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El zorro demasiado inteligente, atrapado por fin. Pestañeé y aparté la mirada; no
quería volver a llorar.
—Me alegra que Sergei haya muerto —soltó Adrik abruptamente—. Tan solo me
da pena no haberle partido el cuello yo mismo.
—Para eso necesitas dos manos —señaló Zoya.
Hubo un silencio breve y terrible, y a continuación Adrik frunció el ceño y dijo:
—Bueno, pero podía haberle apuñalado.
Zoya sonrió y le pasó el frasco, pero Nadia se limitó a sacudir la cabeza. A veces
olvidaba que eran soldados de verdad. No dudaba que Adrik lloraría la pérdida de su
brazo; ni siquiera sabía cómo podría impactar eso a su habilidad para invocar. Pero lo
recordaba de pie ante mí en el Pequeño Palacio, pidiendo a los justos que se quedaran
y lucharan. Era más duro de lo que yo jamás sería.
Pensé en Botkin, mi viejo instructor, presionándome para corriera un kilómetro
más, para que diera otro puñetazo. Recordé las palabras que me había dicho hacía
tanto tiempo: El acero se gana. Adrik tenía ese acero, y Nadia también. Ella había
vuelto a demostrarlo en nuestro vuelo desde las Elbjen. Una parte de mí se había
preguntado lo que había visto Tamar en ella, pero Nadia había estado en algunas de
las peores batallas en el Pequeño Palacio. Había perdido a su mejor amiga y la vida
que siempre había conocido. Y aun así no se había derrumbado como Sergei, ni había
elegido la vida bajo tierra como Maxim. Se había mantenido firme a pesar de todo.
Adrik le devolvió el frasco a Zoya, y esta dio un largo sorbo.
—¿Sabes lo que me dijo Baghra en mi primera lección con ella? —dijo. A
continuación bajó la voz para imitar el tono ronco de la anciana—. Una cara bonita.
Lástima que tengas papilla en lugar de cerebro.
Harshaw resopló.
—Yo le prendí fuego a su cabaña en clase.
—Normal —asintió Zoya.
—¡Fue un accidente! Se negó a volver a enseñarme, ni siquiera quería hablar
conmigo. Una vez la vi en los terrenos y pasó de largo. No dijo ni una palabra, tan
solo me dio un golpe en la rodilla con el bastón. Todavía tengo un bulto.
Se levantó la pernera del pantalón y, efectivamente, había una zona de hueso
visible bajo la piel.
—Eso no es nada —intervino Nadia, y se le sonrosaron las mejillas cuando todos
dirigimos nuestra atención hacia ella—. Yo tuve una especie de bloqueo durante un
tiempo y no podía invocar. Me metió en una habitación y metió una colmena de
abejas dentro.
—¿Qué? —chillé. No era solo lo de las abejas lo que me había aturdido. Yo tuve
problemas para invocar durante meses en el Pequeño Palacio, y Baghra jamás
mencionó que otros Grisha también hubieran tenido bloqueos.
—¿Qué hiciste? —preguntó Tamar, incrédula.
—Logré invocar una corriente para enviarlas por la chimenea, pero me picaron
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