Ruina y ascenso - Leigh Bardugo
mejilla y le dio una palmada sin mucha suavidad—. Vamos —repitió—. Quierohablar con mi hijo.—Misha —lo llamó Mal, y el niño corrió hacia nosotros y se ocultó tras suabrigo. Los nichevo’ya no mostraron ningún interés en él: tenían la atencióncompletamente puesta en la anciana.—¿Qué es lo que quieres? —preguntó el Oscuro—. No esperes suplicarmisericordia para estos estúpidos.—Solo quería conocer a tus monstruos —replicó ella. Apoyó el bastón contra lapared y extendió los brazos. Los nichevo’ya se movieron hacia delante, produciendouna especie de crujidos y golpeándose los unos con los otros. Uno de ellos acarició supalma con la cabeza, como si estuviera oliéndola. ¿Era curiosidad lo que sentía enellos? ¿O hambre?—. Estos niños me conocen. Los similares se atraen.—Detente —ordenó el Oscuro.Las palmas de Baghra comenzaron a llenarse de oscuridad. Era una imagenextraña, pues solo la había visto invocarla una vez. Había escondido su poder al igualque yo había reprimido el mío, pero ella lo había hecho por el bien de los secretos desu hijo. Recordé lo que había dicho sobre los Grisha que utilizaban su poder consigomismos. Compartía la sangre del Oscuro, su poder. ¿Actuaría en su contra?—No voy a luchar contigo —dijo él.—Entonces mátame.—Sabes que no voy a hacerlo.Baghra sonrió y soltó una risita, como si estuviera complacida con un alumnoprecoz.—Es cierto. Por eso es por lo que sigo teniendo esperanza. —Giró la cabeza degolpe hacia mí—. Niña —dijo bruscamente. Sus ojos ciegos estaban vacíos, pero enese momento podría haber jurado que me veía con claridad—. No vuelvas a fallarme.—Ella tampoco es lo bastante fuerte como para luchar conmigo, anciana. Recogetu bastón y te llevaré de vuelta al Pequeño Palacio.Una terrible sospecha creció en mi interior. La mujer me había dado la fuerza paraluchar, pero nunca me había dicho que lo hiciera. Lo único que me había pedidosiempre era que huyera.—Baghra… —comencé.—Mi cabaña. Mi fuego. Parece agradable —dijo—. Pero la oscuridad es la mismaesté donde esté.—Te ganaste esos ojos —replicó él con frialdad, pero oí que también había doloren su voz.—Así es —asintió ella con un suspiro—. Y más cosas. —Entonces, sinadvertencia, dio una palmada. Un trueno reverberó por las montañas, y la oscuridadmanó de sus manos como estandartes desplegándose, retorciéndose y enrollándosealrededor de los nichevo’ya. Estos chillaron y se agitaron, confusos—. Recuerda quete quería —añadió—. Recuerda que no fue suficiente.www.lectulandia.com - Página 152
En un único movimiento, se impulsó sobre la pared y, antes de que pudiera tomaraliento para gritar, se lanzó hacia delante y desapareció del saliente, arrastrando a losnichevo’ya tras ella con unas enmarañadas madejas de oscuridad. Pasaron junto anosotros a toda velocidad, una oleada negra que chillaba, saltaba al otro lado de laterraza y caía en picado, atraído por el poder que emanaba Baghra.—¡No! —rugió el Oscuro. Se lanzó tras ella, y sus soldados batían las alas con sufuria.—¡Alina, ahora!Oí las palabras de Mal a través de la neblina de mi terror, y sentí cómo meempujaba por la puerta, y de pronto, cogió a Misha en brazos y echamos a correr através del observatorio. Los nichevo’ya pasaban junto a nosotros a toda velocidad,impulsados hacia la terraza por las madejas de oscuridad de Baghra. Otrossimplemente se quedaban ahí flotando, confusos, mientras su amo se alejaba cada vezmás.Corre, me había dicho Baghra una y otra vez. Y esa vez lo hice.El suelo cálido estaba resbaladizo a causa de la nieve derretida. Las enormesventanas de la Rueca habían quedado destrozadas, y las ráfagas de nieve entraban enla habitación. Vi cuerpos caídos, grupitos que luchaban.No lograba pensar con claridad. Sergei. Nikolai. Baghra. Baghra. Cayendo através de la niebla, las rocas acudiendo a su encuentro. ¿Gritaría? ¿Cerraría los ojosciegos? Pequeña Santa. Pequeña mártir.Tolya estaba corriendo hacia nosotros. Vi a dos oprichniki que corrían hacia él,con las espadas fuera. Sin dejar de correr, él extendió los puños y los soldados sederrumbaron aferrándose el pecho, con sangre saliendo de sus bocas.—¿Dónde están los demás? —gritó Mal cuando llegamos junto a Tolya yechamos a correr hacia las escaleras.—En el hangar, pero los superan en número. Tenemos que llegar hasta ahí.Algunos de los Vendavales de túnicas azules del Oscuro habían tratado debloquear las escaleras. Nos lanzaron cajas y muebles con poderosas ráfagas de viento,pero yo los hice añicos con el Corte antes de que pudieran alcanzarnos, y losVendavales se dispersaron.Lo peor esperaba abajo, en el hangar. Toda clase de orden había quedadodestrozada a causa del pánico por alejarse de los soldados del Oscuro.La gente abarrotaba el Pelícano y el Ibis. El primero ya se encontraba elevadosobre el suelo del hangar, a flote gracias a las corrientes de los Vendavales. Lossoldados estaban tirando de sus cuerdas, tratando de hacer que bajara para subir abordo, reticentes a esperar al siguiente.Alguien dio una orden y el Pelícano quedó libre y se abrió paso entre la multitudmientras echaba a volar. Se elevó en el aire, arrastrando hombres que gritaban comoanclas extrañas, y desapareció de la vista.Zoya, Nadia y Harshaw estaban de espaldas contra uno de los cascos de lawww.lectulandia.com - Página 153
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mejilla y le dio una palmada sin mucha suavidad—. Vamos —repitió—. Quiero
hablar con mi hijo.
—Misha —lo llamó Mal, y el niño corrió hacia nosotros y se ocultó tras su
abrigo. Los nichevo’ya no mostraron ningún interés en él: tenían la atención
completamente puesta en la anciana.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó el Oscuro—. No esperes suplicar
misericordia para estos estúpidos.
—Solo quería conocer a tus monstruos —replicó ella. Apoyó el bastón contra la
pared y extendió los brazos. Los nichevo’ya se movieron hacia delante, produciendo
una especie de crujidos y golpeándose los unos con los otros. Uno de ellos acarició su
palma con la cabeza, como si estuviera oliéndola. ¿Era curiosidad lo que sentía en
ellos? ¿O hambre?—. Estos niños me conocen. Los similares se atraen.
—Detente —ordenó el Oscuro.
Las palmas de Baghra comenzaron a llenarse de oscuridad. Era una imagen
extraña, pues solo la había visto invocarla una vez. Había escondido su poder al igual
que yo había reprimido el mío, pero ella lo había hecho por el bien de los secretos de
su hijo. Recordé lo que había dicho sobre los Grisha que utilizaban su poder consigo
mismos. Compartía la sangre del Oscuro, su poder. ¿Actuaría en su contra?
—No voy a luchar contigo —dijo él.
—Entonces mátame.
—Sabes que no voy a hacerlo.
Baghra sonrió y soltó una risita, como si estuviera complacida con un alumno
precoz.
—Es cierto. Por eso es por lo que sigo teniendo esperanza. —Giró la cabeza de
golpe hacia mí—. Niña —dijo bruscamente. Sus ojos ciegos estaban vacíos, pero en
ese momento podría haber jurado que me veía con claridad—. No vuelvas a fallarme.
—Ella tampoco es lo bastante fuerte como para luchar conmigo, anciana. Recoge
tu bastón y te llevaré de vuelta al Pequeño Palacio.
Una terrible sospecha creció en mi interior. La mujer me había dado la fuerza para
luchar, pero nunca me había dicho que lo hiciera. Lo único que me había pedido
siempre era que huyera.
—Baghra… —comencé.
—Mi cabaña. Mi fuego. Parece agradable —dijo—. Pero la oscuridad es la misma
esté donde esté.
—Te ganaste esos ojos —replicó él con frialdad, pero oí que también había dolor
en su voz.
—Así es —asintió ella con un suspiro—. Y más cosas. —Entonces, sin
advertencia, dio una palmada. Un trueno reverberó por las montañas, y la oscuridad
manó de sus manos como estandartes desplegándose, retorciéndose y enrollándose
alrededor de los nichevo’ya. Estos chillaron y se agitaron, confusos—. Recuerda que
te quería —añadió—. Recuerda que no fue suficiente.
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