La tormenta del siglo - Stephen King
SANDRA: ¡Robbie, no puedo! ¡Hazlo tú!Pero Robbie no desea acercarse tanto a Linoge.ROBBIE: ¡Vamos! ¡Saca una!Sandra le obedece, para retroceder después con los labios temblorosos y la manociñendo la piedra con tal fuerza que tiene blancos los nudillos. El siguiente es Henry Bright,que hurga durante un buen rato y rechaza un par de piedras en favor de otra. Luego va Jack.Elige con rapidez, para dar un paso atrás y brindar a Angie una sonrisa entre desesperada yesperanzada. Linda St. Pierre extrae la suya. Con ello quedan sólo Úrsula y Molly.LINOGE: ¿Señoras?URSULA: Tú primero, Molly.MOLLY: No, por favor. Hazlo tú.Ursula hunde la mano en la bolsa, extrae una de las dos piedras restantes y retrocedecon el puño apretado.Molly da un paso adelante, mira a Linoge y saca la última piedra. Linoge echa a un ladola bolsa vacía, que ondea hacia el estrado… y desaparece entre un borroso resplandor azulantes de tocar siquiera los tablones. No advertimos reacción alguna en los isleños; su silencioes tan denso y tan cargado de tensión que podría cortarse con cuchillo.LINOGE: Muy bien, amigos míos; hasta ahora lo habéis hecho muy bien. Ahora,¿quién tiene la valentía de mostrarla primero? ¿De dejar a un lado el miedo y permitirque el dulce alivio ocupe su lugar?Nadie responde. Permanecen en pie, ocho padres y madres con un puño apretadofrente a sí y un terror absoluto reflejado en sus pálidos rostros.LINOGE (jovial): Vamos, vamos… ¿acaso nunca habéis oído decir que los diosescastigan a los pusilánimes?JACK (gritando): ¡Buster! ¡Te quiero!Abre la mano. La piedra que sostiene en la palma es blanca. La audiencia murmura.www.lectulandia.com - Página 418
Úrsula da un paso adelante. Sostiene ante sí el puño cerrado y tembloroso. Hace acopiode fuerzas y abre la mano de golpe. Su piedra también es blanca. La audiencia murmura denuevo.ROBBIE: Veamos la tuya, Sandra. Muéstrala.SANDRA: Yo… Robbie… no puedo… sé que le toca a Donnie… Lo sé… Nunca hetenido suerte…Impacientándose con ella, desdeñoso y frenético por saberlo de un modo u otro, sedirige hacia Sandra, le aferra la mano y le abre los dedos uno por uno. No podemos ver quécontienen, y al principio la expresión de su rostro no nos revela nada. Entonces coge la piedrade la mano de Sandra y la muestra en alto para que todos puedan verla. Esboza unasonrisa salvaje; parece Richard Nixon en un mitin.ROBBIE: ¡Blanca!Trata de abrazar a su esposa, pero Sandra le rechaza con una expresión que va más alládel asco; aquello es rotunda repulsión.Ahora es Linda St. Pierre quien da un paso adelante. Tiende el puño cerrado, lo mira ycierra los ojos.LINDA ST. PIERRE: Por favor, Dios, te lo ruego, no te lleves a mi Heidi.Abre la mano, pero no los ojos.UNA VOZ: ¡Blanca!Se oyen murmullos en la audiencia. Linda abre los ojos, ve que la piedra es en efectoblanca y empieza a sollozar, para luego volver a cerrar la mano y llevarse la preciada piedra alpecho.LINOGE: ¿Jill? ¿Señora Robichaux?JILL ROBICHAUX: No puedo. Creí que sería capaz de hacerlo, pero no puedo. Losiento…Se dirige hacia la escalera todavía con el puño cerrado ante sí. Antes de que la alcance,www.lectulandia.com - Página 419
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Úrsula da un paso adelante. Sostiene ante sí el puño cerrado y tembloroso. Hace acopio
de fuerzas y abre la mano de golpe. Su piedra también es blanca. La audiencia murmura de
nuevo.
ROBBIE: Veamos la tuya, Sandra. Muéstrala.
SANDRA: Yo… Robbie… no puedo… sé que le toca a Donnie… Lo sé… Nunca he
tenido suerte…
Impacientándose con ella, desdeñoso y frenético por saberlo de un modo u otro, se
dirige hacia Sandra, le aferra la mano y le abre los dedos uno por uno. No podemos ver qué
contienen, y al principio la expresión de su rostro no nos revela nada. Entonces coge la piedra
de la mano de Sandra y la muestra en alto para que todos puedan verla. Esboza una
sonrisa salvaje; parece Richard Nixon en un mitin.
ROBBIE: ¡Blanca!
Trata de abrazar a su esposa, pero Sandra le rechaza con una expresión que va más allá
del asco; aquello es rotunda repulsión.
Ahora es Linda St. Pierre quien da un paso adelante. Tiende el puño cerrado, lo mira y
cierra los ojos.
LINDA ST. PIERRE: Por favor, Dios, te lo ruego, no te lleves a mi Heidi.
Abre la mano, pero no los ojos.
UNA VOZ: ¡Blanca!
Se oyen murmullos en la audiencia. Linda abre los ojos, ve que la piedra es en efecto
blanca y empieza a sollozar, para luego volver a cerrar la mano y llevarse la preciada piedra al
pecho.
LINOGE: ¿Jill? ¿Señora Robichaux?
JILL ROBICHAUX: No puedo. Creí que sería capaz de hacerlo, pero no puedo. Lo
siento…
Se dirige hacia la escalera todavía con el puño cerrado ante sí. Antes de que la alcance,
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