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La tormenta del siglo - Stephen King

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La radio emite suaves chisporroteos, sin comunicar otra cosa que el sonido de la

estática. En la puerta, Hatch y Alex Haber montan guardia, armados a su vez con escopetas

de caza. Bueno… en realidad es Hatch quien monta guardia; Alex está dormitando. Hatch le

mira y le vemos debatirse entre si propinarle o no un codazo. Por fin decide apiadarse de él.

La cámara se desliza hasta el escritorio de Úrsula, donde Tess Marchant duerme con la

cabeza apoyada en los brazos. La cámara la estudia unos instantes para luego volverse y bajar

flotando la escalera. Mientras lo hace escuchamos una voz débil a través de la estática.

PREDICADOR (voz): Ya sabéis, amigos míos, que es difí​cil ser justos y honrados,

pero cuan fácil resulta en cambio seguirles la corriente a esos que se hacen llamar

amigos y que os dicen que es lí​cito pecar, que es correcto faltar a nuestro de​ber, que

ningún Dios nos observa y que podéis seguir adelante y hacer aquello que se os anto​je.

Pero ¿podéis decir «aleluya»?

RESPUESTA (entre dientes): Aleluya.

En la zona ante el televisor quedan unas diez personas. Han ido gravitando hacia las

pocas sillas cómodas y un par de sofás de segunda mano. A excepción de Mike, todos están

dormidos. En la televisión, apenas visible a causa de las interferencias, vemos a un

predicador de cabello lacio y tan poco merecedor de confianza como Jimmy Swaggart,

famoso predicador a su vez al que pescaran en malas compañías en un motel de ínfima

reputación.

MIKE (se dirige al televisor): Aleluya, hermano. Suélta​lo ya.

Está sentado en una silla y ligeramente aparte del resto. Parece muy cansado; lo más

probable es que no aguante mucho despierto. De hecho, ya ha empezado a cabecear. En la

cadera lleva la pistola en su funda.

PREDICADOR (continúa): Hermanos, esta noche me gus​taría hablaros de forma

especial de los pecados ocultos. Y esta noche me gustaría recordaros (digamos

aleluya) que el pecado deja un sabor dulce en los labios pero amargo en la lengua, y

que envenena el vientre de los justos. Que Dios os bendiga, pero ¿podéis decir

«amén»?

Mike no puede decirlo, de hecho. Tiene la barbilla apoyada contra el pecho y los ojos

cerrados.

www.lectulandia.com - Página 275

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