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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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Ya habían limpiado y ensartado la caza de Mal, y enseguida, a pesar de mi tristeza

y preocupación, el olor de la carne tostándose provocó que se me hiciera la boca

agua.

Nos sentamos alrededor del fuego, comiendo y pasándonos un frasco de kvas,

observando la luz de las llamas que se reflejaba en el casco de la Garcilla mientras

las ramas crujían y estallaban. Teníamos mucho de lo que hablar: quién iría con

nosotros a las Sikurzoi, quién se quedaría en el valle, si la gente querría quedarse

siquiera o no. Me froté la muñeca. Me ayudaba centrarme en el pájaro de fuego,

pensar en eso en lugar de en los brillantes ojos negros de Nikolai, en el resto de

sangre seca cerca de sus labios.

—Tendría que haber sabido que no podíamos confiar en Sergei —dijo Zoya de

pronto—. Siempre fue un debilucho.

No me pareció justo, pero lo dejé pasar.

—A Oncat nunca le cayó bien —añadió Harshaw.

Genya tiró una rama al fuego.

—¿Creéis que lo estuvo planeando todo ese tiempo?

—Yo también me lo he preguntado —admití—. Pensaba que estaría mejor cuando

saliéramos de la Catedral Blanca y de los túneles, pero parecía casi peor, más ansioso.

—Eso podría ser por cualquier cosa —señaló Tamar—. El derrumbamiento, el

ataque de la milicia, los ronquidos de Tolya…

Su hermano le lanzó una piedrecilla.

—Los hombres de Nikolai deberían haberlo vigilado mejor —dijo.

O yo no debería haber permitido que se marchara. Tal vez mi sentimiento de

culpa por Marie hubiera nublado mi juicio. Tal vez el dolor lo estuviera nublando

también en ese mismo momento y había más traiciones por llegar.

—¿De verdad los nichevo’ya lo… destrozaron? —preguntó Nadia.

Eché un vistazo a Misha. En algún momento había bajado de la Garcilla, y se

había quedado dormido junto a Mal, aferrándose todavía a la espada de madera.

—Fue horrible —dije con suavidad.

—¿Qué hay de Nikolai? —quiso saber Zoya—. ¿Qué le hizo el Oscuro?

—No lo sé con exactitud.

—¿Puede deshacerse?

—Tampoco lo sé.

Miré a David.

—Quizás —dijo él—. Necesito examinarlo. Es merzost, territorio nuevo. Ojalá

tuviera los diarios de Morozova.

Casi me reí al oír eso. Todo el tiempo que David estuvo arrastrando los cuadernos

por ahí los hubiera tirado alegremente a la basura. Sin embargo, entonces que

teníamos buenas razones para quererlos estaban fuera de mi alcance, abandonados en

la Rueca.

Capturar a Nikolai. Enjaularlo. Ver si podíamos librarlo del agarre de las sombras.

www.lectulandia.com - Página 164

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