Ruina y ascenso - Leigh Bardugo
—Eso no es justo.—¡Eh! —gritó Zoya por el borde del cráter que teníamos encima—. Si no estáisarriba cuando cuente diez, voy a volver a la cama y me llevaréis en brazos hasta DvaStolba.—Mal —dije con un suspiro—. Si la mato en las Sikurzoi, ¿me lo echarás encara?—Sí —respondió. A continuación, añadió—: Eso significa que será mejor queparezca un accidente.Dva Stolba me tomó por sorpresa. Por alguna razón, esperaba que el pequeño vallefuera como un cementerio, un triste erial de fantasmas y lugares abandonados. Enlugar de eso, los asentamientos eran muy bulliciosos. El paisaje estaba salpicado porarmatostes quemados y campos vacíos de ceniza, pero habían brotado nuevas casas ynegocios junto a ellos.Había tabernas y hostales, un escaparate que anunciaba reparación de relojes, y loque parecía una tienda que prestaba libros durante una semana. Todo parecíaextrañamente provisional. Las ventanas rotas se habían cubierto con tablones.Muchas de las casas tenían tejados de lona o agujeros en las paredes que habíancubierto con mantas de lana o esterillas. Era como si dijeran: ¿Quién sabe cuántotiempo estaremos aquí? Vamos a apañarnos con lo que tenemos.¿Siempre había sido así? Los asentamientos se destruían y reconstruíanconstantemente, gobernados por Shu Han o por Ravka, dependiendo de cómohubieran quedado las fronteras al finalizar una guerra en concreto. ¿Así era comohabían vivido mis padres? Era extraños imaginarlos de ese modo, pero no memolestaba la idea. Podían haber sido soldados o mercaderes. Podían haber sidofelices allí. Y a lo mejor uno de ellos ocultaba un poder, el legado latente de la hijapequeña de Morozova. Había leyendas de Invocadores del Sol anteriores a mí. Lamayoría de la gente pensaba que eran fraudes o historias vacías; deseos ilusos nacidosde la miseria originada por la Sombra. Pero tal vez hubiera algo más. O tal vez meestaba aferrando al sueño de un legado que no me pertenecía realmente.Cruzamos la plaza de un mercado abarrotado de gente, con sus mercancíasdispuestas en mesas improvisadas: sartenes de hojalata, cuchillos de caza, pieles parael viaje por las montañas. Vimos botes de grasa de ganso, higos secos que vendían apuñados, monturas delgadas y pistolas de aspecto endeble. Sobre un puesto colgabanunas cuerdas con patos recién desplumados, de piel rosada y con hoyuelos. Malmantuvo el arco y el rifle ocultos en la bolsa. Las armas estaban demasiado bienhechas como para no llamar la atención.Había niños jugando en la tierra. Un hombre con una camiseta sin mangas estabaacuclillado mientras ahumaba alguna clase de carne en un barril grande de metal. Loobservé mientras lanzaba una rama de enebro al interior, y salió una nube azulada ywww.lectulandia.com - Página 170
aromática. Zoya arrugó la nariz, pero Tolya y Harshaw sacaron sus monedas a todaprisa.Ahí era donde la familia de Mal y la mía habían encontrado la muerte. De algúnmodo, la atmósfera salvaje y alegre parecía casi injusta. Desde luego, no encajabacon mi humor.Me sentí aliviada cuando Mal dijo:—Pensaba que este lugar sería más triste.—¿Has visto lo pequeño que era el cementerio? —pregunté en voz baja, y élasintió con la cabeza. En la mayor parte de Ravka los cementerios eran más grandesque los pueblos, pero cuando los shu quemaron aquellos asentamientos, no habíaquedado nadie para llorar a los muertos.Aunque estábamos bien aprovisionados gracias a las reservas de la Rueca, Malquería comprar un mapa hecho allí. Necesitábamos saber qué caminos podían haberquedado bloqueados a causa de los desprendimientos y qué puentes habían sidoderruidos por el agua.Una mujer con trenzas blancas que se asomaban bajo su gorro de lana naranjaestaba sentada en un taburete bajo y pintado, canturreando para sí misma y agitandoun cencerro para llamar la atención de los transeúntes. No se había molestado enponer una mesa, pero había desplegado una alfombra directamente sobre la tierradonde exhibía su mercancía: cantimploras, alforjas, mapas y anillos de oración demetal. Había una mula tras ella, sacudiendo las largas orejas para librarse de lasmoscas, y la mujer se estiraba de vez en cuando para darle una palmada en el hocico.—Pronto vendrá la nieve —comentó, mirando al cielo con los ojos entrecerradosmientras examinábamos los mapas—. ¿Necesitáis mantas para el viaje?—Estamos bien provistos —dije—. Gracias.—Mucha gente se dirige hacia la frontera.—¿Y usted no?—Soy demasiado vieja como para ir. Los shu, los fjerdanos, la Sombra… —seencogió de hombros—. Si te sientas quieta, los problemas pasan de largo.O te golpean de lleno, y después vuelven para la segunda ronda, pensésombríamente.Mal sostuvo en alto uno de los mapas.—No veo las montañas orientales, solo las occidentales.—Es mejor ir hacia el oeste —aseguró la mujer—. ¿Quieres ir a la costa?—Sí —mintió Mal con facilidad—, y después a Novyi Zem. Pero…—Ju weh —dijo Tolya—. Ey ye bat e’yuan.La mujer le respondió y se pusieron a observar juntos un mapa, conversando enshu mientras los demás aguardábamos pacientemente.Finalmente, Tolya le entregó un mapa diferente a Mal.—Del este —dijo.La mujer agitó el cencerro en dirección a Tolya y me preguntó:www.lectulandia.com - Página 171
- Page 120 and 121: tanto.—Esa es para mí —dije—
- Page 122 and 123: —Bueno, pues Alina no puede lleva
- Page 124 and 125: staba sentado en el borde de una me
- Page 126 and 127: —Estabas destinada a equilibrarme
- Page 128 and 129: después, despiertos de inmediato t
- Page 130 and 131: —Así es como hiciste que saltara
- Page 132 and 133: edia hora después estábamos senta
- Page 134 and 135: Comenzaba a notar un dolor sordo ce
- Page 136 and 137: —Hay una botella de kvas en un es
- Page 138 and 139: última pizca de su poder para resu
- Page 140 and 141: fuera fuerte. Le enseñé la lecci
- Page 142 and 143: pájaro de fuego. Podría haber viv
- Page 144 and 145: quiera quedarse —continuó—, vo
- Page 146 and 147: la mañana siguiente, encontré a N
- Page 148 and 149: del cristal roto mientras los niche
- Page 150 and 151: Las líneas avanzaron por su estóm
- Page 152 and 153: mejilla y le dio una palmada sin mu
- Page 154 and 155: Garcilla, utilizando fuego y viento
- Page 156 and 157: l pequeño navío subía y bajaba,
- Page 158 and 159: pájaro de fuego.Hubo un breve sile
- Page 160 and 161: aún más blancos de lo que eran an
- Page 162 and 163: dormir, inquietos. No hicimos guard
- Page 164 and 165: Ya habían limpiado y ensartado la
- Page 166 and 167: tantas veces que parecía que tuvie
- Page 168 and 169: l final, todos se quedaron, Zoya in
- Page 172 and 173: —¿Qué vas a darle de comer a es
- Page 174 and 175: se unían al fin, ¿sería lo basta
- Page 176 and 177: —Y la gente dice que yo estoy loc
- Page 178 and 179: puedo ofrecerte. El mismo truco de
- Page 180 and 181: entrada a la Cera Huo.Mal sacó el
- Page 182 and 183: por la noche.Harshaw inclinó la ca
- Page 184 and 185: de un saliente irregular de piedra
- Page 186 and 187: y Harshaw se pasarán toda la noche
- Page 188 and 189: Ravka. Era correcto que nos arrodil
- Page 190 and 191: La forma de mantener el oxígeno en
- Page 192 and 193: los nidos de las alondras y los ger
- Page 194 and 195: —Prácticamente justo después de
- Page 196 and 197: Un instante de pie me encontraba fr
- Page 198 and 199: manos suaves que me sujetaban. Zoya
- Page 200 and 201: Nadia sonrió.—Estaríamos oculto
- Page 202 and 203: subestimado, y a lo mejor también
- Page 204 and 205: hacer críticas no demasiado constr
- Page 206 and 207: —Sankta Alina —murmuraron.—En
- Page 208 and 209: La casa del propietario era magníf
- Page 210 and 211: Las grietas negras de su torso come
- Page 212 and 213: Me había olvidado de la enorme joy
- Page 214 and 215: podrían activarlos tan tarde como
- Page 216 and 217: suerte eso es lo único que necesit
- Page 218 and 219: —¿Tenemos permitido caminar, o n
—Eso no es justo.
—¡Eh! —gritó Zoya por el borde del cráter que teníamos encima—. Si no estáis
arriba cuando cuente diez, voy a volver a la cama y me llevaréis en brazos hasta Dva
Stolba.
—Mal —dije con un suspiro—. Si la mato en las Sikurzoi, ¿me lo echarás en
cara?
—Sí —respondió. A continuación, añadió—: Eso significa que será mejor que
parezca un accidente.
Dva Stolba me tomó por sorpresa. Por alguna razón, esperaba que el pequeño valle
fuera como un cementerio, un triste erial de fantasmas y lugares abandonados. En
lugar de eso, los asentamientos eran muy bulliciosos. El paisaje estaba salpicado por
armatostes quemados y campos vacíos de ceniza, pero habían brotado nuevas casas y
negocios junto a ellos.
Había tabernas y hostales, un escaparate que anunciaba reparación de relojes, y lo
que parecía una tienda que prestaba libros durante una semana. Todo parecía
extrañamente provisional. Las ventanas rotas se habían cubierto con tablones.
Muchas de las casas tenían tejados de lona o agujeros en las paredes que habían
cubierto con mantas de lana o esterillas. Era como si dijeran: ¿Quién sabe cuánto
tiempo estaremos aquí? Vamos a apañarnos con lo que tenemos.
¿Siempre había sido así? Los asentamientos se destruían y reconstruían
constantemente, gobernados por Shu Han o por Ravka, dependiendo de cómo
hubieran quedado las fronteras al finalizar una guerra en concreto. ¿Así era como
habían vivido mis padres? Era extraños imaginarlos de ese modo, pero no me
molestaba la idea. Podían haber sido soldados o mercaderes. Podían haber sido
felices allí. Y a lo mejor uno de ellos ocultaba un poder, el legado latente de la hija
pequeña de Morozova. Había leyendas de Invocadores del Sol anteriores a mí. La
mayoría de la gente pensaba que eran fraudes o historias vacías; deseos ilusos nacidos
de la miseria originada por la Sombra. Pero tal vez hubiera algo más. O tal vez me
estaba aferrando al sueño de un legado que no me pertenecía realmente.
Cruzamos la plaza de un mercado abarrotado de gente, con sus mercancías
dispuestas en mesas improvisadas: sartenes de hojalata, cuchillos de caza, pieles para
el viaje por las montañas. Vimos botes de grasa de ganso, higos secos que vendían a
puñados, monturas delgadas y pistolas de aspecto endeble. Sobre un puesto colgaban
unas cuerdas con patos recién desplumados, de piel rosada y con hoyuelos. Mal
mantuvo el arco y el rifle ocultos en la bolsa. Las armas estaban demasiado bien
hechas como para no llamar la atención.
Había niños jugando en la tierra. Un hombre con una camiseta sin mangas estaba
acuclillado mientras ahumaba alguna clase de carne en un barril grande de metal. Lo
observé mientras lanzaba una rama de enebro al interior, y salió una nube azulada y
www.lectulandia.com - Página 170