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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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sombra del saliente. Misha era el único que estaba despierto, observándonos con ojos

acusatorios mientras lanzaba piedrecillas al lateral de la Garcilla.

—Ven aquí —dijo Mal, haciéndole un gesto. Pensé que Misha no iba a moverse,

pero entonces se acercó a nosotros arrastrando los pies, con la barbilla en alto en una

expresión enfurruñada—. ¿Tienes el broche que te dio Alina? —El chico asintió una

vez—. Ya sabes lo que significa eso, ¿verdad? Eres un soldado. Los soldados no

siempre van a donde quieren, sino donde los necesitan.

—Lo que pasa es que no queréis que vaya con vosotros.

—No, te necesitamos aquí para ocuparte de los demás. Sabes que David es un

caso perdido, y Adrik va a necesitar ayuda, aunque no quiera admitirlo. Tendrás que

tener cuidado con él, y ayudarlo sin que sepa que lo estás ayudando. ¿Puedes

hacerlo? —Misha se encogió de hombros—. Necesitamos que cuides de ellos al igual

que cuidabas de Baghra.

—Pero yo no cuidaba de ella.

—Sí que lo hacías. La vigilabas, hacías que se sintiera cómoda, y la dejabas

tranquila cuando necesitaba que lo hicieras. Hacías lo que tenías que hacer aunque te

hiciera daño; eso es lo que hacen los soldados.

El chico lo miró fijamente, como si estuviera meditando sus palabras.

—Debería haberla detenido —dijo con la voz rota.

—Si lo hubieras hecho, ninguno de nosotros estaría aquí. Agradecemos que

hicieras lo que tenías que hacer, aunque fuera difícil.

Misha frunció el ceño.

—La verdad es que David es un desastre.

—Cierto —asintió Mal—. Entonces, ¿podemos confiar en ti? —Misha apartó la

mirada. Su expresión seguía siendo intranquila, pero volvió a encogerse de hombros

—. Gracias —dijo Mal—. Puedes empezar poniendo agua a hervir para el desayuno.

El muchacho asintió una vez, y después corrió por la gravilla para ir a buscar el

agua. Mal me echó un vistazo mientras se levantaba y se colgaba la bolsa a la

espalda.

—¿Qué?

—Nada. Eso ha estado… muy bien.

—Era lo que hacía Ana Kuya para que dejara de rogarle que no apagara la

lámpara por la noche.

—¿En serio?

—Sí —dijo mientras comenzaba a subir—. Me decía que tenía que ser valiente

por ti, que si yo tenía miedo, tú tendrías miedo.

—Bueno, a mí me decía que tenía que comerme las chirivías para darte ejemplo,

pero yo me negaba de todos modos.

—Y te preguntas por qué eras tú quien siempre se llevaba los palos.

—Tengo principios.

—Eso significa «si puedo ponerme difícil, lo haré».

www.lectulandia.com - Página 169

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