Ruina y ascenso - Leigh Bardugo
aún más blancos de lo que eran antes. A lo mejor hasta te arreglo esos incisivos rarosque tienes.—A mis dientes no les pasa nada.—Claro que no —dijo Genya con tono tranquilizador—. Eres la morsa más guapaque conozco. Tan solo me sorprende que no te hayas atravesado el labio inferiortodavía.—Aparta las manos de mí, Confeccionadora —gruñó Zoya—, o te saco el otroojo.Para cuando llegó el crepúsculo, a Zoya ya no le quedaba energía para discutir.Ella y Nadia estaban completamente concentradas en mantenernos a flote.David se hizo cargo del timón durante breves periodos de tiempo para que Tamarpudiera ocuparse de la herida de la pierna de Mal. Harshaw, Tolya y Mal se turnaronen las cuerdas para darse los unos a los otros la posibilidad de estirarse un poco.Solo Nadia y Zoya no tuvieron ningún descanso mientras se esforzaban bajo laluna creciente, aunque tratamos de encontrar formas de ayudarlas. Genya se puso enpie con la espalda contra la de Nadia, dándole apoyo para que pudiera descansar unpoco las piernas y los pies. Una vez el sol se puso ya no necesitábamos ocultarnos,así que durante casi una hora sujeté los brazos de Zoya mientras invocaba.—Esto es ridículo —gruñó, con los músculos temblando bajo mis palmas.—¿Quieres que te suelte?—Como lo hagas, te cubro de zumo de jurda.Me sentía deseosa de tener algo que hacer. El barco estaba demasiado silencioso,y notaba las pesadillas de aquel día esperando para abalanzarse sobre mí.Misha no se había movido del sitio donde se había aovillado junto al casco.Aferrada la espada de madera que le había dado Mal para que entrenara. Se me cerróla garganta al darme cuenta de que la había llevado a la terraza cuando Baghra hizoque la escoltara hasta los nichevo’ya. Saqué una galleta de las provisiones y se lallevé.—¿Tienes hambre? —pregunté, pero él negó con la cabeza—. ¿Quieres probar acomer algo de todos modos?Volvió a negar con la cabeza.Me senté junto a él, sin saber muy bien qué decir. Recordaba haberme sentado asícon Sergei en la habitación de la caldera, buscando palabras de consuelo y fracasandoen ello. ¿Habría estado conspirando entonces, manipulándome? Desde luego, sumiedo me había parecido real.Pero Misha no me recordaba solo a Sergei. Era todos los hijos cuyos padreshabían ido a la guerra. Era cada niño y niña de Keramzin. Era Baghra suplicando laatención de su padre. Era el Oscuro aprendiendo la soledad de su madre. Eso era loque hacía Ravka. Creaba huérfanos. Creaba miseria. No me ha dado tierras ni vida,tan solo un uniforme y una pistola. Nikolai había creído en algo mejor.Tomé aliento, temblorosa. Tenía que encontrar la forma de cerrar mi mente. Siwww.lectulandia.com - Página 160
pensaba en Nikolai, me haría pedazos. O en Baghra. O en los trozos rotos del cuerpode Sergei. O en Stigg, que se había quedado atrás. O incluso en el Oscuro, en laexpresión de su rostro cuando su madre desapareció bajo las nubes. ¿Cómo podía sertan cruel y al mismo tiempo tan humano?La noche siguió avanzando mientras una Ravka durmiente pasaba bajo nosotros.Conté estrellas. Vigilé a Adrik. Me quedé adormilada. Me moví entre las tripulación,ofreciéndoles sorbos de agua y puñados de flores de jurda secas. Cuando alguienpreguntaba por Nikolai o Baghra, le contaba lo que había pasado en la batalla de laforma más breve posible.Traté de obligarme a silenciar mi mente, de convertirla en un campo vacío, connieve blanca, sin caminos que lo estropearan. Cuando comenzó a amanecer, ocupé milugar junto a la barandilla y empecé a doblar la luz para camuflar el barco.Fue entonces cuando Adrik murmuró entre sueños. Nadia giró la cabeza de golpe,y la Garcilla se tambaleó.—¡Céntrate! —gritó Zoya.Pero estaba sonriendo. Todos lo estábamos, dispuestos a aferrarnos a la másmínima esperanza.Volamos durante el resto del día y la noche siguiente. Estaba amaneciendo ya lasegunda mañana cuando finalmente vislumbramos las Sikurzoi. A mediodía,encontramos el cráter profundo y abrupto que señalaba la mina de cobre abandonadadonde Nikolai había sugerido que ocultáramos la Garcilla, con un estanque de unturquesa turbio en el centro.El descenso fue lento y complicado, y en cuanto los cascos rozaron el suelo delcráter, tanto Nadia como Zoya se desplomaron sobre la cubierta. Habían llevado supoder al límite y, aunque tenían la piel ruborizada y resplandeciente, estabancompletamente exhaustas.Los demás tiramos de las cuerdas y nos las arreglamos para ocultar la Garcillabajo un saliente de roca. Cualquiera que bajara a la mina la encontraría fácilmente,pero era difícil imaginar quién podría molestarse. El suelo del cráter estaba lleno demaquinaria oxidada. Un olor desagradable venía del estanque de agua estancada, yDavid dijo que el color turquesa opaco se debía a los minerales que se filtraban entrelas rocas. No había señales de que hubiera ningún ocupante.Mientras Mal y Harshaw plegaban las velas, Tolya bajó a Adrik de la Garcilla. Lecaían unas gotas de sangre del muñón donde había estado su brazo, pero estababastante lúcido, e incluso bebió unos sorbos de agua.Misha se negaba a alejarse del casco. Le puse una manta sobre los hombros y ledi una galleta y una tira de manzana seca, esperando que comiera algo.Ayudamos a Zoya y a Nadia a bajar del barco, arrastramos nuestras esterillas paradormir a una cueva bajo la sombra del saliente y, sin más palabras, nos fuimos awww.lectulandia.com - Página 161
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pensaba en Nikolai, me haría pedazos. O en Baghra. O en los trozos rotos del cuerpo
de Sergei. O en Stigg, que se había quedado atrás. O incluso en el Oscuro, en la
expresión de su rostro cuando su madre desapareció bajo las nubes. ¿Cómo podía ser
tan cruel y al mismo tiempo tan humano?
La noche siguió avanzando mientras una Ravka durmiente pasaba bajo nosotros.
Conté estrellas. Vigilé a Adrik. Me quedé adormilada. Me moví entre las tripulación,
ofreciéndoles sorbos de agua y puñados de flores de jurda secas. Cuando alguien
preguntaba por Nikolai o Baghra, le contaba lo que había pasado en la batalla de la
forma más breve posible.
Traté de obligarme a silenciar mi mente, de convertirla en un campo vacío, con
nieve blanca, sin caminos que lo estropearan. Cuando comenzó a amanecer, ocupé mi
lugar junto a la barandilla y empecé a doblar la luz para camuflar el barco.
Fue entonces cuando Adrik murmuró entre sueños. Nadia giró la cabeza de golpe,
y la Garcilla se tambaleó.
—¡Céntrate! —gritó Zoya.
Pero estaba sonriendo. Todos lo estábamos, dispuestos a aferrarnos a la más
mínima esperanza.
Volamos durante el resto del día y la noche siguiente. Estaba amaneciendo ya la
segunda mañana cuando finalmente vislumbramos las Sikurzoi. A mediodía,
encontramos el cráter profundo y abrupto que señalaba la mina de cobre abandonada
donde Nikolai había sugerido que ocultáramos la Garcilla, con un estanque de un
turquesa turbio en el centro.
El descenso fue lento y complicado, y en cuanto los cascos rozaron el suelo del
cráter, tanto Nadia como Zoya se desplomaron sobre la cubierta. Habían llevado su
poder al límite y, aunque tenían la piel ruborizada y resplandeciente, estaban
completamente exhaustas.
Los demás tiramos de las cuerdas y nos las arreglamos para ocultar la Garcilla
bajo un saliente de roca. Cualquiera que bajara a la mina la encontraría fácilmente,
pero era difícil imaginar quién podría molestarse. El suelo del cráter estaba lleno de
maquinaria oxidada. Un olor desagradable venía del estanque de agua estancada, y
David dijo que el color turquesa opaco se debía a los minerales que se filtraban entre
las rocas. No había señales de que hubiera ningún ocupante.
Mientras Mal y Harshaw plegaban las velas, Tolya bajó a Adrik de la Garcilla. Le
caían unas gotas de sangre del muñón donde había estado su brazo, pero estaba
bastante lúcido, e incluso bebió unos sorbos de agua.
Misha se negaba a alejarse del casco. Le puse una manta sobre los hombros y le
di una galleta y una tira de manzana seca, esperando que comiera algo.
Ayudamos a Zoya y a Nadia a bajar del barco, arrastramos nuestras esterillas para
dormir a una cueva bajo la sombra del saliente y, sin más palabras, nos fuimos a
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