La tormenta del siglo - Stephen King
ROBBIE (con nerviosismo): Este hombre dice un montón de tonterías. Creo queestá loco.Linoge tiene que sentarse con las piernas cruzadas y la cabeza agachada, pero eso noparece inmutarle en lo más mínimo. Todavía sonríe, con las manos esposadas en el regazo,cuando Mike cierra la puerta trasera.MIKE: ¿Cómo es que sabe tu nombre? ¿Se lo has dicho tú?ROBBIE (bajando la vista): No lo sé. Lo único que sé es que nadie en su sanojuicio querría matar a Martha Clarendon. Iré hasta la tienda contigo. Te ayudaré aaclarar este asunto. Tenemos que ponernos en contacto con la policía estatal…MIKE: Robbie, ya sé que va en contra de tus principios, pero tienes que dejar queyo me ocupe de esto.ROBBIE (muy irritado): Yo soy el concejal de este lugar, en caso de que lo hayasolvidado. Tengo mis responsabilidades…MIKE: Y yo tengo las mías, y las responsabilidades de ambos se hallan claramenteespecificadas en los estatutos municipales. En este momento, Úrsula necesita más deti en el ayuntamiento que yo en mi oficio de policía. Vamonos, Hatch.Mike se aleja del furioso concejal.ROBBIE: ¡Escúchame bien…!Empieza a caminar junto al costado del vehículo hacia ellos, pero luego se da cuenta deque se está rebajando ante una docena de sus electores. La señora Kingsbury se halla cercade él, rodeando con un brazo los hombros de un asustado Davey Hopewell. Tras ellos,Roberta Coign y su marido, Dick, miran a Robbie con rostros impertérritos que noconsiguen enmascarar del todo su desdén.Robbie deja de perseguir a Mike. Se guarda el revólver en el bolsillo del abrigo.ROBBIE (aún furioso): ¡Te estás pasando de la raya, An-derson!Mike ignora el comentario. Abre la puerta del conductor del vehículo de asistencia de laisla. Al ver que están a punto de salirse con la suya, Robbie utiliza el último recurso que lequeda.ROBBIE: ¡Y quítale el letrero a ese maldito monigote de tu porche! ¡No tienewww.lectulandia.com - Página 88
ninguna gracia!La señora Kingsbury se lleva una mano a la boca para reprimir la risa. Robbie no la vehacerlo; probablemente por suerte para ella. El vehículo de asistencia se pone en marcha;vemos encenderse las luces. Parte calle arriba, con destino al supermercado y la comisaría depolicía que éste alberga.Robbie sigue de pie, con los hombros hundidos y echando chispas; luego se vuelvehacia el puñado de gente en la calle recubierta de nieve.ROBBIE: ¿Qué hacen ahí de pie? ¡Vayanse a casa! ¡Se acabó el espectáculo!Se dirige indignado hacia el Lincoln.96Exterior. Principio de Main Street, en plena nevada.Vemos incidir la luz de unos faros en la ululante cortina blanca, y por fin aparece uncoche tras ellos. Es pequeño, ligero y con tracción únicamente en dos ruedas. Va despacio ypatinando; en la calle ya hay más de diez centímetros de nieve polvo.97Interior. El coche, con Molly y Ralphie.Más adelante vemos surgir unas luces entre los copos de nieve, a la izquierda, y luego elporche y las nasas langosteras que penden en él.www.lectulandia.com - Página 89
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ROBBIE (con nerviosismo): Este hombre dice un montón de tonterías. Creo que
está loco.
Linoge tiene que sentarse con las piernas cruzadas y la cabeza agachada, pero eso no
parece inmutarle en lo más mínimo. Todavía sonríe, con las manos esposadas en el regazo,
cuando Mike cierra la puerta trasera.
MIKE: ¿Cómo es que sabe tu nombre? ¿Se lo has dicho tú?
ROBBIE (bajando la vista): No lo sé. Lo único que sé es que nadie en su sano
juicio querría matar a Martha Clarendon. Iré hasta la tienda contigo. Te ayudaré a
aclarar este asunto. Tenemos que ponernos en contacto con la policía estatal…
MIKE: Robbie, ya sé que va en contra de tus principios, pero tienes que dejar que
yo me ocupe de esto.
ROBBIE (muy irritado): Yo soy el concejal de este lugar, en caso de que lo hayas
olvidado. Tengo mis responsabilidades…
MIKE: Y yo tengo las mías, y las responsabilidades de ambos se hallan claramente
especificadas en los estatutos municipales. En este momento, Úrsula necesita más de
ti en el ayuntamiento que yo en mi oficio de policía. Vamonos, Hatch.
Mike se aleja del furioso concejal.
ROBBIE: ¡Escúchame bien…!
Empieza a caminar junto al costado del vehículo hacia ellos, pero luego se da cuenta de
que se está rebajando ante una docena de sus electores. La señora Kingsbury se halla cerca
de él, rodeando con un brazo los hombros de un asustado Davey Hopewell. Tras ellos,
Roberta Coign y su marido, Dick, miran a Robbie con rostros impertérritos que no
consiguen enmascarar del todo su desdén.
Robbie deja de perseguir a Mike. Se guarda el revólver en el bolsillo del abrigo.
ROBBIE (aún furioso): ¡Te estás pasando de la raya, An-derson!
Mike ignora el comentario. Abre la puerta del conductor del vehículo de asistencia de la
isla. Al ver que están a punto de salirse con la suya, Robbie utiliza el último recurso que le
queda.
ROBBIE: ¡Y quítale el letrero a ese maldito monigote de tu porche! ¡No tiene
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