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La tormenta del siglo - Stephen King

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lágrimas. Su cabello es cano, y al principio no reconocemos a Molly Anderson. Ha envejecido

veinte años.

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Interior. Consulta de la terapeuta. Mañana.

Molly está sentada en una mecedora de madera curvada, contemplando el verano en el

exterior y sollozando en silencio. Sentada frente a ella está la terapeuta, una profesional

ataviada con una falda color crema y una blusa, todo ello de fino tejido estival. Lleva un

bonito peinado, va muy bien arreglada y mira a Molly con esa clase de compasión que

muestran los buenos terapeutas, y que a menudo resulta de ayuda pero cuyo

distanciamiento también asusta un poco.

El silencio se prolonga. La terapeuta espera a que Molly lo rompa, pero ésta continúa

sentada en la mecedora contemplando el verano con sus ojos llorosos.

TERAPEUTA: Usted y Mike no se han acostado juntos desde hace… ¿cuánto

tiempo?

MOLLY (mirando por la ventana): Cinco meses. Más o menos. Podría decírselo

con exactitud, si cree usted que le va a ser de ayuda. La última vez fue la noche antes

de que arreciara la gran tormenta. La tormenta del siglo.

TERAPEUTA: Cuando perdió usted a su hijo.

MOLLY: Exacto. Cuando perdí a mi hijo.

TERAPEUTA: Y Mike la culpa de esa pérdida.

MOLLY: Creo que va a dejarme.

TERAPEUTA: Le da mucho miedo que eso suceda, ¿no es así?

MOLLY: Creo que se está quedando sin motivos para quedarse. ¿Comprende qué

quiero decir?

TERAPEUTA: Cuénteme otra vez qué le pasó a Ralphie.

MOLLY: ¿Por qué? ¿Para qué serviría? Por el amor de Dios, ¿para qué serviría? ¡Se

ha ido!

La terapeuta no responde. Al cabo de unos instantes, Molly suspira y accede a su

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