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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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—¿Nikolai? —susurré. Él se alejó—. Nikolai, espe…

Pero entonces saltó al aire, y sus alas oscuras sacudieron las ramas mientras las

atravesaba hacia el cielo azul que había más allá.

Quería gritar, y eso fue lo que hice. Tiré la leña al suelo, me apreté el puño contra

la boca, y grité hasta que me dolió la garganta. No podía parar. Había logrado no

llorar en la Garcilla ni en la mina, pero al final me hundí en el suelo del bosque, y

mis gritos se convirtieron en sollozos, en jadeos silenciosos y atroces. Dolían, como

si fueran a romperme las costillas, pero salieron insonoros de mis labios. No dejaba

de pensar en los pantalones rotos de Nikolai, y tuve la estúpida idea de que le

mortificaría ver su ropa en ese estado. Nos había seguido durante todo el camino

desde la Rueca. ¿Podría contarle al Oscuro dónde nos encontrábamos? ¿Lo haría?

¿Cuánto de él quedaba en ese cuerpo torturado?

Entonces lo sentí, aquella vibración a través del hilo invisible, pero me aparté de

ella. No iba a ir con el Oscuro en ese momento. No volvería a hacerlo jamás. Pero

aun así, sabía que dondequiera que estuviera, estaría llorando la muerte de su madre.

Mal me encontró allí, con la cabeza enterrada en los brazos y el abrigo cubierto de

agujas verdes. Me ofreció la mano, pero la ignoré.

—Estoy bien —dije, aunque nada podría haber sido menos cierto.

—Está oscureciendo. No deberías estar aquí sola.

—Soy la Invocadora del Sol. Oscurecerá cuando yo lo diga.

Se acuclilló frente a mí y esperó a que lo mirara a los ojos.

—No te alejes de ellos, Alina. Necesitan llorar contigo.

—No tengo nada que decir.

—Entonces deja que hablen ellos.

No tenía consuelo ni ánimos que darles. No quería compartir su dolor. No quería

que vieran lo asustada que estaba. Sin embargo, me obligué a levantarme, me sacudí

las agujas del abrigo y dejé que Mal me llevara hasta la mina.

Para cuando bajamos hasta el fondo del cráter ya había oscurecido del todo, y los

demás habían encendido antorchas bajo el saliente.

—Os habéis tomado vuestro tiempo, ¿eh? —dijo Zoya—. ¿Teníamos que

congelarnos mientras vosotros dos retozabais en el bosque?

No tenía sentido tratar de esconder mi cara llena de lágrimas, así que me limité a

responder:

—Resulta que necesitaba llorar un buen rato.

Me preparé para un insulto, pero lo único que contestó fue:

—La próxima vez avísame. A mí también me vendría bien.

Mal echó la leña que había buscado en el fuego que había encendido alguien, y yo

le quité a Oncat de la espalda a Harshaw. Siseó un poco, pero me daba igual. En ese

momento necesitaba abrazarme a algo suave y mullido.

www.lectulandia.com - Página 163

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