El sutil arte de que te importe un carajo_Mark Manson
tan correcto que no puede ignorarlo y no puede parar.A mediados de los noventa, el psicólogo Roy Baumeister comenzó ainvestigar el concepto del mal. Básicamente, analizó a gente que hacía cosasmalas y las motivaciones que la orillaban a cometerlas.En esa época se asumía que las personas hacían cosas malas porque sesentían demasiado mal consigo mismas (es decir, tenían baja autoestima). Unode los primeros hallazgos de Baumeister fue que eso, a menudo, no era verdad.De hecho, era lo opuesto. Algunos de los peores criminales se sentíanparticularmente bien consigo mismos y era justamente ese concepto tan elevadode sí —a pesar de la realidad de su entorno— lo que les daba ese sentido dejustificación para lastimar y faltarles al respeto a los demás.Para que los individuos encuentren la justificación de dañar a otras personas,deben sentir una certidumbre inquebrantable en su derecho a hacer de todo, ensus propias creencias y en su mérito. Los racistas hacen cosas racistas porqueestán seguros de su superioridad genética. Los fanáticos religiosos se vuelan enpedazos y asesinan a decenas de personas porque están seguros de su propiolugar en el cielo como mártires. Los hombres violan y abusan de las mujeres porla certidumbre de que tienen derechos sobre los cuerpos femeninos.La gente mala nunca cree que es mala; por el contrario, cree que todos losdemás son malos.En unos controversiales experimentos, ahora simplemente conocidos comolos experimentos Milgrana —llamados así por el psicólogo Stanley Milgrana—,los investigadores pidieron a personas “normales” que castigaran a otrosvoluntarios por romper varias reglas. Y los castigaron, a veces escalando lareprimenda hasta llegar al abuso físico. Casi ninguno de los castigadores seopuso o pidió explicación. Por el contrario, muchos parecían disfrutar lacertidumbre de la superioridad moral que se les había otorgado en losexperimentos.El problema aquí no es sólo que la certidumbre es inalcanzable, sino que labúsqueda de la certidumbre a menudo genera más (y peor) inseguridad.Mucha gente tiene una certidumbre inamovible en su habilidad para eltrabajo o en la cantidad del salario que deberían estar ganando. Pero esacertidumbre las hace sentir peor, no mejor. Ven a los otros recibir ascensos y sesienten ofendidos. Se asumen poco apreciados y poco reconocidos.Incluso un comportamiento tan simple como ver de reojo los mensajes detexto de tu novio o pedirle a un amigo que te cuente lo que los demás dicen de ti,es originado por la inseguridad y ese doloroso deseo de estar seguro.Puedes checar los mensajes de texto de tu pareja y no encontrar nada, peroeso rara vez es lo último, entonces comenzarás a preguntarte si no tiene un
segundo teléfono. Te puedes sentir ofendido y pisoteado en el trabajo parajustificar por qué no te dieron el ascenso, pero entonces eso causará que noconfíes en tus compañeros de labor y que dudes de todo lo que te digan (y decómo crees que te perciben), lo cual a su vez hará menos probable que teasciendan. Puedes seguir tras esa persona especial con la que se “supone” quedebes estar, pero después de cada avance y retroceso, y cada noche de soledad,empiezas a preguntarte más y más qué estás haciendo mal.En esos momentos de inseguridad y de profunda desesperación nosvolvemos susceptibles a ese sentimiento insidioso de tener derecho a todo: creerque nos merecemos hacer un poco de trampa para salirnos con la nuestra, queotra gente merece ser castigada, que merecemos tomar lo que queremos, y aveces con violencia.Es la Ley de Retrocesión de nuevo: mientras más tratas de tener certezasobre algo, más dudoso e inseguro te sentirás.Pero lo contrario es cierto de igual forma: mientras más te abras a sentirteinseguro y no saber, más cómodo te sentirás al saber lo que no sabes.La incertidumbre evita nuestros juicios sobre los demás, previene queestereotipemos o sesguemos innecesariamente a alguien cuando lo vemos entelevisión, en la oficina o en la calle. La incertidumbre también evita que nosjuzguemos a nosotros mismos. Desconocemos si somos dignos de amor o no, sino sabemos qué tan atractivos somos; no sabemos lo exitosos quepotencialmente podríamos ser. La única forma de alcanzar esas cosas esmantenerse con la incertidumbre que generan y estar abiertos a encontrarlas através de la experiencia.La incertidumbre es la raíz de todo el progreso y todo el crecimiento. Comodice el viejo adagio: “El hombre que cree que sabe todo, no aprende nada”. Nopodemos aprender algo si antes no desconocemos algo. Mientras más admitamosque no sabemos, más oportunidades ganaremos para aprender.Nuestros valores son imperfectos e incompletos, y asumir que son perfectosy completos es situarnos en una mentalidad peligrosamente dogmática que sóloderivará en sentirnos con derecho a todo y a evadir la responsabilidad. La únicamanera de resolver nuestros problemas es admitir primero que nuestras accionesy creencias hasta ese punto son equivocadas y no están funcionando.Esta apertura a estar equivocado debe existir para que cualquier cambio realo cualquier crecimiento se materialice.Antes de que podamos analizar nuestros valores y nuestras prioridades, ycambiarlos por unos mejores y más sanos, primero debemos perder la certeza denuestros valores actuales. Debemos arrancarlos intelectualmente, ver nuestrasfallas y sesgos, ver cómo no encajan mucho con el resto del mundo; debemos
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segundo teléfono. Te puedes sentir ofendido y pisoteado en el trabajo para
justificar por qué no te dieron el ascenso, pero entonces eso causará que no
confíes en tus compañeros de labor y que dudes de todo lo que te digan (y de
cómo crees que te perciben), lo cual a su vez hará menos probable que te
asciendan. Puedes seguir tras esa persona especial con la que se “supone” que
debes estar, pero después de cada avance y retroceso, y cada noche de soledad,
empiezas a preguntarte más y más qué estás haciendo mal.
En esos momentos de inseguridad y de profunda desesperación nos
volvemos susceptibles a ese sentimiento insidioso de tener derecho a todo: creer
que nos merecemos hacer un poco de trampa para salirnos con la nuestra, que
otra gente merece ser castigada, que merecemos tomar lo que queremos, y a
veces con violencia.
Es la Ley de Retrocesión de nuevo: mientras más tratas de tener certeza
sobre algo, más dudoso e inseguro te sentirás.
Pero lo contrario es cierto de igual forma: mientras más te abras a sentirte
inseguro y no saber, más cómodo te sentirás al saber lo que no sabes.
La incertidumbre evita nuestros juicios sobre los demás, previene que
estereotipemos o sesguemos innecesariamente a alguien cuando lo vemos en
televisión, en la oficina o en la calle. La incertidumbre también evita que nos
juzguemos a nosotros mismos. Desconocemos si somos dignos de amor o no, si
no sabemos qué tan atractivos somos; no sabemos lo exitosos que
potencialmente podríamos ser. La única forma de alcanzar esas cosas es
mantenerse con la incertidumbre que generan y estar abiertos a encontrarlas a
través de la experiencia.
La incertidumbre es la raíz de todo el progreso y todo el crecimiento. Como
dice el viejo adagio: “El hombre que cree que sabe todo, no aprende nada”. No
podemos aprender algo si antes no desconocemos algo. Mientras más admitamos
que no sabemos, más oportunidades ganaremos para aprender.
Nuestros valores son imperfectos e incompletos, y asumir que son perfectos
y completos es situarnos en una mentalidad peligrosamente dogmática que sólo
derivará en sentirnos con derecho a todo y a evadir la responsabilidad. La única
manera de resolver nuestros problemas es admitir primero que nuestras acciones
y creencias hasta ese punto son equivocadas y no están funcionando.
Esta apertura a estar equivocado debe existir para que cualquier cambio real
o cualquier crecimiento se materialice.
Antes de que podamos analizar nuestros valores y nuestras prioridades, y
cambiarlos por unos mejores y más sanos, primero debemos perder la certeza de
nuestros valores actuales. Debemos arrancarlos intelectualmente, ver nuestras
fallas y sesgos, ver cómo no encajan mucho con el resto del mundo; debemos