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—Una lluvia de estrellas —dijo Nikolai, mientras me conducía con cuidado a
través de la habitación. La gente había dispuesto mantas y almohadas en el suelo
cálido y estaban sentados en grupitos o tumbados boca arriba, observando el cielo
nocturno.
De repente, noté un dolor en el pecho tan fuerte que casi me hizo doblarme.
Porque eso era lo que había ido a enseñarme Mal. Porque esa mirada, esa mirada
abierta, emocionada y feliz, había sido para mí. Porque yo siempre sería la primera
persona a la que buscara cuando viera algo bonito, y yo haría lo mismo. Fuera una
Santa, una reina o la Grisha más poderosa que hubiera vivido jamás, siempre lo
buscaría a él.
—Qué bonito —logré decir.
—Te dije que tenía mucho dinero.
—¿Así que ahora organizas eventos celestiales?
—En mi tiempo libre.
Permanecimos en el centro de la habitación, mirando la cúpula de cristal.
—Podría prometerte hacer que lo olvidaras —se ofreció Nikolai.
—No creo que eso sea posible.
—Te das cuenta de que estás haciendo estragos en mi orgullo, ¿verdad?
—Tu confianza parece completamente intacta.
—Piénsalo —dijo, conduciéndome a través de la multitud hasta un rincón
tranquilo cerca de la terraza occidental—. Estoy acostumbrado a ser el centro de
atención allá donde vaya. Me han dicho que podría quitar las herraduras de un caballo
con mi encanto en mitad de una carrera, pero tú pareces inmune.
Me reí.
—Ya sabes perfectamente que me caes bien, Nikolai.
—Qué emoción tan poco entusiasta.
—Yo no te oigo haciendo declaraciones de amor.
—¿Ayudarían?
—No.
—¿Halagos? ¿Flores? ¿Un centenar de cabezas de ganado?
Le di un empujón.
—No.
Incluso en ese momento, sabía que llevarme ahí arriba no era tanto un gesto
romántico como una demostración. El comedor estaba desierto, y teníamos una
pequeña zona de la Rueca para nosotros, pero se había asegurado de que había
tomado el camino largo a través de la multitud. Quería que nos vieran juntos; los
futuros Reyes de Ravka.
Se aclaró la garganta.
—Alina, si se diera el caso poco probable de que sobrevivamos a las próximas
semanas, voy a pedirte que seas mi esposa. —Se me quedó la boca seca. Sabía que
eso iba a pasar, pero seguía siendo extraño oírle decir esas palabras—. Aunque Mal
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