ¿El Oscuro habría dominado yaRavka Occidental? Y, si encontrábamos al pájaro de fuego, si los tres amplificadoreswww.lectulandia.com - Página 173

—¿Qué vas a darle de comer a este en las colinas? Será mejor que te asegures de

que no te ase en el fuego.

Tolya frunció el ceño, pero la mujer se rio tanto que estuvo a punto de caerse del

taburete.

Mal añadió unos cuantos anillos de oración a los mapas y le entregó las monedas

a la mujer.

—Tenía un hermano que fue a Novyi Zem —dijo, todavía riendo entre dientes

mientras le daba el cambio a Mal—. Probablemente sea rico ahora. Es un buen lugar

para comenzar una nueva vida.

Zoya resopló.

—¿Comparado con qué?

—En realidad no está tan mal —aseguró Tolya.

—Tierra y más tierra.

—Hay ciudades —refunfuñó Tolya mientras nos alejábamos.

—¿Qué te dijo la mujer sobre las montañas orientales? —pregunté.

—Son sagradas —explicó él—, y al parecer están embrujadas. Me aseguró que la

Cera Huo está custodiada por fantasmas.

Un escalofrío me recorrió la columna.

—¿Qué es la Cera Huo?

Los ojos dorados de Tolya centellearon.

—La Cascada de Fuego.

Ni siquiera me fijé en las ruinas hasta que estuvimos casi justo debajo de ellas. Eran

totalmente anodinas: dos columnas de roca desgastadas y maltratadas por las

inclemencias del tiempo que flanqueaban el camino que llevaba al sureste desde el

valle. Puede que alguna vez fueran un arco. O un acueducto. O dos molinos, como

indicaba el nombre. O tan solo dos rocas puntiagudas. ¿Qué era lo que esperaba? ¿A

Ilya Morozova a un lado del camino rodeado por un halo dorado, con un cartel que

dijera «Tenías razón, Alina. El pájaro de fuego está por aquí»?

Pero el punto de vista parecía el correcto. Había examinado la ilustración de

Sankt Ilya en cadenas tantas veces que tenía la imagen grabada en mi memoria. La

vista de las Sikurzoi más allá de las columnas encajaba con mi recuerdo de la página.

¿Lo habría dibujado el propio Morozova? ¿Sería él el responsable del mapa que había

en la ilustración, o alguien más habría encajado las piezas de su historia? Tal vez no

lo descubriera nunca.

Este es el lugar, me dije. Tiene que serlo.

—¿Ves algo familiar? —le pregunté a Mal, que negó con la cabeza.

—Supongo que esperaba… —Se encogió de hombros; no tenía que decir nada

más. Yo había tenido esa misma esperanza en mi corazón, de que cuando estuviera en

ese camino, en ese valle, de pronto algo más de mi pasado me quedaría claro. Pero lo

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