Ruina y ascenso - Leigh Bardugo
—Por supuesto que sí —se burló—. Estoy melancólico, pero no soy tonto. —Seapartó un hilo suelto invisible de la manga—. No sé si alguna vez me perdonará porenviarla al exilio, especialmente a las Colonias.¿Era más difícil perder a una madre o simplemente no haberla conocido nunca?En cualquier caso, sentí lástima por él. Había perdido a su familia uno a uno; primeroa su hermano, y ahora a sus padres.—Lo siento, Nikolai.—¿Qué es lo que sientes? Finalmente he conseguido lo que quería. El Rey se hahecho a un lado, y el camino al trono está despejado. Si no tuviéramos que ocuparnosde un dictador todopoderoso y de su horda monstruosa, estaría abriendo una botellade champán.Nikolai podía actuar tan superficial como quisiera, pero sabía que no era así comohabía imaginado que asumiría el liderazgo de Ravka; con su hermano asesinado y supadre caído en desgracia por las sórdidas acusaciones de una sirvienta.—¿Cuándo tomarás la corona? —pregunté.—No hasta que ganemos. Si no me coronan en Os Alta, prefiero no hacerlo. Y elprimer paso es consolidar nuestra alianza con Ravka Occidental.—¿De ahí el anillo?—De ahí el anillo. —Se alisó el borde de la solapa y dijo—: Podrías habermecontado lo de Genya, ¿sabes?Sentí una oleada de culpa.—Estaba tratando de protegerla. No hay muchas personas que hayan hecho eso.—No quiero mentiras entre nosotros, Alina.¿Estaba pensando en los crímenes de su padre? ¿En el desliz de su madre? Encualquier caso, no estaba siendo del todo justo.—¿Cuántas mentiras me has contado tú, Sturmhond? —Hice un gesto endirección a la Rueca—. ¿Cuántos secretos has guardado hasta estar listos paracompartirlos?Se puso las manos detrás de la espalda, con aspecto de estar claramenteincómodo.—¿La prerrogativa de ser un príncipe?—Si un simple príncipe puede hacerlo, también una Santa viviente.—¿Piensas hacer un hábito de esto de ganar discusiones? Es muy impropio.—¿Esto era una discusión?—Por supuesto que no. Yo no pierdo discusiones. —A continuación miró haciaun lado—. Por todos los Santos, ¿está corriendo por las escaleras heladas?Entrecerré los ojos para ver a través de la niebla. Efectivamente, había alguiensubiendo las estrechas escaleras que ascendían en zigzag por la ladera de la montaña,con su aliento formando nubecillas en el aire helado. Me llevó tan solo un momentodarme cuenta de que se trataba de Mal, con la cabeza gacha y una bolsa a la espalda.—Parece… tonificante. Si sigue haciendo esto, voy a tener que empezar awww.lectulandia.com - Página 118
ejercitarme yo también. —El tono de Nikolai era tranquilo, pero noté que tenía losinteligentes ojos color avellana clavados en mí—. Asumiendo que venzamos alOscuro, cosa que estoy seguro de que haremos. ¿Mal sigue planeando ser el capitánde tu guardia?Me detuve a tiempo antes de recorrer la cicatriz de la palma de mi mano con elpulgar.—No lo sé. —A pesar de todo lo que había sucedido, quería tener a Mal cerca,pero eso no sería justo para ninguno de los dos. Me obligué a decir—: Creo que seríamejor que lo reasignaran a otro sitio. Es bueno en el combate, pero es mejor comorastreador.—Sabes que no va aceptar un puesto lejos de la lucha.—Haz lo que creas mejor. —El dolor era como un cuchillo delgado que se meclavara justo entre las costillas. Estaba cortando a Mal de mi vida, pero hablé con vozfirme: Nikolai me había enseñado bien. Traté de devolverle el anillo—. No puedoaceptar esto. Ahora no.Y tal vez tampoco pudiera hacerlo nunca.—Quédatelo —dijo él, cerrando mis dedos sobre la esmeralda—. Un corsarioaprende a aprovechar cualquier ventaja.—¿Y un príncipe?—Los príncipes se acostumbran a la palabra «sí».Cuando regresé a mi habitación aquella noche, Nikolai tenía más sorpresasesperándome. Dudé, y después me giré sobre mis talones y bajé por el pasillo hasta ellugar donde se alojaban las demás chicas. Durante un largo instante me quedé ahíplantada, sintiéndome tímida y estúpida, y después me obligué a llamar a la puerta.Me abrió Nadia. Tras ella vi que Tamar había ido de visita, y estaba afilando lashachas junto a la ventana. Genya estaba sentada a la mesa, cosiendo un hilo de oro aotro parche para el ojo, y Zoya estaba tumbada en una de las camas, haciendo flotaruna pluma con una brisa que salía de sus dedos.—Tengo que enseñaros algo —dije.—¿El qué? —preguntó Zoya, con los ojos fijos en la pluma.—Venid a verlo.Salió de la cama con un suspiro de exasperación. Las conduje por el pasillo hastami habitación y abrí la puerta.Genya corrió hacia la pila de trajes que había sobre mi cama.—¡Seda! —gimió—. ¡Terciopelo!Zoya cogió una kefta que colgaba del respaldo de mi silla. Era de brocado dorado,las mangas y el dobladillo tenían suntuosos bordados azules, y las muñecas estabanmarcadas con unas joyas en forma de soles.—Es marta cibelina —señaló, acariciando el forro—. Nunca te había odiadowww.lectulandia.com - Página 119
- Page 68 and 69: puerta mientras los demás nos situ
- Page 70 and 71: Había unas quince personas en el c
- Page 72 and 73: la pérdida ni la culpa, ni la preo
- Page 74 and 75: para hacer el idiota ahora.—Tamar
- Page 76 and 77: hubiera visto nunca. Tenía el pelo
- Page 78 and 79: —No lo hagas —dijo—. Que uno
- Page 80 and 81: de ellos. Nos estaban conduciendo a
- Page 82 and 83: Me aferré al frío metal, sintién
- Page 84 and 85: mayor de Nikolai.—Se lo había bu
- Page 86 and 87: Eran palabras duras, pero era ciert
- Page 88 and 89: —Entonces, ¡no he perdido mi toq
- Page 90 and 91: cenar conmigo.—Gracias —dijo Ma
- Page 92 and 93: —Desgraciado.—Te cae bien —di
- Page 94 and 95: Sus ojos en sombras se abrieron de
- Page 96 and 97: e puse en pie rápidamente.—¿Qu
- Page 98 and 99: condujo a una escalera corta. Mient
- Page 100 and 101: príncipe—. ¿Padre? ¿Lo hiciste
- Page 102 and 103: —No —gruñó, limpiándose las
- Page 104 and 105: —Lo siento —dije—. Simplement
- Page 106 and 107: —Pero ¿por qué te has hecho esa
- Page 108 and 109: —Tan solo quiero volver a sentirm
- Page 110 and 111: —Ya has utilizado el Corte antes.
- Page 112 and 113: una espada reluciente que existía
- Page 114 and 115: los restos de dos molinos. Sin emba
- Page 116 and 117: Resultó que teníamos más de unas
- Page 120 and 121: tanto.—Esa es para mí —dije—
- Page 122 and 123: —Bueno, pues Alina no puede lleva
- Page 124 and 125: staba sentado en el borde de una me
- Page 126 and 127: —Estabas destinada a equilibrarme
- Page 128 and 129: después, despiertos de inmediato t
- Page 130 and 131: —Así es como hiciste que saltara
- Page 132 and 133: edia hora después estábamos senta
- Page 134 and 135: Comenzaba a notar un dolor sordo ce
- Page 136 and 137: —Hay una botella de kvas en un es
- Page 138 and 139: última pizca de su poder para resu
- Page 140 and 141: fuera fuerte. Le enseñé la lecci
- Page 142 and 143: pájaro de fuego. Podría haber viv
- Page 144 and 145: quiera quedarse —continuó—, vo
- Page 146 and 147: la mañana siguiente, encontré a N
- Page 148 and 149: del cristal roto mientras los niche
- Page 150 and 151: Las líneas avanzaron por su estóm
- Page 152 and 153: mejilla y le dio una palmada sin mu
- Page 154 and 155: Garcilla, utilizando fuego y viento
- Page 156 and 157: l pequeño navío subía y bajaba,
- Page 158 and 159: pájaro de fuego.Hubo un breve sile
- Page 160 and 161: aún más blancos de lo que eran an
- Page 162 and 163: dormir, inquietos. No hicimos guard
- Page 164 and 165: Ya habían limpiado y ensartado la
- Page 166 and 167: tantas veces que parecía que tuvie
ejercitarme yo también. —El tono de Nikolai era tranquilo, pero noté que tenía los
inteligentes ojos color avellana clavados en mí—. Asumiendo que venzamos al
Oscuro, cosa que estoy seguro de que haremos. ¿Mal sigue planeando ser el capitán
de tu guardia?
Me detuve a tiempo antes de recorrer la cicatriz de la palma de mi mano con el
pulgar.
—No lo sé. —A pesar de todo lo que había sucedido, quería tener a Mal cerca,
pero eso no sería justo para ninguno de los dos. Me obligué a decir—: Creo que sería
mejor que lo reasignaran a otro sitio. Es bueno en el combate, pero es mejor como
rastreador.
—Sabes que no va aceptar un puesto lejos de la lucha.
—Haz lo que creas mejor. —El dolor era como un cuchillo delgado que se me
clavara justo entre las costillas. Estaba cortando a Mal de mi vida, pero hablé con voz
firme: Nikolai me había enseñado bien. Traté de devolverle el anillo—. No puedo
aceptar esto. Ahora no.
Y tal vez tampoco pudiera hacerlo nunca.
—Quédatelo —dijo él, cerrando mis dedos sobre la esmeralda—. Un corsario
aprende a aprovechar cualquier ventaja.
—¿Y un príncipe?
—Los príncipes se acostumbran a la palabra «sí».
Cuando regresé a mi habitación aquella noche, Nikolai tenía más sorpresas
esperándome. Dudé, y después me giré sobre mis talones y bajé por el pasillo hasta el
lugar donde se alojaban las demás chicas. Durante un largo instante me quedé ahí
plantada, sintiéndome tímida y estúpida, y después me obligué a llamar a la puerta.
Me abrió Nadia. Tras ella vi que Tamar había ido de visita, y estaba afilando las
hachas junto a la ventana. Genya estaba sentada a la mesa, cosiendo un hilo de oro a
otro parche para el ojo, y Zoya estaba tumbada en una de las camas, haciendo flotar
una pluma con una brisa que salía de sus dedos.
—Tengo que enseñaros algo —dije.
—¿El qué? —preguntó Zoya, con los ojos fijos en la pluma.
—Venid a verlo.
Salió de la cama con un suspiro de exasperación. Las conduje por el pasillo hasta
mi habitación y abrí la puerta.
Genya corrió hacia la pila de trajes que había sobre mi cama.
—¡Seda! —gimió—. ¡Terciopelo!
Zoya cogió una kefta que colgaba del respaldo de mi silla. Era de brocado dorado,
las mangas y el dobladillo tenían suntuosos bordados azules, y las muñecas estaban
marcadas con unas joyas en forma de soles.
—Es marta cibelina —señaló, acariciando el forro—. Nunca te había odiado
www.lectulandia.com - Página 119