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—Tan solo quiero volver a sentirme a salvo.
Le temblaban los hombros, y deseé tener el don de Nikolai para encontrar las
palabras correctas.
—Sergei —dije, sin saber muy bien si iba a mejorar o empeorar las cosas—.
Nikolai tiene campos en tierra, algunos en Tsibeya y un poco más al sur. Son
estaciones de paso para los contrabandistas, alejadas de la mayoría de las luchas. Si él
lo acepta, ¿preferirías que te asignáramos a ese lugar? Podrías trabajar como Sanador.
O quizás simplemente descansar durante un tiempo.
Ni siquiera dudó.
—Sí —jadeó.
Me sentí culpable por la oleada de alivio que me recorrió. Sergei nos había
ralentizado durante nuestra batalla con la milicia. Era inestable. Podía disculparme,
ofrecerle palabras inútiles, pero no sabía cómo ayudarlo, y eso no cambiaba el hecho
de que estábamos en guerra. Sergei se había convertido en una carga.
—Me ocuparé de los preparativos. Si necesitas algo más…
Dejé la frase a medias, sin saber muy bien cómo continuar. Le di unas palmadas
torpes en el hombro, y después me levanté y me giré para marcharme.
—¿Alina? —Me detuve en la entrada. Podía distinguirlo en la oscuridad, y la luz
del pasillo se reflejaba en sus mejillas húmedas—. Siento lo de Genya. Lo siento
todo.
Recordé cómo Marie y Sergei se picaban el uno al otro, cómo se sentaban con los
brazos pegados, riendo mientras compartían una taza de té.
—Yo también —susurré.
Cuando salí al recibidor, me sorprendió ver a Baghra esperando con Misha.
—¿Qué estás haciendo aquí fuera?
—Hemos venido a buscarte. ¿Qué le pasa a ese chico?
—Lo está pasando muy mal —expliqué, alejándolos de la habitación del tanque.
—¿Y quién no?
—Vio a la chica que amaba siendo destripada por tu hijo y la abrazó mientras
moría.
—El sufrimiento es tan barato como la arcilla y el doble de común. Lo que
importa es lo que cada uno haga con él. Y ahora —añadió con un golpe de su bastón
—, lecciones.
Me sentía tan aturdida que tardé un momento en comprender lo que quería decir.
¿Lecciones? Baghra se había negado a enseñarme desde que regresé al Pequeño
Palacio con el segundo amplificador. Traté de calmarme y la seguí por el pasillo.
Probablemente era una estúpida por preguntar, pero no pude refrenarme.
—¿Por qué has cambiado de opinión?
—He tenido una charla con nuestro nuevo Rey.
—¿Nikolai? —Ella gruñó. Mis pasos se ralentizaron cuando vi adonde la estaba
conduciendo Misha—. ¿Vas a montar en la caja de hierro?
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