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DAMA.— Me pareció verle aquí hace un momento, besando a unaseñorita.FERNANDO.— Ah, sí… Se había pintado los labios con arsénico, yquería hacer una experiencia.DAMA.— Qué interesante, ¡morir en un beso! Algo así buscaba yo.FERNANDO.— ¿No ha encontrado todavía su procedimiento?DAMA.— Son todos demasiado brutales.FERNANDO.— Sin embargo, siempre pueden encontrarse matices.DAMA.— He pedido al doctor que probara a envenenar una rosa. Megustaría morir aspirando un perfume.FERNANDO.— La felicito: esa tendencia a morir por las nances es delmásdelicado romanticismo. Pero no es cosa fácil.DAMA.— Yo he leído alguna vez que Leonardo da Vinci hizo unexperimento de envenenamiento de árboles.FERNANDO.— Sí, parece ser que trató de envenenar los frutos de unmelocotonero a través de la savia. Pero aquel verano los melocotones sedesarrollaron más sanos que nunca. Yo, en cambio, de pequeño, tenía unmanzano enfermo en mi huerto. Para reanimarlo se me ocurrió darle en lasraíces una inyección de aceite de hígado de bacalao ¡y se cayó muerto derepente! Los árboles tienen unas reacciones extrañas.DAMA.— Lástima…FERNANDO.— Puede encontrarse otra cosa. ¿Conoce usted el librodel doctor Ariel? ¿No? Ah, es un manual perfecto. Vea en el apéndice ladistribución geográfica de los suicidios. (Extiende la, hoja de un mapa.)Cada raza tiene sus predilecciones y sus fatalidades. En la zona del naranjo—España, Italia, Rumania— predomina la muerte por amor. En la zona delnogal —Francia, Inglaterra, Alemania— el suicidio político y económico.En la zona del abeto —Suecia, Noruega, Dinamarca— la muertevoluntaria disminuye, al mismo tiempo que aumenta el nivel de lossalarios y la democracia. ¡Es la Europa civilizada!DAMA.— ¿Dónde está señalado el suicidio pasional?
FERNANDO.— Aquí: la franja encarnada. Vea, al margen, la gráficaestadística: «índice anual de suicidios por amor: Inglaterra, 14; Francia,28; Alemania, 41; Italia, 63; España, 480… Estados Unidos, 2.»DAMA.— ¿Dos solamente?FERNANDO.— Dos. Eran mejicanos nacionalizados.(Deja el libro.)DAMA.— Ah, qué bien ha hecho usted en leerme esos datos. Esaestadística me señala el camino de mi raza. ¡Me gustaría tanto morir poramor! Desgraciadamente, para eso no basta una voluntad; hacen faltados… ¿Usted me ayudaría?FERNANDO.— Honradísimo, señora, pero… estoy comprometido ya.Tengo que suicidarme mañana con una pianista polaca.DAMA.— Siempre llego tarde.FERNANDO.— Perdón.DAMA.— ¡Y cuántas veces lo he soñado! ¡Esas parejas japonesas quese lanzan cogidas de las manos y coronadas de crisantemos, al cráter delFusi-Yama!FERNANDO.— Una muerte bellísima. Desdichadamente, España esun país arruinado: no nos queda ni un miserable volcán para estos casos.(La DAMA TRISTE se sienta. Suspira desolada.) Y ahora, si me haceusted el honor de una confidencia, ¿por qué quiere morir?DAMA.— ¡Por tantas cosas!FERNANDO.— ¿Puede decirme alguna?DAMA.— Desilusión absoluta. Este mundo de la materia no es el mío.Odio todo lo grosero: la carne, la tiranía de los músculos y la sangre.Quisiera haber nacido planta, agua de torrente, ¡alma sola! Tengo lástimade este pobre cuerpo mío, que no me ha proporcionado nunca más quedolor.FERNANDO.— ¿Y por lástima de su cuerpo ha decidido ustedquitárselo de en medio? Me parece excesivo. Es lo que llaman losalemanes, tirar el agua del baño con el niño dentro.
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DAMA.— Me pareció verle aquí hace un momento, besando a una
señorita.
FERNANDO.— Ah, sí… Se había pintado los labios con arsénico, y
quería hacer una experiencia.
DAMA.— Qué interesante, ¡morir en un beso! Algo así buscaba yo.
FERNANDO.— ¿No ha encontrado todavía su procedimiento?
DAMA.— Son todos demasiado brutales.
FERNANDO.— Sin embargo, siempre pueden encontrarse matices.
DAMA.— He pedido al doctor que probara a envenenar una rosa. Me
gustaría morir aspirando un perfume.
FERNANDO.— La felicito: esa tendencia a morir por las nances es del
más
delicado romanticismo. Pero no es cosa fácil.
DAMA.— Yo he leído alguna vez que Leonardo da Vinci hizo un
experimento de envenenamiento de árboles.
FERNANDO.— Sí, parece ser que trató de envenenar los frutos de un
melocotonero a través de la savia. Pero aquel verano los melocotones se
desarrollaron más sanos que nunca. Yo, en cambio, de pequeño, tenía un
manzano enfermo en mi huerto. Para reanimarlo se me ocurrió darle en las
raíces una inyección de aceite de hígado de bacalao ¡y se cayó muerto de
repente! Los árboles tienen unas reacciones extrañas.
DAMA.— Lástima…
FERNANDO.— Puede encontrarse otra cosa. ¿Conoce usted el libro
del doctor Ariel? ¿No? Ah, es un manual perfecto. Vea en el apéndice la
distribución geográfica de los suicidios. (Extiende la, hoja de un mapa.)
Cada raza tiene sus predilecciones y sus fatalidades. En la zona del naranjo
—España, Italia, Rumania— predomina la muerte por amor. En la zona del
nogal —Francia, Inglaterra, Alemania— el suicidio político y económico.
En la zona del abeto —Suecia, Noruega, Dinamarca— la muerte
voluntaria disminuye, al mismo tiempo que aumenta el nivel de los
salarios y la democracia. ¡Es la Europa civilizada!
DAMA.— ¿Dónde está señalado el suicidio pasional?