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Las zapatillas de Jude - L. J

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Tomé una nota mental para contratar a una asistente atlética y casada en

cuanto Brianna tirara la toalla. Lo que, a juzgar por mi historial, ocurriría

en las próximas semanas. Normalmente, mis asistentes personales dimitían

a los tres meses, en cuanto se daban cuenta de que:

1. Era un capullo insufrible.

2. No me iba a acostar con ellas.

Brianna estaba llegando a los cuatro meses y eso la convertía o bien en

una muy buena trabajadora o bien en una lunática masoquista.

—Despídelos —respondí—. No trabajo con ladrones.

«A no ser que tengan un culo digno de una canción de rap». Judith

Humphry me vino a la mente. «En ese caso, sí que las dejo conservar el

trabajo».

En realidad, no era cierto, y lo sabía. La señorita Humphry no trabajaba

para mí y lo más probable era que no volviera a verla en meses. Trabajaba

en una planta diferente, en un departamento diferente. Además, nunca me

tiraba a la misma persona dos veces y nunca me acostaría con una

empleada. Oficialmente, era tóxica como una hiedra venenosa y me había

robado, cosa que la hacía todavía menos tentadora.

Brianna se pasó la lengua por los labios y se colocó el cabello marrón y

rizado por detrás de las orejas mientras me seguía. Caminé por la redacción

hacia mi despacho.

—Señor, eso sería muy complicado, porque, según este documento…

—Deslizó el dedo por la pantalla del iPad—. Ha vetado a todas las

tintorerías de Manhattan.

Le quité el dispositivo de las manos y estudié las tintorerías tachadas en

rojo. Increíble. Los humanos estaban diseñados para tomar todo lo que

quisieran sin importar las consecuencias.

Volví a pensar en la señorita Humphry. No tenía derecho a meterse así

en mi cabeza, normalmente olvidaba los polvos de una noche antes de que

se me secara el semen de la polla. Aunque claro, ella me había robado.

«Y yo me he quedado algo suyo».

¿The Smiths? ¿Bloc Party? ¿The Kinks? ¿Babyshambles? ¿Dirty Pretty

Things? La chica tenía buen gusto para la música.

—Despídelos —repetí.

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