El sutil arte de que te importe un carajo_Mark Manson
mejoría, ahora es capaz de asistir a restaurantes y beber directo de botellas deagua o vasos sin tener que lavarlos antes. Jack resume lo que ha aprendido: “Yono elegí esta vida; yo no elegí esta horrible enfermedad. Pero puedo elegir cómovivir con ella; debo escoger cómo vivir con ella”.Muchas personas que nacieron con una desventaja —ya sea toc o unaestatura baja o algo muy diferente— eligen pensar que ésta les ha robado algosumamente valioso. Sienten que no hay nada que puedan hacer al respecto, asíque evaden asumir la responsabilidad de su situación. Piensan algo como: “Yono escogí esta genética de porquería, así que no es mi culpa si todo sale mal”.Y es verdad, no es su culpa.Pero, aun así, es su responsabilidad.Cuando cursaba la universidad, tuve la loca fantasía de convertirme enjugador profesional de póker. Ganaba dinero y todo, y fue divertido, perodespués de un año de juego serio, me retiré. El estilo de vida de desvelarme todala noche mirando fijamente el monitor de la computadora, ganando cientos dedólares un día y perdiendo la mayor parte al día siguiente no era para mí y no eraexactamente el medio de subsistencia más sano o más estable en términosemocionales. Pero mi tiempo de jugar al póker tuvo una sorprendente y profundainfluencia en la forma en la que veo la vida.La belleza del poder es que, si bien la suerte siempre tiene un papelimportante, esa misma suerte no dicta el resultado de un juego en el largo plazo.A una persona le pueden repartir cartas terribles y aun así ganarle a quien le tocóuna gran mano. Claro, quien posee las mejores cartas tiene mayor probabilidadde ganar la partida, pero al final, el vencedor está determinado por —sí, acertaste— las elecciones que cada jugador hace durante el juego.Yo concibo la vida en esos mismos términos. A todos nos reparten cartas. Aalgunos nos tocan mejores cartas que a otros. Y si bien es fácil obsesionarnoscon las cartas que tenemos y sentir que nos tocó una pésima partida, el juego realconsiste en las elecciones que hacemos con esas cartas, los riesgos quedecidimos tomar y las consecuencias con las que elegimos vivir. La gente que demanera consistente toma las mejores decisiones en las situaciones que se lespresentan son aquellas que por lo general salen avante en el póker, igual que enla vida. Y no es necesariamente la gente con las mejores cartas.Hay quienes sufren psicológica y emocionalmente por deficienciasneurológicas o genéticas, pero eso no cambia nada. Cierto, heredaron una malapartida y no es su culpa. No se le puede culpar de ser chaparro al tipo bajito porquerer una cita. A la persona que le roban no se le puede culpar por haber sidoasaltada. Pero aún es su responsabilidad. Ya sea que escojan buscar tratamientopsiquiátrico, ir a terapia o no hacer nada, la elección es suya. Hay quienes sufren
por una mala infancia. Hay quienes son abusados y violados y lastimados física,emocional y financieramente. A ellos no se les puede culpar por sus problemas ysus obstáculos, pero aún son responsables —siempre son responsables— deseguir adelante a pesar de sus problemas y de elegir las mejores opciones quepuedan, dadas sus circunstancias.Y seamos honestos: si sumaras a todas las personas que padecen algúndesorden psiquiátrico, que luchan contra la depresión o contra pensamientossuicidas, que han sido sujetos de negligencia o abuso, que han pasado por latragedia o la muerte de un ser querido o que han sobrevivido a serios problemasde salud, accidentes o traumas; si sumas a todas esas personas y las pusieras enuna habitación, bueno, quizá tendrías que llamarnos a todos nosotros, porquenadie pasa por la vida sin coleccionar algunas cicatrices en el camino.Es cierto, algunas personas enfrentan mucho peores problemas que otros yalgunos son legítimamente victimizados de maneras terribles. Pero tanto comoesto nos trastorne o nos moleste, no cambia, en nada, la ecuación de laresponsabilidad de nuestra situación individual.Victimismo chicLa falacia de la responsabilidad/culpa le permite a la gente endosarle a los demásla responsabilidad de resolver sus problemas. Esta habilidad de deshacerse de laresponsabilidad a través de la culpa le otorga a las personas un bienestar efímeroy la sensación de creerse con derecho a todo.Desafortunadamente, un efecto colateral del internet y de las redes socialeses que se ha vuelto más fácil que nunca lanzarle la responsabilidad —incluso porla más mínima de las infracciones—, a algún otro grupo o persona. De hecho,este juego de culpa/vergüenza se ha vuelto tan popular que en ciertas esferas seve como algo cool. Compartir públicamente las “injusticias” atrae más atencióny más efusividad emocional que cualquier otro evento en las redes sociales;legitima al tipo de persona que perpetuamente se siente victimizada concantidades enormes de atención y simpatía.El “victimismo chic” está de moda por todos lados hoy, entre los ricos y lospobres. De hecho, puede que ésta sea la primera vez en la historia de lahumanidad en la que cada grupo demográfico se ha sentido injustamentevictimizado de manera simultánea. Todos van montados en la indignación moralque eso trae consigo.En este momento, cualquiera que se sienta ofendido por cualquiercircunstancia —ya sea el hecho de que un libro sobre racismo fue autorizadocomo parte de una clase universitaria o que los árboles de Navidad fueronprohibidos en el supermercado local o que subieron los impuestos medio punto
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agua o vasos sin tener que lavarlos antes. Jack resume lo que ha aprendido: “Yo
no elegí esta vida; yo no elegí esta horrible enfermedad. Pero puedo elegir cómo
vivir con ella; debo escoger cómo vivir con ella”.
Muchas personas que nacieron con una desventaja —ya sea toc o una
estatura baja o algo muy diferente— eligen pensar que ésta les ha robado algo
sumamente valioso. Sienten que no hay nada que puedan hacer al respecto, así
que evaden asumir la responsabilidad de su situación. Piensan algo como: “Yo
no escogí esta genética de porquería, así que no es mi culpa si todo sale mal”.
Y es verdad, no es su culpa.
Pero, aun así, es su responsabilidad.
Cuando cursaba la universidad, tuve la loca fantasía de convertirme en
jugador profesional de póker. Ganaba dinero y todo, y fue divertido, pero
después de un año de juego serio, me retiré. El estilo de vida de desvelarme toda
la noche mirando fijamente el monitor de la computadora, ganando cientos de
dólares un día y perdiendo la mayor parte al día siguiente no era para mí y no era
exactamente el medio de subsistencia más sano o más estable en términos
emocionales. Pero mi tiempo de jugar al póker tuvo una sorprendente y profunda
influencia en la forma en la que veo la vida.
La belleza del poder es que, si bien la suerte siempre tiene un papel
importante, esa misma suerte no dicta el resultado de un juego en el largo plazo.
A una persona le pueden repartir cartas terribles y aun así ganarle a quien le tocó
una gran mano. Claro, quien posee las mejores cartas tiene mayor probabilidad
de ganar la partida, pero al final, el vencedor está determinado por —sí, acertaste
— las elecciones que cada jugador hace durante el juego.
Yo concibo la vida en esos mismos términos. A todos nos reparten cartas. A
algunos nos tocan mejores cartas que a otros. Y si bien es fácil obsesionarnos
con las cartas que tenemos y sentir que nos tocó una pésima partida, el juego real
consiste en las elecciones que hacemos con esas cartas, los riesgos que
decidimos tomar y las consecuencias con las que elegimos vivir. La gente que de
manera consistente toma las mejores decisiones en las situaciones que se les
presentan son aquellas que por lo general salen avante en el póker, igual que en
la vida. Y no es necesariamente la gente con las mejores cartas.
Hay quienes sufren psicológica y emocionalmente por deficiencias
neurológicas o genéticas, pero eso no cambia nada. Cierto, heredaron una mala
partida y no es su culpa. No se le puede culpar de ser chaparro al tipo bajito por
querer una cita. A la persona que le roban no se le puede culpar por haber sido
asaltada. Pero aún es su responsabilidad. Ya sea que escojan buscar tratamiento
psiquiátrico, ir a terapia o no hacer nada, la elección es suya. Hay quienes sufren