Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
—Lo siento —dije—. Simplemente no puedo.
Él se quedó ahí plantado, y casi podía ver cómo luchaba consigo mismo sobre si
debía sentarse o no junto a mí. Al final permaneció donde estaba.
—Hoy me has salvado la vida —señaló.
Me encogí de hombros.
—Y tú me salvaste la mía. Es lo que siempre hacemos.
—Sé que no es fácil matar por primera vez.
—He sido responsable de muchas muertes. Esto no debería ser muy distinto.
—Pero lo es.
—Era un soldado, como nosotros. Probablemente tuviera una familia en algún
sitio, una chica a la que amara, quizás incluso algún hijo. Estaba allí, y entonces
simplemente… no estaba. —Sabía que debía dejarlo ahí, pero necesitaba soltar las
palabras—. ¿Y sabes qué es lo que más miedo me da? En realidad sí que fue fácil.
Mal permaneció en silencio durante un largo momento. A continuación, dijo:
—No estoy seguro de quién fue la primera persona que maté. Estábamos dando
caza al ciervo cuando nos encontramos con una patrulla fjerdana en la frontera del
norte. No creo que la lucha durara más que unos pocos minutos, pero maté a tres
hombres. Estaban haciendo su trabajo, al igual que yo, tratando de sobrevivir un día
tras otro, y después estaban sangrando sobre la nieve. No tengo forma de saber quién
fue el primero en caer, pero tampoco creo que importe. Tienes que mantenerlos
alejados. Las caras empiezan a emborronarse.
—¿De verdad?
—No.
Dudé.
—Me sentí bien —susurré, sin poder mirarlo a la cara. No dijo nada, así que
continué—: No importa para qué esté usando el Corte, ni lo que haga con ese poder.
Siempre me siento bien.
Me daba miedo mirarlo, miedo de la repulsión que vería en su rostro o, peor aún,
del temor. Sin embargo, cuando me obligué a levantar la mirada, la expresión de Mal
era pensativa.
—Podías haber matado al Apparat y a sus guardias, pero no lo hiciste.
—Quería hacerlo.
—Pero no lo hiciste. Has tenido muchas oportunidades de ser brutal, de ser cruel,
pero nunca las has utilizado.
—Todavía no. El pájaro de fuego…
Negó con la cabeza.
—El pájaro de fuego no cambiará quien eres. Seguirás siendo la misma chica que
se llevó una paliza de Ana Kuya cuando fui yo quien rompió su reloj de bronce
dorado.
Solté un gruñido, y lo señalé con un dedo acusatorio.
—Y tú me dejaste.
www.lectulandia.com - Página 104