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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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—Hay una botella de kvas en un estante, en la esquina —dijo—, lejos del alcance

de Misha. Tráemela con un vaso.

Era pronto para tomar kvas, pero no iba a discutírselo. Bajé la botella y le serví un

vaso.

Dio un largo trago y apretó los labios.

—El nuevo Rey no escatima en recursos, ¿eh? —Suspiró y volvió a reclinarse—.

Muy bien, pequeña Santa, ya que quieres saber acerca de Morozova y sus preciados

amplificadores, voy a contarte una historia… Una que solía contarle a un niño

pequeño de pelo oscuro, un niño silencioso que rara vez se reía, que escuchaba más

de lo que yo me daba cuenta. Un niño que tenía un nombre, y no un título.

A la luz del fuego, los agujeros en sombras de sus ojos parecían parpadear y

moverse.

—Morozova era el Forjador de Huesos, uno de los mejores Hacedores que han

vivido jamás, y un hombre que puso a prueba los propios límites del poder de los

Grisha, pero también era tan solo un hombre que tenía una esposa. Era una

otkazat’sya, y aunque lo amaba, no lo comprendía.

Pensé en cómo había hablado el Oscuro sobre los otkazat’sya, de las predicciones

que había hecho sobre Mal y cómo me trataría la gente de Ravka. ¿Habría aprendido

esas lecciones de Baghra?

—He de decirte que él también la amaba —continuó—. Al menos, eso creo. Pero

nunca fue suficiente como para que dejara su trabajo. No era suficiente como para

moderar la necesidad que lo impulsaba. Esa es la maldición del poder Grisha. Tú ya

lo sabes, pequeña Santa.

«Se pasaron más de un año dando caza al ciervo en Tsibeya, y dos años

navegando el Paso de los Huesos en busca del azote marino. Fueron grandes éxitos

para el Forjador de Huesos. Las dos primeras fases de su gran plan. Pero cuando su

esposa se quedó embarazada, se instalaron en una aldea pequeña, un lugar donde

podría continuar sus experimentos e incubar sus planes sobre la criatura que se

convertiría en el tercer amplificador.

»Tenían poco dinero. Cuando lograba alejarse de sus estudios, se ganaba la vida

como carpintero, y los aldeanos a veces acudían a él con heridas o enfermedades».

—¿Era un Sanador? —pregunté—. Pensaba que era un Hacedor.

—Morozova no hacía esas distinciones; pocos Grisha las hacían esos días. Creía

que si la ciencia era lo bastante pequeña, todo era posible. Y para él, a menudo era

así.

«¿No somos todas las cosas?».

—Los aldeanos veían a Morozova y a su familia con una mezcla de lástima y

desconfianza. Su mujer se vestía con harapos, y a la niña… A la niña apenas la veían.

Su madre la mantenía en la casa y en los campos que la rodeaban. Verás, esa niña

había comenzado a manifestar su poder muy temprano, y era algo que jamás se había

visto. —Baghra tomó otro sorbo de kvas—. Podía invocar la oscuridad.

www.lectulandia.com - Página 136

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