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AMANTE.— ¡Les juro que sí! ¿Por qué no había de serlo? ¿Qué tengo

yo para que no me quiera una mujer?

FERNANDO.— No es por usted. Seguramente es un gran muchacho.

Pero ha contado su historia de un modo tan extraño…

CHOLE.— ¿Por qué ha mentido usted? Háblenos sin miedo, como a

dos amigos.

AMANTE (Vencido por el tono cordial de Chole).—Tiene usted razón.

Para qué mentir, si nadie me cree… Y sin embargo sólo he mentido a

medias. Es verdad que he destrozado mi juventud sobre el pupitre de una

casa de banca. Es verdad que Cora Yako me miraba cantando. Y es verdad

que robé por ella. Pero el amor y los viajes… sólo los he soñado. Al día

siguiente, cuando volví al teatro con mi corbata nueva, el vestíbulo estaba

lleno de baúles y decorados sucios. Mi ramo estaba tirado en un rincón, y

la tarjeta sin abrir. De mi sueño sólo quedaba la pobre verdad de mi

desfalco, y un ramo de orquídeas pisadas… Pero eso no debe saberlo

nadie. Déjenme contar esta historia a todo el mundo. Necesito que la crean

todos. Necesito creerla yo también… y después morir feliz. (Volviéndose

rápido.) El doctor viene. No le digan ustedes nada; él es ya viejo y no

puede comprender estas cosas… No le digan ustedes nada.

(Sale de puntillas. Entra el DOCTOR.)

DOCTOR.— Sus habitaciones están dispuestas. ¿Quieren pasar a

verlas?

CHOLE.— Yo voy. Saca tú las maletas del coche, Fernando. Cuando

usted quiera, doctor.

(Sale con él, llevándose el maletín. FERNANDO, a solas, da unos

pasos en la dirección en que salió el AMANTE IMAGINARIO. Se vuelve

al ver entrar a la DAMA TRISTE.)

FERNANDO.— Señora…

DAMA.— ¿Es usted nuevo en la casa?

FERNANDO.— Soy… el nuevo ayudante del doctor.

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