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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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una espada reluciente que existía en un momento y en cada momento más allá de él.

Hubo un crujido que reverberó como un trueno en la distancia, y el cielo pareció

vibrar.

Lentamente, en silencio, la cima de la montaña más alejada comenzó a moverse.

No se inclinó, tan solo se deslizó de forma inexorable hacia un lado, nieve y roca que

cayeron como una cascada por la ladera, dejando una línea perfectamente diagonal en

el lugar donde había estado la cima, dejando un saliente de roca gris expuesta que

sobresalía un poco del banco de nubes.

Detrás de mí oí chillidos y vítores. Misha estaba dando saltos.

—¡Lo ha conseguido! ¡Lo ha conseguido! —cacareó.

Eché un vistazo por encima del hombro. Mal me dirigió un levísimo asentimiento

de cabeza, y después comenzó a reunir a todo el mundo para que volvieran al interior

de la Rueca. Vi que señalaba a uno de los rebeldes y que formaba una palabra con la

boca: «Paga».

Me giré hacia la montaña rota, con la sangre en efervescencia por el poder, con la

mente tambaleándose a causa de lo que había hecho, algo real, algo permanente. Otra

vez, clamó una voz dentro de mí, sedienta de más. Primero un hombre, y después una

montaña. Estaban ahí, y después ya no estaban. Era fácil. Me estremecí en el interior

de mi kefta, y me sentí reconfortada por el suave roce del pelaje de zorro.

—Te has tomado tu tiempo —refunfuñó Baghra—. A este ritmo, voy a perder los

pies por el frío antes de que hagas ningún progreso.

www.lectulandia.com - Página 112

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