Elna en el Valle de Collsacabra

Dedicado a mis tres princesas, Martina, Jana y Beth,
que me animaron a escribir e ilustrar parte de nuestra
experiencia en autocaravana. Que este cuento os sirva
como canal de comunicación para abordar conocimientos
y aprendizajes de una forma única y especial.
Con todo el cariño para ellas.

MARTINA tiene 8 años. Es
valiente, inteligente y tiene
mucha imaginación.
BETH tiene 3 años y es la
hermana pequeña. Es traviesa
y le gusta jugar y bailar.
JANA tiene 7 años. Es muy
observadora y alegre, y le
gusta aprender cosas nuevas.
El PADRE es un hombre muy vivaracho.
Tiene una sorpresa especial para sus hijas.
La MADRE es una apasionada de la
naturaleza. Le gusta viajar en familia.
El SR. FRANCESC es quien les cuenta la
historia del puente colgante de Rupit.
El CUENTACUENTOS les narra la leyenda
del bandolero Serrallonga.

La familia aprovecha los últimos días de verano para ir de
excursión a la comarca de Osona.
Elna es una autocaravana que los lleva al Valle de Sau-
Collsacabra, a Tavertet, un pueblo pequeñito.
Empiezan a pasear y de repente:
—¡Oh! Todas las calles están hechas de piedras —dice sorprendida
Beth.
—¡Y las casas también! —asegura Martina.
—¡Sí, es que están construidas hace muchos, muchos años! —explica
el padre.
—Yo he contado todas las casas y hay cuarenta y ocho —afirma
Jana orgullosa.
—Caramba Jana, siempre tan observadora —dice la madre.

De pronto, escuchan una música que las hace bailar con muchas
ganas. La familia continúa andando, buscando el origen de ese
ritmo y llegan a la plaza mayor.
—¡Anda! ¡Si es un gigante! —estalla Jana.
—¡Es el gigante Joan Sala! ¡Qué suerte de encontrarlo, no siempre
está! —dice la madre.
Y todos siguen el ritmo de la música saltando y danzando.

Después de un buen rato moviendo el esqueleto, con las caritas
bien rosadas y los cabellos despeinados, vuelven a Elna.
—¡Uf! ¡Qué cansada estoy! —se queja Beth—. ¡Hemos bailado
muchísimo!
—No me extraña, no habéis parado ni un segundo Beth —dice
riendo la madre—. Venga, va, ahora cenaremos y a dormir pronto.
Mañana iremos a otro pueblo muy especial, donde os espera una
gran sorpresa —explica la madre.
—¿Una sorpresa? ¡¿Cuál, cuál?! —pregunta Beth.
—Si te lo decimos ya no sería sorpresa —le responde el padre.
Y con estas palabras se van durmiendo, imaginándose qué
pasaría al día siguiente.

Esta mañana se han levantado muy pronto.
—¡Anda, espabilaos y desayunad bien! —las anima el padre.
Después de comer, cada uno se sienta en su sitio, se abrochan
el cinturón y se ponen en ruta hacia el siguiente pueblo.
Aún no han salido de Tavertet y Jana pregunta:
—Papá, ¿dónde vamos?
—A Rupit —contesta.
—¿Y cuánto rato queda para llegar?
—Unos 30 minutos, Jana.
Las niñas miran por la ventana de Elna y ven que llegan al
parking de la Villa.
Instalados en la zona de aparcamiento, se dan cuenta que a
partir de ahora deben seguir a pie.
—¡Mirad! ¡Un castillo sobre la roca! —grita Jana.
—¡Qué pasada! Aquí las casas son de piedra como... —empieza a
decir Martina.
—¡Como en Tavertet! —interrumpe Jana.

Bajan por unas escaleras y, de repente, ven que para entrar
en la villa tienen que pasar por un puente colgante. Martina no
duda nada en dar los primeros pasos.
—¡Jana, Beth, seguidme! Es muy divertido —las anima.
—¡Uy! ¡Es muy alto! Y además se balancea —dice Beth mientras la
va siguiendo—, ¡dadme la mano!
—No miréis demasiado hacia abajo —advierte Jana—. Marea un
poco...
—¡No temáis que no caeremos! —las tranquilizan sus papás.
Martina se agarra fuerte de la mano a sus hermanas y
continúan avanzando.
Finalmente, eufóricas por su proeza, llegan al otro lado y se
quedan mirando a todas las personas que lo atraviesan.
—¡Aquella señora tiene mucho miedo! —se ríe Beth.
—Es que nosotras hemos sido muy valientes, ¿verdad? —pregunta Jana.
—¡Supervalientes! —asegura Martina.

Jana se fija en un señor muy anciano que las mira atentamente.
Lleva una boina que le da un aire de personaje histórico. Es bajito
y rechoncho, llama la atención su gran barba blanca, espesa y
gruesa. Sus bigotes son largos y están muy bien peinados lo que
le hace parecer un hombre muy sabio. Se acompaña de su bastón
que le ayuda a moverse mejor y a tener más seguridad.
De golpe se les acerca y les dice:
—Hola niñas, soy Francesc. Fui alcalde del pueblo hace un tiempo
—les explica—. Hace un rato que os miro y veo que os sorprende
mucho este puente. ¿Queréis que os cuente su historia?
—¡Sí! ¡Sí, por favor! —contestan las tres niñas a la vez.
—Hace muchos años, el camino para entrar a la aldea era muy
peligroso, estaba lleno de piedras y troncos —dice afligido—. Fijaos
que hay un río que rodea todo el pueblo, se trata del río de Carraguell.
—Entonces, ¿cómo entrabais? ¿Nadando? —pregunta angustiada Beth.
El señor Francesc rompe a reír y dice:
—¡No! Para cruzarlo debía usar una
escala de gato.
—¿Qué, qué, qué? ¿Una escala de
gado gato? —preguntan las niñas
extrañadas.
—Tiene un nombre curioso, ¿eh? —
sonríe—. Es una escalera hecha con
cuerdas y baldas de madera. El caso
es que era tan incómodo que se hacía
muy pesado subir y bajar de esta
escalera así que entre mi hermano
y yo construimos este puente. Al
principio, a la gente no le gustaba
demasiado pasar, incluso había
personas que lo pasaban a cuatro
patas —asegura el señor Francesc.

—Pues es un puente muy bonito, y me gusta mucho que se columpie
un poco —dice la traviesa Beth.
—¡Martina, Jana, Beth! —las llama la madre—. ¡Venga, seguimos!
Las niñas dan las gracias al señor Francesc y siguen a sus
padres por una callejuela que casi tenían que pasar en fila de
uno porque era muy estrecho.
Al final de la calle, las sorprende un cuentacuentos, saltando
y bailando mientras toca el flautín y un tamboril.
Se detiene y las niñas se sientan a su alrededor para escucharle.
—Os contaré la leyenda del bandolero Serrallonda. Dicen que hace
más de 400 años, en el 1.594, en este mismo lugar, había mucha
pobreza, hambre, terremotos y hasta epidemias. Y fue ese año, que
en Viladrau nació un niño llamado Joanet.

Cuando el niño se hizo mayor, fue de pueblo en pueblo hasta que
llegó al Mas Serrallonga, donde conoció a Margarida. Se casaron y
vivieron en esa masería. Desde entonces Joanet es Joan Serrallonga.
—¿En serio? ¿Le pusieron de apellido el mismo que el nombre de la
casa donde vivía? —pregunta Jana.
—Sí, su nombre original es Joan Sala porque así se llamaba la casa
de Viladrau donde nació. Esto viene de una época donde los apellidos
de las personas los ponían las casas donde vivían, y todavía sigue
pasando —continúa—, los que vivimos en Rupit tenemos el apellido
de la casa en la que vivimos.
—El gigante que nos encontramos bailando en Tavertet… ¿verdad que
se llamaba Joan Sala? —pregunta Jana a sus hermanas.
—¡Sí, sí! —contesta Martina.
Mientras las chiquillas van deduciendo que el gigante que
se encontraron en Tavertet era en realidad el bandolero
Serrallonga, el cuentacuentos sigue contando la leyenda.
—Un día, un señor le pidió a Serrallonga que le escondiera unas
capas que había robado, y eso llegó a oídos de otro muchacho que
le tenía mucha rabia y lo traicionó. Serrallonga cogió un rifle, lo
disparó y huyó. Dicen que escondió un tesoro, y muchos creen que
está escondido aquí, en Rupit —revela el cuentacuentos.

—¡Ah! ¡Seguro que esta es la sorpresa que nos decían los papás!
—dice Jana emocionada.
—¿Buscamos el tesoro? —le pregunta Beth.
Las tres niñas están tan emocionadas que se levantan rápidamente
en busca del tesoro.
De prisa, por las calles de Rupit, como si no hubiera un mañana,
buscan el tesoro que escondió Serrallonga.
—¡Tenemos que mirar por todas partes! —dice Martina—. ¡Debajo
de las piedras si hace falta!

De repente se dan cuenta que en la parte superior de las
puertas de algunas casas hay alguna cosa escrita.
—¿Qué son estos símbolos tan raros? —pregunta Jana con
curiosidad.
—Nos indican el año que fueron construidas cada casa —contesta
la madre.
—¡Estupendo! Seguro que es una pista y nos estamos acercando al
tesoro —dice Jana a sus hermanas.
Más tranquilas, van fijándose bien en todo lo que las rodea.
Se paran en la tienda de Cal Ample.
—¡Oh! ¡Qué olorcillo a caramelo! —exclama Beth.
—¡Niñas, procede de dentro de la tienda! —señala Jana.
—Córcholis, está llena de objetos. Mirad, del techo se cuelgan
herramientas para trabajar en el campo, de las que usan los
payeses, ¿sabéis? —dice Martina.
—Caray, esto parece muy antiguo. ¿Y si el tesoro está aquí dentro?
—pregunta Jana.

No se lo piensan dos veces y entran en la tienda que está
repleta de gente.
—¡Buenos días, señora! ¿Qué tendría el tesoro de Serrallonga?
—preguntan las niñas.
—¿Cómo? ¿Qué me decís mocosas? ¡No lo tengo! —contesta la
señora agobiada.
—Y… ¿Dónde lo podemos encontrar? —preguntan.
—Mirad niñas, tengo mucho trabajo. ¡No estoy para tonterías!
Las hermanas salen de la tienda con unas caras largas hasta el
suelo. Siguen andando por la aldea buscando alguna pista.
Les llega un aroma a horno de leña irresistible.
—¡Qué olor más bueno! —dice Jana.
—Viene de la Era de Rupit, es la panadería que hay en la plaza
mayor. ¡Vamos, está aquí mismo! —explica la madre.
—¡Tengo hambre! —grita Beth.
Las muchachas entran a la panadería, no paran de moverse,
están muy nerviosas. Mientras esperan su turno, se preguntan:
—¿Quizás estará aquí el tesoro? —pregunta Jana.
—¡Pues seguro que sí! —responden las hermanas.

Les toca pedir.
—¿Qué os pongo niñas? —pregunta la panadera.
—¡Un pan de payés bien grande! —dice Martina.
—¡Y una coca, por favor! —añade Jana.
—Aquí tenéis preciosas. ¿Alguna cosa más?
—Si! ¡El tesoro de Serrallonga! —gritan las tres a la vez.
—Jajajaja —ríe—. ¡No lo tenemos nosotros!
—¿Ah, no? ¿No está dentro del horno donde hacéis el pan? —pregunta Jana.
—No. Pero no os desaniméis, estoy convencida que lo vais a encontrar —
dice la panadera—. Coged, bonitas, os regalo estos bastoncillos de pan para
que os pongáis contentas.
Las niñas dan las gracias a la pandera y siguen andando por las
callejuelas.
Van caminando y mordisqueando el bastoncillo, cuando de repente
Beth se detiene en seco.
—¡Anda! ¡Qué casa más grande! —exclama la pequeña Beth.
—No es una casa Beth, es la iglesia de Sant Miquel —le aclara el
padre.
—¿Eso que hay arriba de todo es una campana? —pregunta Martina.
—¡Sí, una campana enorme! Y mirad, hay dos más pequeñitas a los
lados —continúa Jana.
—¡Exacto! Las dos campanas más pequeñas tocan las horas y los
cuartos —explica el padre.
—¿Y la grande? ¿Funciona? —pregunta Beth.
—¡Y tanto que funciona! —ríe—. Es la campana más antigua, y se
ocupa de tocar las misas de los difuntos.
—¡Quizás el tesoro está dentro de la iglesia! —dice Jana.
—Pues Jana, hoy está cerrada y no podremos entrar —responde el
padre.

Siguen en busca del tesoro, y pasan por la calle del Fossar. Es
una calle muy estrecha y con una pendiente muy pronunciada
que llega a la parte más alta del pueblo.
—¡Qué maravilla de paisaje! —grita la madre.
—¡Qué chulo! Desde aquí arriba se ven los campos de los payeses y
algunos animalitos también —dice Martina.
—¿Y el tesoro? —pregunta Jana.
—¡Estoy cansada! —se queja Beth.

La familia baja por el camino siguiendo la riera. Se detienen
delante de la fuente de Carraguell, aprovechan para beber agua
fresca y se dan cuenta que hay una zona de picnic. Preparan un
aperitivo para recuperar fuerzas, de postres comen la coca que
han comprado recién hecha.
—No hemos encontrado el tesoro aún —confiesa Jana preocupada.
—Es que está muy escondido, ¿eh? —dice Beth.
—¡Anda va! ¡No os desaniméis, seguro que lo encontraremos! —las
anima con fuerza Martina—. Venga, ¡seguimos buscando!

Con la barriga llena andan con más energía que nunca hasta llegar a
un lugar mágico, el salto de Sallent que se deja caer por el acantilado.
—¡Caramba! ¡Cae agua de muy arriba! —dice Beth sorprendida.
—Jana, Beth, parece que detrás del salto haya una cueva, ¿no? —pregunta
Martina.
—¡¿Una cueva?! ¡A lo mejor está el tesoro! —exclama Jana—. Papá,
¿podemos ir?
—¡¿Pero qué dices Jana?! Jajajaja —dice riéndose el padre.
—¿Y nos podemos bañar? ¡¡Por favor, por favor!! —pide Jana.
—Me sabe mal hijas, es un espacio protegido, ¿sabéis? —explica el padre—.
Está prohibido bañarse.
Las niñas se conforman y lo aceptan. Están completamente cautivadas
mirando el paisaje y escuchando el sonido del agua que hace cuando cae
sobre las rocas.
—Xafff, plim, cluc... —Beth empieza a imitar el sonido del agua cuando
choca con las piedras. Martina y Jana la siguen con ritmo.
Cantando pero muy cansadas de caminar todo el día, vuelven a
Elna. Les espera una buena ducha y un extraordinario banquete.
Mientras están cenando, recuerdan lo que han visto en este viaje
y se dan cuenta que no han encontrado el tesoro que buscaban.
—Al final no hemos encontrado el tesoro, y mira que hemos buscado…
—dice Jana.
—Ya... —responen Martina y Beth.
—¿Qué sería? —pregunta Jana intrigada.
—¡Y tanto que lo habéis encontrado hijas! —dicen los papás—. El
tesoro es el paisaje que nos rodea, la vida que tienen estos pueblos,
el tesoro son las tradiciones que se mantienen vivas, los orígenes
de los pueblos y las leyendas que se cuentan.
—¡Es verdad! —contestan las niñas emocionadas—. Volveremos
pronto, ¿no?
—¡Claro que sí! —responden los padres.

© María Bosque Ribas (de la obra)
© Apuleyo Ediciones (de esta edición)
Primera edición en Apuleyo Ediciones: junio 2023
Diseño de cubierta: Claudia Álvarez Vega
Corrección: Isidoro Cidre González
Maquetación: Pilar Leandro Rico
Ilustraciones: María Bosque Ribas
Coordinación editorial: Isidoro Cidre González
info@apuleyoediciones.com
www.apuleyoediciones.com
ISBN: 978-84-19938-15-2
Depósito legal: H 241-2023
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