Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
FERNANDO) ¿Se ríe usted? ¡Yo, no!
DOCTOR.— No está de muy buen humor hoy, Hans.
HANS.— Perdóneme el doctor, pero hay cosas que no van a mi
carácter. Yo soy un hombre serio. He venido a una casa seria. A cumplir
una función seria. Y desde hace unos días esto no marcha.
FERNANDO.— ¿Desde que llegamos nosotros?
HANS.— Exactamente. ¿Por qué se ríe usted? Nadie se había reído
nunca aquí. La señorita Chole se ha estado riendo también toda la mañana.
Y todo se contagia: al profesor de Filosofía yo le he sorprendido anoche
silbando el «Danubio Azul». ¿Adonde vamos a parar?
DOCTOR.— Calma, Hans. Todo llegará.
HANS (Sin gran fe).—Esperemos. (Va a salir. Se detiene aterrado.)
¡Oh, doctor!… ¡Los cuadros!
DOCTOR.— Ha sido idea de la señorita Chole. Los otros le parecían
demasiado sombríos.
HANS.— Pero estaban en su casa. Aquel Séneca desangrándose era de
una seriedad alentadora. ¡Aquel Larra desmelenado y romántico! (Se
queda contemplando el Botticelli con un desprecio infinito.) ¡La
Primavera! ¡Qué tendrá que hacer aquí la primavera! No es serio esto. No
es serio…
(Sale.)
FERNANDO.— Es un tipo curioso su ayudante.
DOCTOR.— Mutilado de la Gran Guerra.
FERNANDO.— ¿Mutilado?
DOCTOR.— Sí, del alma. La guerra deja marcados a todos; a los que
caen y a los que se salvan. Ese hombre tenía una cervecería en una aldea
de Lieja. Era un muchacho alegre, cantaba las viejas canciones; tenía
amigos, hijos y mujer. Durante la guerra sirvió cuatro años en un hospital
de sangre. ¡Cuatro años viendo y palpando la muerte a todas horas!
Después del armisticio, cuando volvió a su tierra, sus amigos, su mujer y
sus hijos habían desaparecido. Y la cervecería también. Y el sitio de la