El sutil arte de que te importe un carajo_Mark Manson

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21.07.2023 Views

tangibles externas fuera de nuestro control. La persecución de dichas metascausa mucha ansiedad e incluso si logramos alcanzarlas, nos dejan sintiendovacíos y sin vida, porque una vez que los has alcanzado, no hay más problemaspara resolver.Los mejores valores, como ya comentamos, son aquellos orientados aprocesos. Algo como: “Expresarme honestamente con los demás”, un parámetropara el valor de la “honestidad”, nunca está terminado por completo, es unproblema con el cual debemos comprometernos de manera permanente. Cadanueva conversación, cada nueva relación trae retos y oportunidades para serhonesto con los demás sobre uno mismo. El valor es un proceso de por vida, quedesafía la consecución.Si tu parámetro para el valor “éxito bajo el estándar mundial” es “compraruna casa y un auto fino” y dedicas 20 años a trabajar de día y de noche paralograrlo, una vez que lo consigas, el criterio con el que calificaste ya no tienenada más qué ofrecerte. Entonces dile hola a tu crisis de la mediana edad, porqueel problema que le dio un sentido a tu vida adulta te ha sido arrebatado. Ya nohay más oportunidades de seguir creciendo y mejorando y, sin embargo, es elcrecimiento lo que genera felicidad, no una larga lista de logros arbitrarios.En ese sentido, las metas, como se definen de manera convencional —graduarte de la universidad, comprar una casa en el lago, perder siete kilos—, seconstriñen a la cantidad de felicidad que pueden producir en nuestras vidas.Pueden ser útiles cuando persigues beneficios rápidos a corto plazo, pero comoguías de tu trayectoria de vida, apestan.Picasso se mantuvo prolífico durante toda su existencia. Vivió hasta losnoventa y tantos años y continuó produciendo arte hasta sus últimos días. Si suparámetro hubiera sido “Ser famoso” o “Hacer toneladas de dinero en el mundodel arte” o “Pintar mil pinturas”, en algún momento del camino se hubieraestancado. Se habría abrumado por la ansiedad o habría dudado de sí mismo.Probablemente no hubiera mejorado e innovado su arte en el modo como lo hizodécada tras década.La razón del éxito de Picasso es exactamente la misma razón por la que, yade viejo, estaba feliz de hacer dibujos en una servilleta mientras tomaba, ensolitario, un café. Su valor subyacente era simple y humilde. Y era infinito. Erael valor de “expresión honesta”. Y eso es lo que hacía que aquella servilletafuera tan valiosa.El dolor es parte del procesoEn la década de los cincuenta, un psicólogo polaco de nombre KazimierzDabrowksi estudió a los sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial para

averiguar cómo manejaron las experiencias traumáticas del conflicto bélico. Setrataba de Polonia, así que las cosas habían estado muy terribles. Estas personasexperimentaron o presenciaron inanición masiva, bombardeos que redujeronciudades a escombros, el Holocausto, la tortura de los prisioneros de guerra y lasviolaciones o los asesinatos de miembros de su familia (si no por los nazis, añosdespués sería a manos de los soviéticos).Conforme Dabrowski analizaba a los sobrevivientes, notó algo tantosorprendente como increíble. Un gran porcentaje creía que las experiencias deguerra que sufrieron, a pesar de ser dolorosas y muy traumáticas, los habíaconvertido en gente mejor, más responsable y sí, incluso los hizo más felices.Muchos describían sus vidas antes de la conflagración como si hubieran sidopersonas diferentes: gente desagradecida o que no apreciaba a sus seres queridos,flojos y consumidos por problemas sin importancia; se creían con derecho a todolo que se les había dado. Después de la guerra se sentían más seguros, másconfiados en sí mismos, más agradecidos, y las trivialidades de la vida y suspequeñas molestias ya no les perturbaban.Obviamente, sus experiencias fueron dramáticas no estaban felices de habertenido que padecerlas. Muchos aún sufrían por las cicatrices emocionales que laguerra les había dejado. Pero algunos pudieron tomar esas cicatrices paratransformarse a sí mismos de forma positiva.Y estas personas no son las únicas en ese tipo de transformación. Paramuchos de nosotros, los logros que más nos enorgullecen provienen de una granadversidad. Nuestro dolor nos hace más fuertes, más resilientes, más centrados.Muchos sobrevivientes de cáncer, por ejemplo, reportan sentirse más fuertes ymás agradecidos después de ganar la batalla para sobrevivir. Asimismo, elpersonal militar presenta resiliencia mental, ganada a partir de resistir lospeligrosos ambientes de una zona de guerra.Dabrowksi discutía que el miedo, la ansiedad y la tristeza no necesariamenteson siempre estados mentales indeseables o inútiles, por lo general sonrepresentativos del dolor necesario para el crecimiento psicológico. Negar esedolor es negar nuestro propio potencial. Justo así como sufrimos un dolor físicopara construir huesos y músculos más fuertes, uno debe sufrir dolor emocionalpara desarrollar una resiliencia emocional mayor, una autoconciencia más fuerte,un incremento en la compasión y una vida más feliz en general.Nuestros cambios más radicales de perspectiva por lo regular suceden alfinal de nuestros peores momentos. Es sólo cuando sentimos dolor intenso queestamos dispuestos a voltear a ver nuestros valores y cuestionar por qué parecenestar fallándonos. Necesitamos una especie de crisis existencial para mirarobjetivamente cómo hemos perdido el sentido de nuestra vida y luego considerar

averiguar cómo manejaron las experiencias traumáticas del conflicto bélico. Se

trataba de Polonia, así que las cosas habían estado muy terribles. Estas personas

experimentaron o presenciaron inanición masiva, bombardeos que redujeron

ciudades a escombros, el Holocausto, la tortura de los prisioneros de guerra y las

violaciones o los asesinatos de miembros de su familia (si no por los nazis, años

después sería a manos de los soviéticos).

Conforme Dabrowski analizaba a los sobrevivientes, notó algo tanto

sorprendente como increíble. Un gran porcentaje creía que las experiencias de

guerra que sufrieron, a pesar de ser dolorosas y muy traumáticas, los había

convertido en gente mejor, más responsable y sí, incluso los hizo más felices.

Muchos describían sus vidas antes de la conflagración como si hubieran sido

personas diferentes: gente desagradecida o que no apreciaba a sus seres queridos,

flojos y consumidos por problemas sin importancia; se creían con derecho a todo

lo que se les había dado. Después de la guerra se sentían más seguros, más

confiados en sí mismos, más agradecidos, y las trivialidades de la vida y sus

pequeñas molestias ya no les perturbaban.

Obviamente, sus experiencias fueron dramáticas no estaban felices de haber

tenido que padecerlas. Muchos aún sufrían por las cicatrices emocionales que la

guerra les había dejado. Pero algunos pudieron tomar esas cicatrices para

transformarse a sí mismos de forma positiva.

Y estas personas no son las únicas en ese tipo de transformación. Para

muchos de nosotros, los logros que más nos enorgullecen provienen de una gran

adversidad. Nuestro dolor nos hace más fuertes, más resilientes, más centrados.

Muchos sobrevivientes de cáncer, por ejemplo, reportan sentirse más fuertes y

más agradecidos después de ganar la batalla para sobrevivir. Asimismo, el

personal militar presenta resiliencia mental, ganada a partir de resistir los

peligrosos ambientes de una zona de guerra.

Dabrowksi discutía que el miedo, la ansiedad y la tristeza no necesariamente

son siempre estados mentales indeseables o inútiles, por lo general son

representativos del dolor necesario para el crecimiento psicológico. Negar ese

dolor es negar nuestro propio potencial. Justo así como sufrimos un dolor físico

para construir huesos y músculos más fuertes, uno debe sufrir dolor emocional

para desarrollar una resiliencia emocional mayor, una autoconciencia más fuerte,

un incremento en la compasión y una vida más feliz en general.

Nuestros cambios más radicales de perspectiva por lo regular suceden al

final de nuestros peores momentos. Es sólo cuando sentimos dolor intenso que

estamos dispuestos a voltear a ver nuestros valores y cuestionar por qué parecen

estar fallándonos. Necesitamos una especie de crisis existencial para mirar

objetivamente cómo hemos perdido el sentido de nuestra vida y luego considerar

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