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pobre Juan. Yo estaba en medio de vosotros dos sin saberlo…; pero ya no
lo estaré más. ¿Huir? No basta. Esa Galería va también al lago… Dicen
que la muerte en el agua es dulce, como olvidar. Toda la vida se recuerda
en un momento y después nada: un paño frío sobre el alma. (Mira
fijamente al lago que, iluminado en la noche, adquiere ahora presencia
escénica, como un «personaje» más. Se acerca a la Calería del Silencio.)
Morir…, olvidar…
(Retrocede sin fuerzas. Al fondo de la Galería empieza a oírse el violín
melancólico de Grieg en «La muerte de Asse». CHOLE, como atraída por
la melodía avanza al fin, en una actitud de ofrenda. La escena sola un
momento. HANS entra de puntillas. Mira hacia la Galería, sinceramente
emocionado.)
HANS.— ¡Al fin tenemos uno! Y ella precisamente; la de la risa y la
primavera. ¡Valiente muchacha!
(Se apaga la voz del violín. Entran el DOCTOR y FERNANDO.)
DOCTOR.— ¡Hans! Esas luces…
(HANS enciende y va a situarse a la entrada de la Galería, cruzado de
brazos.)
DOCTOR.— ¿Espera usted algo?
HANS.— Espero.
DOCTOR (Va hacia su mesa).—¿Usted, Fernando? ¿Piensa trabajar
esta noche?
FERNANDO.— No.
DOCTOR.— Parece usted preocupado.
FERNANDO.— Sí, doctor, lo estoy. Esa historia de los dos hermanos
que acaba usted de contarme… ¿qué quiere decir?
DOCTOR.— Oh, nada; es una historia vulgar: el hermano sano y
triunfador; el hermano enfermo y fracasado…