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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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En un único movimiento, se impulsó sobre la pared y, antes de que pudiera tomar

aliento para gritar, se lanzó hacia delante y desapareció del saliente, arrastrando a los

nichevo’ya tras ella con unas enmarañadas madejas de oscuridad. Pasaron junto a

nosotros a toda velocidad, una oleada negra que chillaba, saltaba al otro lado de la

terraza y caía en picado, atraído por el poder que emanaba Baghra.

—¡No! —rugió el Oscuro. Se lanzó tras ella, y sus soldados batían las alas con su

furia.

—¡Alina, ahora!

Oí las palabras de Mal a través de la neblina de mi terror, y sentí cómo me

empujaba por la puerta, y de pronto, cogió a Misha en brazos y echamos a correr a

través del observatorio. Los nichevo’ya pasaban junto a nosotros a toda velocidad,

impulsados hacia la terraza por las madejas de oscuridad de Baghra. Otros

simplemente se quedaban ahí flotando, confusos, mientras su amo se alejaba cada vez

más.

Corre, me había dicho Baghra una y otra vez. Y esa vez lo hice.

El suelo cálido estaba resbaladizo a causa de la nieve derretida. Las enormes

ventanas de la Rueca habían quedado destrozadas, y las ráfagas de nieve entraban en

la habitación. Vi cuerpos caídos, grupitos que luchaban.

No lograba pensar con claridad. Sergei. Nikolai. Baghra. Baghra. Cayendo a

través de la niebla, las rocas acudiendo a su encuentro. ¿Gritaría? ¿Cerraría los ojos

ciegos? Pequeña Santa. Pequeña mártir.

Tolya estaba corriendo hacia nosotros. Vi a dos oprichniki que corrían hacia él,

con las espadas fuera. Sin dejar de correr, él extendió los puños y los soldados se

derrumbaron aferrándose el pecho, con sangre saliendo de sus bocas.

—¿Dónde están los demás? —gritó Mal cuando llegamos junto a Tolya y

echamos a correr hacia las escaleras.

—En el hangar, pero los superan en número. Tenemos que llegar hasta ahí.

Algunos de los Vendavales de túnicas azules del Oscuro habían tratado de

bloquear las escaleras. Nos lanzaron cajas y muebles con poderosas ráfagas de viento,

pero yo los hice añicos con el Corte antes de que pudieran alcanzarnos, y los

Vendavales se dispersaron.

Lo peor esperaba abajo, en el hangar. Toda clase de orden había quedado

destrozada a causa del pánico por alejarse de los soldados del Oscuro.

La gente abarrotaba el Pelícano y el Ibis. El primero ya se encontraba elevado

sobre el suelo del hangar, a flote gracias a las corrientes de los Vendavales. Los

soldados estaban tirando de sus cuerdas, tratando de hacer que bajara para subir a

bordo, reticentes a esperar al siguiente.

Alguien dio una orden y el Pelícano quedó libre y se abrió paso entre la multitud

mientras echaba a volar. Se elevó en el aire, arrastrando hombres que gritaban como

anclas extrañas, y desapareció de la vista.

Zoya, Nadia y Harshaw estaban de espaldas contra uno de los cascos de la

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