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cuando tropezamos con una banda de secuestradores, con un adulterio
bonito…
CHOLE.— ¡Ah, la tiranía del público! Y luego la tiranía del director.
Todo le parece poco. Para el mes que viene nos ha encargado un naufragio,
un evadido de la Guayana, un parto quíntuple y una aurora boreal. No es
trabajo fácil, no.
FERNANDO.— No sabe usted lo que es recorrer un mundo de temas
agotados para encontrar esa veta sensacional que el público espera
siempre. «La serpiente de mar», que llamamos en los periódicos.
DOCTOR.— ¿Y creen ustedes haber encontrado aquí su «serpiente de
mar»?
FERNANDO.— Le hemos visto la cola.
CHOLE.— No nos cierre las puertas. ¡Ayúdenos, doctor!
DOCTOR (Con una sonrisa de simpatía).—Está bien, veamos. ¿Son
ustedes, en efecto, una pareja feliz?
FERNANDO (Posando la mano sobre el hombro de ella).—¡Cómo no
ha habido otra!
DOCTOR.— ¿Enfermedad?
CHOLE.— Ninguna.
DOCTOR.— ¿Problemas espirituales?
FERNANDO.— No existen.
DOCTOR.— ¿Amor?
CHOLE.— ¡Torrencial!
DOCTOR.— ¿Dificultades materiales?
FERNANDO.— ¿Nosotros? A nosotros nos deja usted esta noche en
una selva del centro de África, y mañana por la mañana tomamos café con
leche.
DOCTOR.— Es envidiable. En ese caso, yo puedo facilitarles su
trabajo. Pero ustedes, en cambio, pueden prestarme a mí un gran servicio.
LOS DOS.— A sus órdenes.
DOCTOR.— Para la buena marcha de esta casa necesitaba yo
encontrar los dos extremos opuestos de la fortuna: una vida en derrota, sin
amores, sin pasado y sin porvenir. Y una vida en plenitud, audaz,