Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

lisseth021116
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—Lo siento —dije—. Simplemente no puedo.Él se quedó ahí plantado, y casi podía ver cómo luchaba consigo mismo sobre sidebía sentarse o no junto a mí. Al final permaneció donde estaba.—Hoy me has salvado la vida —señaló.Me encogí de hombros.—Y tú me salvaste la mía. Es lo que siempre hacemos.—Sé que no es fácil matar por primera vez.—He sido responsable de muchas muertes. Esto no debería ser muy distinto.—Pero lo es.—Era un soldado, como nosotros. Probablemente tuviera una familia en algúnsitio, una chica a la que amara, quizás incluso algún hijo. Estaba allí, y entoncessimplemente… no estaba. —Sabía que debía dejarlo ahí, pero necesitaba soltar laspalabras—. ¿Y sabes qué es lo que más miedo me da? En realidad sí que fue fácil.Mal permaneció en silencio durante un largo momento. A continuación, dijo:—No estoy seguro de quién fue la primera persona que maté. Estábamos dandocaza al ciervo cuando nos encontramos con una patrulla fjerdana en la frontera delnorte. No creo que la lucha durara más que unos pocos minutos, pero maté a treshombres. Estaban haciendo su trabajo, al igual que yo, tratando de sobrevivir un díatras otro, y después estaban sangrando sobre la nieve. No tengo forma de saber quiénfue el primero en caer, pero tampoco creo que importe. Tienes que mantenerlosalejados. Las caras empiezan a emborronarse.—¿De verdad?—No.Dudé.—Me sentí bien —susurré, sin poder mirarlo a la cara. No dijo nada, así quecontinué—: No importa para qué esté usando el Corte, ni lo que haga con ese poder.Siempre me siento bien.Me daba miedo mirarlo, miedo de la repulsión que vería en su rostro o, peor aún,del temor. Sin embargo, cuando me obligué a levantar la mirada, la expresión de Malera pensativa.—Podías haber matado al Apparat y a sus guardias, pero no lo hiciste.—Quería hacerlo.—Pero no lo hiciste. Has tenido muchas oportunidades de ser brutal, de ser cruel,pero nunca las has utilizado.—Todavía no. El pájaro de fuego…Negó con la cabeza.—El pájaro de fuego no cambiará quien eres. Seguirás siendo la misma chica quese llevó una paliza de Ana Kuya cuando fui yo quien rompió su reloj de broncedorado.Solté un gruñido, y lo señalé con un dedo acusatorio.—Y tú me dejaste.www.lectulandia.com - Página 104

Él se rio.—Pues claro que sí. Esa mujer es terrorífica. —Su expresión se volvió seria—.Seguirás siendo la misma chica que estaba dispuesta a sacrificar su vida parasalvarnos en el Pequeño Palacio, la misma chica que acabo de ver defendiendo a unasirvienta ante un rey.—No es una sirvienta. Es…—Una amiga. Ya lo sé. —Dudó—. La cosa es, Alina, que Luchenko tenía razón.Tardé un momento en recordar que aquel era el nombre del líder de la milicia.—¿Sobre qué?—Algo está mal en este país. No hay tierra. No hay vida. Tan solo uniformes yarmas. Así es como yo solía pensar también.Era cierto. Había estado dispuesto a marcharse de Ravka sin mirar atrás.—¿Qué ha cambiado?—Tú. Lo vi aquella noche en la capilla. Si no hubiera estado tan asustado, podríahaberlo visto antes.Pensé en el cuerpo del soldado cayendo en pedazos.—A lo mejor tenías razones para tenerme miedo.—No te tenía miedo a ti, Alina. Tenía miedo de perderte. La chica en la que teestabas convirtiendo ya no me necesitaba, pero así es como siempre has estadodestinada a ser.—¿Sedienta de poder? ¿Despiadada?—Fuerte. —Apartó la mirada—. Luminosa. Y tal vez también un pocodespiadada. Eso es lo que hace falta para gobernar. Ravka está rota, Alina, y creo quesiempre lo ha estado. La chica que vi en la capilla podría cambiar eso.—Nikolai…—Nikolai es un líder nato. Sabe pelear, sabe de política. Pero no sabe lo que esvivir sin esperanza. Nunca ha sido insignificante, como tú o Genya. Ni como yo.—Es un buen hombre —protesté.—Y será un buen rey. Pero necesita que tú seas extraordinaria.No sabía qué responder a eso. Presioné la ventana de cristal con un dedo, ydespués limpié la mancha con la manga.—Voy a preguntarle si puedo traer a los estudiantes de Keramzin. Y también a loshuérfanos.—Llévatelo cuando te vayas —sugirió Mal—. Debería ver el lugar de dondevienes. —Se rio—. Puedes presentarle a Ana Kuya.—Ya le he soltado encima a Baghra. Pensará que tengo un ejército de ancianassalvajes. —Dejé otra huella dactilar sobre el cristal. Sin mirarlo, dije—: Mal,cuéntame lo del tatuaje.Permaneció en silencio durante un tiempo. Finalmente, se pasó la mano por lanuca y explicó:—Es un juramento en ravkano antiguo.www.lectulandia.com - Página 105

Él se rio.

—Pues claro que sí. Esa mujer es terrorífica. —Su expresión se volvió seria—.

Seguirás siendo la misma chica que estaba dispuesta a sacrificar su vida para

salvarnos en el Pequeño Palacio, la misma chica que acabo de ver defendiendo a una

sirvienta ante un rey.

—No es una sirvienta. Es…

—Una amiga. Ya lo sé. —Dudó—. La cosa es, Alina, que Luchenko tenía razón.

Tardé un momento en recordar que aquel era el nombre del líder de la milicia.

—¿Sobre qué?

—Algo está mal en este país. No hay tierra. No hay vida. Tan solo uniformes y

armas. Así es como yo solía pensar también.

Era cierto. Había estado dispuesto a marcharse de Ravka sin mirar atrás.

—¿Qué ha cambiado?

—Tú. Lo vi aquella noche en la capilla. Si no hubiera estado tan asustado, podría

haberlo visto antes.

Pensé en el cuerpo del soldado cayendo en pedazos.

—A lo mejor tenías razones para tenerme miedo.

—No te tenía miedo a ti, Alina. Tenía miedo de perderte. La chica en la que te

estabas convirtiendo ya no me necesitaba, pero así es como siempre has estado

destinada a ser.

—¿Sedienta de poder? ¿Despiadada?

—Fuerte. —Apartó la mirada—. Luminosa. Y tal vez también un poco

despiadada. Eso es lo que hace falta para gobernar. Ravka está rota, Alina, y creo que

siempre lo ha estado. La chica que vi en la capilla podría cambiar eso.

—Nikolai…

—Nikolai es un líder nato. Sabe pelear, sabe de política. Pero no sabe lo que es

vivir sin esperanza. Nunca ha sido insignificante, como tú o Genya. Ni como yo.

—Es un buen hombre —protesté.

—Y será un buen rey. Pero necesita que tú seas extraordinaria.

No sabía qué responder a eso. Presioné la ventana de cristal con un dedo, y

después limpié la mancha con la manga.

—Voy a preguntarle si puedo traer a los estudiantes de Keramzin. Y también a los

huérfanos.

—Llévatelo cuando te vayas —sugirió Mal—. Debería ver el lugar de donde

vienes. —Se rio—. Puedes presentarle a Ana Kuya.

—Ya le he soltado encima a Baghra. Pensará que tengo un ejército de ancianas

salvajes. —Dejé otra huella dactilar sobre el cristal. Sin mirarlo, dije—: Mal,

cuéntame lo del tatuaje.

Permaneció en silencio durante un tiempo. Finalmente, se pasó la mano por la

nuca y explicó:

—Es un juramento en ravkano antiguo.

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