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La tormenta del siglo - Stephen King

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se detenga. Los otros le siguen, pero Mike es el primero en subir los peldaños.

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Interior. Cuartel de policía.

Hatch camina como sonámbulo hacia la luz brillante, ajeno a los objetos que flotan y

giran en el aire. El ordenador le golpea en la cabeza. Hatch lo aparta de un manotazo, y se

aleja flotando como si lo hiciera bajo el agua. Hatch llega a donde está Linoge, que brilla con

una luz casi cegadora.

Comprobamos que Linoge es en realidad un anciano de Hirsuto cabello blanco que le

cae casi hasta los hombros. Tiene las mejillas y la frente surcadas de arrugas y los labios

hundidos, pero el suyo sigue siendo un rostro enérgico, dominado por los ojos, en los que

vemos torbellinos de rojo y negro. Su vestimenta habitual ha desaparecido; ahora lleva una

túnica oscura en la que se mueven relucientes dibujos plateados. Todavía sostiene en lo alto

el bastón con una mano (la empuñadura sigue siendo una cabeza de lobo, pero ahora vemos

grabados en la madera runas y símbolos mágicos), y aferra el hombro de Hatch con la

otra… sólo que no se trata en realidad de una mano, sino de una zarpa provista de garras.

Linoge inclina el rostro hasta que su frente casi toca la de Hatch. Sus labios se abren

para revelar los afilados dientes. Durante toda la escena, Hatch le mira con ojos muy abiertos

e inexpresivos.

LINOGE: Dadme lo que quiero y me marcharé. Díselo a ellos. Que si me dais lo

que quiero… me marcharé.

Se vuelve, con el bajo de la túnica lanzando destellos, y se dirige hacia la puerta que da a

la plataforma de carga.

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