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El sutil arte de que te importe un carajo_Mark Manson

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miles de folletos en toda la región del Pacífico, anunciando que la guerra había

terminado y que era tiempo de irse a casa, para todos. Onoda y sus hombres,

como muchos otros, encontraron y leyeron dichos volantes, pero a diferencia de

los demás, Onoda consideró que eran falsos, una trampa maquillada por las

fuerzas enemigas para desenmascarar a los guerrilleros. El militar japonés

quemó los folletos, y él y sus hombres se mantuvieron escondidos, continuando

la lucha.

Así pasaron cinco años. Los volantes dejaron de ser distribuidos y la mayoría

de las fuerzas armadas de Estados Unidos hacía tiempo que regresaron a casa. La

población local en Lubang intentaba retornar a sus vidas y actividades normales

como la pesca y la agricultura. Sin embargo, Hiroo Onoda y sus secuaces aún

permanecían ahí, disparándoles a los granjeros, quemando sus cosechas, robando

su ganado y asesinando a los locales que se aventuraban en lo profundo de la

selva. Entonces, el gobierno filipino imprimió nuevos folletos y los distribuyó

por aquella zona selvática. “Salgan. La guerra terminó. Ustedes perdieron”,

decían.

Pero dichos volantes también fueron ignorados.

En 1952, el gobierno japonés hizo un último esfuerzo para localizar a los

últimos soldados que permanecían escondidos en el Pacífico. Esta ocasión,

cartas y fotografías de las familias de los combatientes desaparecidos se lanzaron

desde el aire, junto con una nota personal del propio emperador. Una vez más,

Onoda se rehusó a creer que la información era veraz. De nuevo consideró que el

envío era un truco de los estadounidenses. Y por enésima ocasión, él y sus

hombres se mantuvieron en posición de combate y continuaron luchando.

Así pasaron más años y los pobladores filipinos, hartos de ser aterrorizados,

finalmente se armaron y comenzaron a contraatacar. Ya en 1959, uno de los

compañeros de Onoda se había rendido y otro más había muerto. Entonces, una

década después, el último camarada de Onoda, un hombre llamado Kozuka, fue

asesinado por la policía local, durante una balacera, tras quemar campos de

arroz; él aún seguía en guerra con la población local, ¡un cuarto de siglo después

del final de la Segunda Guerra Mundial!

Onoda, habiendo pasado ya más de la mitad de su vida en la selva de

Lubang, se quedó solo.

En 1972, la noticia de la muerte de Kozuka llegó a Japón en donde causó

revuelo. Los japoneses pensaban que los últimos soldados habían regresado a

casa desde hacía años. Los medios de comunicación nipones empezaron a

preguntarse: si Kozuka permaneció en Lubang hasta 1972, entonces quizás el

mismo Onoda, el último reducto de la Segunda Guerra Mundial, también podría

seguir vivo.

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