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magnífico!
FERNANDO.— Para el turismo. Pero no me parece lo más indicado
para dos novios en vacaciones.
CHOLE.— Dos novios, dos novios… Dicho así, parecemos dos novios
como los demás. ¡Y no! (Con fuego.) ¡Los novios! ¡Los únicos! ¿Quién se
ha querido en el mundo antes que nosotros?
FERNANDO.— ¡Nadie!
CHOLE.— ¿Quién se atreverá a quererse después?
FERNANDO.— ¡Nadie!
CHOLE (Abriendo nuevamente los brazos).—¡Capitán!
FERNANDO.— ¡Timonel!
(Rompiendo el abrazo, pasa HANS por el arco del jardín. Va tocando
una campanilla. Se asoma a escena y grita.)
HANS.— Sala de la cicuta… ¡libre!
(Sigue con su campanilla. Pausa. CHOLE y FERNANDO se miran
inmóviles.)
CHOLE (Aterrada).—¿Ha dicho sala de la cicuta?
FERNANDO.— Huy, huy, huy… (Toma un libro sobre la mesa del
DOCTOR.) ¡Demonio!
CHOLE.— ¿Qué?
FERNANDO.— ¡Este libro!… «El suicidio considerado como una de
las Bellas Artes». (Suelta el libro.) Me parece, Chole, que no te vuelvo a
dejar el volante.
CHOLE (Disponiéndose a huir).—¿Dónde pusiste el maletín?
FERNANDO.— ¡Eh, alto! ¡Huir, no! Somos periodistas. Chole.
Cuando un periodista se tropieza con algo sensacional, no retrocede
aunque lo que tenga delante sea un rinoceronte. Antes morir. Deja ese
maletín.
(Entra el DOCTOR. Va hacia su mesa. Se detiene al verlos.)