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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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Las líneas avanzaron por su estómago y bajaron por sus brazos.

—¿Alina? —dijo con impotencia. La oscuridad se quebró bajo su piel y subió por

su garganta. Echó la cabeza hacia atrás y gritó, y los tendones de su cuello se

tensaron mientras todo su cuerpo se retorcía y su espalda se arqueaba. Se puso de

rodillas mientras su pecho subía y bajaba violentamente. Traté de alcanzarlo mientras

se convulsionaba.

Soltó otro grito desgarrador, y dos bultos negros brotaron de su espalda. Se

desplegaron. Como alas.

Levantó la cabeza de golpe. Me miró con el rostro bañado en sudor y una mirada

de pánico y desesperación.

—Alina…

Entonces sus ojos, sus inteligentes ojos color avellana, se volvieron negros.

—¿Nikolai? —susurré.

Apartó los labios, revelando unos dientes de un ónice negro. Se habían convertido

en colmillos.

Soltó un rugido, y yo retrocedí dando traspiés. Sus mandíbulas se cerraron a

apenas un centímetro de distancia de mí.

—¿Tienes hambre? —preguntó el Oscuro—. Me pregunto a cuál de tus amigos te

comerás primero.

Levanté los brazos, reacia a utilizar mi poder. No quería hacerle daño.

—Nikolai —supliqué—. No lo hagas. Quédate conmigo.

Vi un espasmo de dolor en su cara. Estaba ahí dentro, luchando consigo mismo,

enfrentándose al apetito que se había apoderado de él. Flexionó las manos… no, las

garras. Aulló, y el sonido que salió de él fue desesperado, estridente, completamente

inhumano.

Sus alas batieron el aire mientras se elevaba de la terraza, monstruoso pero

todavía hermoso; todavía Nikolai de alguna forma. Bajó la mirada hasta las venas

oscuras que recorrían su torso, las garras afiladas como cuchillas que habían brotado

de las puntas oscuras de sus dedos. Extendió las manos, como suplicándome que le

diera una respuesta.

—Nikolai —sollocé.

Giró en el aire, se alejó violentamente y se elevó con rapidez, como si de algún

modo pudiera dejar atrás la necesidad de su interior mientras sus alas oscuras lo

hacían subir cada vez más, atravesando a los nichevo’ya. Miró hacia atrás una vez

más, e incluso desde la distancia sentí su angustia y su confusión.

Entonces desapareció, una mancha negra en el cielo gris, mientras yo me quedaba

abajo, temblando.

—Tarde o temprano —dijo el Oscuro—, se alimentará.

Había advertido a Nikolai acerca de la venganza del Oscuro, pero ni siquiera yo

hubiera sido capaz de prever la elegancia de aquello, la perfecta crueldad que

suponía. Nikolai había hecho quedar al Oscuro como un estúpido, y ahora él había

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