Ruina y ascenso - Leigh Bardugo
tantas veces que parecía que tuviera la viruela.—Nunca me había alegrado tanto de no ser Grisha —dijo Mal, sacudiendo lacabeza.Zoya levantó el frasco.—Toda la razón para el otkazat’sya solitario.—Baghra me odiaba —confesó David en voz baja.Zoya le quitó importancia con un gesto de la mano.—Todos nos sentíamos así.—No, me odiaba de verdad. Una vez me dio clase junto al resto de Hacedores demi edad, y después se negó a volver a verme jamás. Solía quedarme en el tallermientras todos los demás iban a sus clases.—¿Por qué? —preguntó Harshaw, rascando a Oncat bajo la barbilla.David se encogió de hombros.—Ni idea.—Yo sé por qué —dijo Genya. Esperé, preguntándome si lo diría en serio—.Magnetismo animal —continuó—. Un minuto más en esa cabaña contigo, y hubieratenido que arrancarte toda la ropa.David consideró la idea.—Eso parece improbable.—Imposible —dijimos Mal y yo al mismo tiempo.—Bueno, imposible no —replicó David, con aspecto de sentirse vagamenteinsultado.Genya se rio y le plantó un firme beso en la boca.Cogí un palo para atizar el fuego, y unas chispas se elevaron en el aire. Sabía porqué Baghra se había negado a enseñar a David. Le recordaba demasiado a Morozova,tan obsesionado con el conocimiento que había estado ciego ante el sufrimiento de suhija, la negligencia de su mujer. Y, cómo no, David había creado la lumiya «parapasar el rato», básicamente entregándole al Oscuro los medios para entrar en laSombra. Pero David no era como Morozova. El había estado ahí para Genya cuandoella lo había necesitado. No era un guerrero, pero aun así había encontrado una formade luchar por ella.Miré a mi alrededor, a nuestro grupito extraño y maltrecho, a Adrik sin su brazo,mirando con los ojos muy abiertos a Zoya; a Harshaw y a Tolya, observando a Malmientras este trazaba nuestra ruta en la tierra. Vi que Genya sonreía, con las cicatricestirantes al ver a David gesticulando salvajemente, tratando de explicarle a Nadia suidea para hacer un brazo de latón, mientras esta lo ignoraba y pasaba los dedos porlos mechones oscuros del pelo de Tamar.Ninguno de ellos era fácil, blando ni simple. Eran como yo, cuidando de losdaños y las heridas ocultas; todos rotos de formas distintas. No acabábamos deencajar juntos. Teníamos bordes tan serrados que a veces nos cortábamos, peromientras me aovillaba sobre un costado, con la calidez del fuego a la espalda, sentí unwww.lectulandia.com - Página 166
arrebato de gratitud tan dulce que hizo que me doliera la garganta. Y con ella vino elmiedo. Tenerlos cerca era un lujo que iba a pagar: significaba que tenía más queperder.www.lectulandia.com - Página 167
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tantas veces que parecía que tuviera la viruela.
—Nunca me había alegrado tanto de no ser Grisha —dijo Mal, sacudiendo la
cabeza.
Zoya levantó el frasco.
—Toda la razón para el otkazat’sya solitario.
—Baghra me odiaba —confesó David en voz baja.
Zoya le quitó importancia con un gesto de la mano.
—Todos nos sentíamos así.
—No, me odiaba de verdad. Una vez me dio clase junto al resto de Hacedores de
mi edad, y después se negó a volver a verme jamás. Solía quedarme en el taller
mientras todos los demás iban a sus clases.
—¿Por qué? —preguntó Harshaw, rascando a Oncat bajo la barbilla.
David se encogió de hombros.
—Ni idea.
—Yo sé por qué —dijo Genya. Esperé, preguntándome si lo diría en serio—.
Magnetismo animal —continuó—. Un minuto más en esa cabaña contigo, y hubiera
tenido que arrancarte toda la ropa.
David consideró la idea.
—Eso parece improbable.
—Imposible —dijimos Mal y yo al mismo tiempo.
—Bueno, imposible no —replicó David, con aspecto de sentirse vagamente
insultado.
Genya se rio y le plantó un firme beso en la boca.
Cogí un palo para atizar el fuego, y unas chispas se elevaron en el aire. Sabía por
qué Baghra se había negado a enseñar a David. Le recordaba demasiado a Morozova,
tan obsesionado con el conocimiento que había estado ciego ante el sufrimiento de su
hija, la negligencia de su mujer. Y, cómo no, David había creado la lumiya «para
pasar el rato», básicamente entregándole al Oscuro los medios para entrar en la
Sombra. Pero David no era como Morozova. El había estado ahí para Genya cuando
ella lo había necesitado. No era un guerrero, pero aun así había encontrado una forma
de luchar por ella.
Miré a mi alrededor, a nuestro grupito extraño y maltrecho, a Adrik sin su brazo,
mirando con los ojos muy abiertos a Zoya; a Harshaw y a Tolya, observando a Mal
mientras este trazaba nuestra ruta en la tierra. Vi que Genya sonreía, con las cicatrices
tirantes al ver a David gesticulando salvajemente, tratando de explicarle a Nadia su
idea para hacer un brazo de latón, mientras esta lo ignoraba y pasaba los dedos por
los mechones oscuros del pelo de Tamar.
Ninguno de ellos era fácil, blando ni simple. Eran como yo, cuidando de los
daños y las heridas ocultas; todos rotos de formas distintas. No acabábamos de
encajar juntos. Teníamos bordes tan serrados que a veces nos cortábamos, pero
mientras me aovillaba sobre un costado, con la calidez del fuego a la espalda, sentí un
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