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ESSCENARIOEn el Hogar del Suicida, sanatorio de almas del Doctor Ariel. Vestíbulocomo de hotel de montaña, recordando esos paradores de turismoconstruidos sobre ruinas de antiguos monasterios y artísticamenteremozados por un gusto nuevo. Todo es aquí extraño, sugeridor yconfortable: el mobiliario, la plástica, el trazado de las arquerías, ladisposición indirecta de las luces acristaladas. En las paredes, bienvisibles, óleos de suicidas famosos reproduciendo escenas de su muerte:Sócrates, Cleopatra, Séneca, Larra. Sobre un arco, tallados en piedra, losversos de Santa Teresa:«Ven, Muerte, tan escondidaque no te sienta venirporque el placer de morirno me vuelva a dar la vida».Amplia verja al fondo, sobre un claro jardín de sauces y rosales. Eljardín tiene un lago, visible en parte, un fondo lejano de cielo azul ymontañas jóvenes nevadas. En ángulo, a la derecha, arranca una galeríaoscura, en arco, con una pesada puerta de herrajes, practicable, sobre eldintel, una inscripción que dice: «Galería del Silencio». En frente, otrasemejante, pero clara y sin puertas: ”Jardín de la Meditación”.
ACTO PRIMEROEn escena, el Doctor Roda y HANS, su ayudante, con bata de enfermero.El primero, de aspecto inteligente y bondadoso; el segundo, de rostro ypalabra mortalmente serios. El DOCTOR, al lado de una mesa volante detrabajo, revisa sus ficheros.DOCTOR.— Desengaños de amor, 8. Pelagra, 2. Vidas sin rumbo, 4.Catástrofe económica… cocaína… ¿No tenemos ningún caso nuevo?HANS.— El joven que llegó anoche. Está paseando por el parque delos sauces, hablando a solas.DOCTOR.— ¿Diagnóstico?HANS.— Dudoso. Problema de amor. Parece de esos curiosos de lamuerte que tienen miedo cuando la ven de cerca.DOCTOR.— ¿Ha hablado usted con él?HANS.— Yo sí, pero no me ha contestado. Sólo quiere estar solo.DOCTOR.— ¿Decidido?HANS.— No creo: muy pálido, temblándole las manos. Al dejarle enel jardín he roto detrás de él una rama seca, y se volvió sobresaltado, concara de espanto.DOCTOR.— Miedo nervioso. Muy bien; entonces hay peligro todavía.¿Su ficha?HANS.— Aquí está.DOCTOR (Leyendo).—«Sin nombre. Empleado de banca. Veinticincoaños. Sueldo, doscientas pesetas. Desengaño de amor. Tiene un libro depoemas inédito». Ah, un romántico; no creo que sea peligroso. De todosmodos vigílelo sin que él se dé cuenta. Y avise a los violines: que toquen
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ACTO PRIMERO
En escena, el Doctor Roda y HANS, su ayudante, con bata de enfermero.
El primero, de aspecto inteligente y bondadoso; el segundo, de rostro y
palabra mortalmente serios. El DOCTOR, al lado de una mesa volante de
trabajo, revisa sus ficheros.
DOCTOR.— Desengaños de amor, 8. Pelagra, 2. Vidas sin rumbo, 4.
Catástrofe económica… cocaína… ¿No tenemos ningún caso nuevo?
HANS.— El joven que llegó anoche. Está paseando por el parque de
los sauces, hablando a solas.
DOCTOR.— ¿Diagnóstico?
HANS.— Dudoso. Problema de amor. Parece de esos curiosos de la
muerte que tienen miedo cuando la ven de cerca.
DOCTOR.— ¿Ha hablado usted con él?
HANS.— Yo sí, pero no me ha contestado. Sólo quiere estar solo.
DOCTOR.— ¿Decidido?
HANS.— No creo: muy pálido, temblándole las manos. Al dejarle en
el jardín he roto detrás de él una rama seca, y se volvió sobresaltado, con
cara de espanto.
DOCTOR.— Miedo nervioso. Muy bien; entonces hay peligro todavía.
¿Su ficha?
HANS.— Aquí está.
DOCTOR (Leyendo).—«Sin nombre. Empleado de banca. Veinticinco
años. Sueldo, doscientas pesetas. Desengaño de amor. Tiene un libro de
poemas inédito». Ah, un romántico; no creo que sea peligroso. De todos
modos vigílelo sin que él se dé cuenta. Y avise a los violines: que toquen