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El sutil arte de que te importe un carajo_Mark Manson

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deseos y nuestras ambiciones. Si no reconocemos la siempre presente mirada de

la muerte sobre nosotros, lo superficial parecerá importante y lo importante

parecerá superficial. La muerte es lo único que podemos saber con certeza, y

como tal, debe ser el compás a través del cual orientemos nuestros otros valores

y decisiones. Es la respuesta correcta a todas las preguntas que deberíamos

formular, pero que nunca nos atrevemos. La única forma de sentirse cómodo con

la muerte es entenderla y verla como algo más grande que tú; elegir valores que

vayan más allá de servirte a ti, valores simples, inmediatos, controlables y

tolerantes al caótico mundo que te rodea. Ésta es la raíz de la felicidad. Ya sea

que escuches a Aristóteles o a los psicólogos de Harvard, o a Jesucristo o a los

malditos Beatles, todos sostienen que la felicidad proviene de una sola fuente:

que te importe algo más grande que tú mismo, creer que eres un componente que

contribuye a una entidad mucho más superior, que tu vida es tan sólo el proceso

secundario de una producción ininteligible mucho mayor. Este sentimiento es lo

que lleva a la gente a las iglesias, es por lo que se pelea en las guerras, por el que

se crean familias y se ahorran pensiones, por el que se construyen puentes y se

inventan celulares; por este fugaz sentido de formar parte de algo mayor y más

desconocido que ellos mismos.

Sentirse con derecho a todo nos arrebata eso. La gravedad de sentirse con

derecho a todo succiona toda la atención hacia el interior, hacia nosotros

mismos; causa que pensemos que nosotros estamos en el centro de todos los

problemas del universo, que nosotros somos los únicos sufriendo todas las

injusticias, que nosotros somos quienes merecemos la grandeza sobre todos los

demás.

Tan seductor como es, el sentirse con derecho a todo nos aísla. Nuestra

curiosidad y emoción por el mundo se vuelca sobre uno mismo y refleja nuestros

propios sesgos y proyecciones sobre cada persona que conocemos y cada evento

que experimentamos. Esto se siente sensual y tentador; y puede sentirse bien por

un rato y vender muchos boletos, pero es veneno espiritual.

Son estas dinámicas las que ahora nos afligen. Estamos muy bien

acomodados en términos materiales y, sin embargo, muy atormentados

psicológicamente por problemas menores y superficiales. La gente renuncia a

toda responsabilidad; demanda que la sociedad se acomode a sus sentimientos y

sensibilidades. La gente se aferra a certidumbres arbitrarias y trata de forzarlas

sobre los demás, a menudo de manera violenta, en el nombre de alguna causa

inventada. Las personas se llenan de aires de superioridad moral y caen en la

inacción y en el letargo por miedo a intentar algo que importe la pena y fracasar.

Complacerle todo a las mentes modernas ha dado por resultado una

población que se siente merecedora de algo sin habérselo ganado, una población

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